La empatía es un fenómeno complejo que ha capturado la atención tanto de científicos como de filósofos a lo largo del tiempo. Más allá de ser simplemente la capacidad de sentir lo que otro siente, la empatía juega un papel fundamental en la manera en que interactuamos, comprendemos y respondemos a los demás. En este recorrido por el cerebro y más allá, analizaremos qué es la empatía, cómo funciona en el cerebro humano, cómo se manifiesta en otras especies y por qué es un elemento crucial para la coexistencia social y el bienestar colectivo. Para comprender la empatía, primero es necesario definirla con precisión. Se podría simplificar diciendo que es la habilidad para conectarse con las emociones y pensamientos de otra persona sin perder el sentido del propio yo.
Esta conexión implica una experiencia mental en la que percibimos, aunque de manera indirecta, lo que otro individuo siente o piensa. Sin embargo, esta definición es solo la punta del iceberg, ya que la empatía se divide en dos grandes categorías: la empatía emocional y la empatía cognitiva. La empatía emocional es la capacidad de resonar con el estado afectivo de otro. Por ejemplo, sentir tristeza cuando alguien cercano pasa por un momento difícil. Esta forma de empatía es automática, en gran medida instintiva, y está vinculada con respuestas neuronales rápidas y directas.
No obstante, no solo se limita a emociones negativas; la empatía también permite compartir alegrías y emociones positivas de los demás. Es un mecanismo que fortalece los lazos emocionales y fomenta la unión. Por otro lado, la empatía cognitiva implica un proceso más deliberado y consciente, que consiste en adoptar la perspectiva de otra persona. Es necesario imaginar cómo otro piensa o siente, lo que requiere un esfuerzo mental para comprender una realidad diferente a la propia. Este tipo de empatía está estrechamente relacionada con la teoría de la mente, la capacidad para atribuir intenciones y emociones a otros individuos.
La interacción entre la empatía cognitiva y emocional conforma el entramado que da forma a nuestra sensibilidad social. Aunque en ocasiones se confunden términos como empatía y compasión, es importante diferenciar entre ellos. La empatía es el disparador, el proceso de identificación emocional o mental con otro, mientras que la compasión es la consecuencia que impulsa a ofrecer ayuda o apoyo. No siempre la empatía conduce a la compasión. En algunos casos puede provocar empático malestar, un sentimiento negativo que puede llevar al retraimiento.
Por ello, el equilibrio emocional y la regulación interna son claves para que la empatía se traduzca en actos positivos. El estudio de la empatía ha estado intrínsecamente ligado a la neurociencia, que ha buscado descifrar su bases neuronales y región cerebral encargadas. Uno de los hitos más significativos fue el descubrimiento de las neuronas espejo en la década de 1990. Estas neuronas se activan tanto cuando realizamos una acción como cuando observamos a otros realizarla. Inicialmente se pensó que constituían el sustrato biológico de la empatía, pues al imitar internamente las emociones o movimientos de otros, podríamos entender mejor sus estados.
Sin embargo, investigaciones posteriores señalaron que las neuronas espejo no son por sí solas responsables ni suficientes para explicar la empatía, una conducta tan compleja. Su papel parece estar más vinculado con la imitación y la reproducción motora que con la profundidad emocional o cognitiva que implica empatizar. Así, la comunidad científica ha orientado la atención hacia un enfoque más integral, que considere redes neuronales y mecanismos interrelacionados. A nivel cerebral, la empatía moviliza diversas regiones. Para la empatía emocional, áreas como la corteza cingulada anterior, la ínsula y la amígdala muestran una activación significativa.
Estas zonas están implicadas en procesar sensaciones internas y estados emocionales, apoyando la vivencia compartida del otro. Por su parte, la empatía cognitiva involucra regiones como la corteza prefrontal y la unión temporoparietal, áreas asociadas con la reflexión, la planificación y la comprensión de perspectivas ajenas. Aun así, estas regiones cerebrales cumplen múltiples funciones, no exclusivas de la empatía. Esto indica que la empatía no reside en zonas aisladas, sino en la interacción dinámica de redes neuronales involucradas en emociones, cognición y procesamiento social. El campo de la neurociencia social aboga por este modelo en red, en el que la comunicación y cooperación entre regiones son esenciales para lograr la experiencia empática.
