Durante décadas, la historia de las consolas de videojuegos ha estado marcada por una dinámica constante: el lanzamiento de nuevas generaciones a precios elevados seguido, con el paso de los años, por rebajas significativas y versiones más pequeñas o eficientes de dichos dispositivos. Esta tradición no solo beneficiaba al consumidor, permitiéndole acceder a tecnología avanzada a un costo reducido con el tiempo, sino que también impulsaba a los fabricantes a innovar y optimizar sus productos a nivel técnico. Sin embargo, esta tendencia parece estar muriendo, y las razones detrás de este cambio son tan complejas como fascinantes. Al analizar la evolución tecnológica que ha impulsado la reducción de precios en las consolas, resulta imposible ignorar la influencia de la Ley de Moore. Formulada por Gordon Moore en 1965, esta observación sugería que el número de transistores en un chip se duplicaría aproximadamente cada dos años, lo que se traducía en mejoras exponenciales de rendimiento, eficiencia energética y reducción de costos.
Durante cuatro décadas, esta progresión fue casi una certeza: las nuevas generaciones de chips permitían crear consolas más potentes pero también más económicas y compactas. No obstante, la Ley de Moore no es una ley física, sino un marco de referencia que ha ido perdiendo vigor ante las limitaciones tecnológicas actuales. El desarrollo de nuevos procesos para fabricar chips se ha vuelto más lento, complicado y costoso. De lograr avances mínimos en la miniaturización de transistores se ha pasado a enfrentar barreras físicas inevitables, relacionadas con la estructura misma de la materia y con el comportamiento eléctrico a escalas diminutas. Esta desaceleración afecta directamente la capacidad para reducir los costos de los chips y, por ende, el precio final de las consolas.
Las consolas se adaptan a esta nueva realidad con dificultad. A diferencia del mercado de PC, donde se realizan actualizaciones continuas y rápidas, las consolas están diseñadas para ser plataformas estables y duraderas para los desarrolladores y jugadores. Esto implica que sus especificaciones técnicas no suelen cambiar durante su ciclo de vida, a fin de asegurar que los juegos funcionen consistentemente en todos los dispositivos. Por tanto, la posibilidad de introducir mejoras significativas en la arquitectura hardware a mitad de generación se ve limitada. Los mayores avances tecnológicos que antes beneficiaban tanto a fabricantes como a consumidores, tales como la reducción de tamaño de los chips, disminución del consumo energético y mejoras en la disipación de calor, ya no ocurren con la misma regularidad ni magnitud.
Esto impacta en la posibilidad de lanzar versiones “slim” o revisiones internas que reduzcan costos y tamaño, piezas claves para justificar las rebajas durante la segunda mitad del ciclo vital de una consola. Ejemplos históricos resaltan esta transformación. Consolas icónicas como la PlayStation 2 o el Xbox 360 pasaron por fases de miniaturización tecnológica que permitieron, además de mejorar la eficiencia energética, disminuir el precio para los usuarios significativamente. En el caso de PlayStation 2, el modelo Slim fue una revolución en cuanto a diseño y eficiencia, mientras que el Xbox 360 mejoró a un punto tal que incluso corrigió anomalías técnicas graves como el “Red Ring of Death”. En contraste, la generación actual, representada por PlayStation 5, Xbox Series X y S, o Nintendo Switch 2, no ha visto reducciones claras de precio ni mejoras drásticas en hardware que justifiquen recortes.
Más bien, recientemente se han observado subidas en precios en ciertas ediciones, lo que refleja no solo la falta de capacidad para abaratar la producción sino también el impacto de otros factores económicos como la inflación global, alteraciones en la cadena de suministro provocadas por la pandemia, y políticas comerciales internacionales cambiantes. Además del factor tecnológico, el cambiante modelo de negocio de los fabricantes también juega un papel crucial. En el pasado, compañías como Sony o Microsoft apostaban a vender consolas a pérdida o al costo para consolidar su base de usuarios, recuperando ganancias a través de las ventas de juegos y servicios asociados. Hoy, esta estrategia está siendo reconsiderada. Las empresas buscan equilibrar costos y beneficios desde el lanzamiento, lo que implica menos margen para reducir precios a lo largo del tiempo.
En la industria de los semiconductores, los precios por unidad no han dejado de aumentar debido a la utilización de nodos tecnológicos altamente avanzados que son sumamente caros de implementar. Los centros de fabricación requieren inversiones millonarias y años de investigación para adaptar sus procesos, y esa inversión se traslada irremediablemente al costo final de los dispositivos. A pesar de que los procesadores y chips gráficos continúan desarrollándose, la magnitud y rapidez de esas mejoras ya no satisfacen las expectativas históricas ni permiten las reducciones abruptas de precio. En consecuencia, los consumidores enfrentan precios estables o en ascenso, lo cual es una novedad inquietante para quienes recuerdan la época de las consolas accesibles y las reediciones económicas que marcaban la segunda parte del ciclo de cada generación. La situación actual invita a preguntas sobre el futuro del mercado de videojuegos y dispositivos electrónicos.
¿Seguirán las consolas siendo la principal vía para acceder a videojuegos avanzados o llegará un punto en que la PC o el streaming se impongan? ¿Serán las mejoras de software, nuevas experiencias y servicios la clave para justificar el valor de las consolas ante el estancamiento en la innovación hardware? Es posible que la industria se vea obligada a diversificar sus ofertas y modelos de negocio para mantener la competitividad y el interés de los usuarios. Esto podría incluir consolas modulares, mayores inversiones en juegos y servicios de suscripción, o impulsar tecnologías emergentes como la nube y el gaming remoto, que dejan atrás las limitantes del hardware local. Para los jugadores y consumidores, esta nueva era significa adaptarse a una realidad diferente: los precios de entrada a nuevas generaciones de consola serán probablemente más altos y menos sujetos a bajadas significativas con el tiempo. La expectativa de esperar para conseguir una buena oferta puede no ser tan útil como antes, y el valor de la tecnología se caracteriza más por su estabilidad; incluso puede haber un incremento en los costos debido a elementos ajenos al propio hardware. En definitiva, la desaceleración en la mejora de los chips y la desaparición progresiva de las reducciones de precio en las consolas simbolizan el fin de una etapa en la historia tecnológica.
Han sido años de innovación vertiginosa que transformaron el entretenimiento digital y permitieron el acceso masivo a experiencias cada vez más potentes. Ahora, la industria debe reinventarse para continuar evolucionando, mientras los usuarios ajustan sus expectativas y formas de consumir videojuegos a esta nueva realidad donde la mejora constante no es garantía y el costo se mantiene firme e incluso crece.