Entre los modelos teóricos para explicar la empatía destaca el modelo de percepción-acción (PAM), propuesto por Frans de Waal y Stephanie Preston. Este plantea que la observación de un estado emocional en otro conduce a una activación similar en nuestro cerebro, base para la empatía emocional. Luego, la empatía cognitiva se construye sobre esta base, permitiéndonos adoptar conscientemente la perspectiva ajena. Sin embargo, este esquema reconoce que factores como la cultura, la experiencia previa y nuestras creencias modulan esta respuesta, evitando que la empatía sea una reproducción pasiva. No todos los enfoques coinciden con esta visión.
Algunos modelos sugieren que la empatía es más un proceso activo y simulativo, en el que recreamos internamente el estado emocional o mental de otros, en un ejercicio deliberado de imaginación y razonamiento. Otros ven la empatía como una habilidad aprendida socialmente, moldeada por el entorno cultural y las interacciones sociales a lo largo de la vida. Por otra parte, la pregunta sobre cuándo comienza la empatía en los humanos es un tema de gran interés. Aunque no podemos pedirle a un bebé que verbalice su experiencia empática, estudios observan conductas tempranas que podrían indicar rudimentos de empatía. Por ejemplo, algunos bebés lloran al escuchar el llanto de otro, y poco a poco desarrollan la capacidad para imitar expresiones emocionales.
El consenso apunta a que la empatía emocional emerge en los primeros años de vida, aproximadamente entre uno y dos años, mientras que la empatía cognitiva requiere un mayor desarrollo y aparece entre los cuatro y seis años. Lo fascinante es que la empatía no es exclusiva de los seres humanos. Observaciones y experimentos han mostrado comportamientos empáticos en diversas especies animales, sobre todo aquellas con alta sociabilidad y desarrollo cerebral avanzado. Primates como chimpancés y bonobos, roedores sociales y elefantes exhiben conductas que indican preocupación por otros, ayuda desinteresada y señales de comprensión emocional. Esto sugiere que la empatía tiene raíces evolutivas profundas y que cumple funciones cruciales en la supervivencia y cohesión social.
La utilidad de la empatía en la vida cotidiana y en la sociedad es indiscutible, aunque no está exenta de desafíos. La empatía selectiva, que nos lleva a conectar más profundamente con quienes percibimos como semejantes, puede reforzar prejuicios o exclusiones. Además, una empatía emocional excesiva sin regulación puede generar agotamiento emocional o síndrome de burnout, especialmente en profesiones que implican cuidados constantes. A pesar de estas complicaciones, la empatía es vital para comprender el mundo social y actuar con solidaridad. Nos motiva a ayudar, a construir relaciones más saludables y a fomentar ambientes de respeto y cooperación.
Intervenciones basadas en el desarrollo de la empatía han demostrado ser efectivas en la reducción de discursos de odio en redes sociales y en la promoción de climas más tolerantes y pacíficos. En síntesis, la empatía es una capacidad multidimensional que emerge de la interacción de procesos automáticos, conscientes y culturales. Está anclada en estructuras cerebrales complejas y modulada por factores personales y sociales. Se desarrolla a lo largo de la infancia y está presente en diversas especies, lo que la convierte en un elemento central de la vida social y evolutiva. Promover la empatía implica no solo entrenar la habilidad para comprender y sentir con otros, sino también cultivar la regulación emocional y aplicar esa comprensión en acciones compasivas.
En un mundo cada vez más interconectado pero también fragmentado, la empatía se presenta como una herramienta clave para construir puentes, reducir conflictos y mejorar la coexistencia humana. Comprender cómo funciona en el cerebro y en la sociedad nos permite valorarla y potenciarla para el beneficio individual y colectivo.