El poder tóxico de Nayib Bukele: una mirada crítica a su régimen Desde que Nayib Bukele asumió la presidencia de El Salvador en junio de 2019, su figura ha estado envuelta en controversias que han suscitado tanto admiración como rechazo. Con un estilo de liderazgo carismático y una estrategia comunicativa centrada en redes sociales, Bukele ha logrado captar la atención del mundo entero, convirtiéndose en una figura polarizadora. Sin embargo, a medida que avanza su mandato, se hace evidente que su forma de gobernar tiene matices preocupantes que pueden clasificarse como “tóxicos”. La fascinación por Bukele comenzó con su discurso populista y su promesa de transformar El Salvador. En un país asolado por la violencia de pandillas y una economía debilitada, su llegada al poder fue vista como un rayo de esperanza.
Sin embargo, lo que inicialmente parecía un cambio bienvenido se ha ido transformando en un régimen autoritario que socava las instituciones democráticas y oprime la disidencia. Uno de los aspectos más notorios de su gobierno ha sido la forma en que ha manejado el sistema judicial y a las instituciones encargadas de velar por el Estado de Derecho. Bukele ha arremetido contra la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema, destituyendo a magistrados y nombrando a otros afines a su administración. Este asalto a la independencia judicial marca un claro retroceso en la lucha por la democracia y la separación de poderes en El Salvador. En este sentido, Bukele ha abrazado tácticas de control que rememoran a regímenes autoritarios de la región.
La represión de la oposición política es otro componente tóxico del estilo de liderazgo de Bukele. Los partidos que han cuestionado sus políticas o que han denunciado abusos de poder han sido objeto de ataques sistemáticos. La violencia y las amenazas han sido utilizadas como herramientas para silenciar voces disidentes, creando un clima de miedo que hace que muchos se piensen dos veces antes de criticar al gobierno. La participación ciudadana, esencial en cualquier democracia, ha sido debilitada por estas tácticas, lo que lleva a una erosión de la confianza en los procesos electorales. Además, su relación con los medios de comunicación ha sido conflictiva.
Bukele ha usado las redes sociales como su principal plataforma de comunicación, a menudo descalificando a medios tradicionales y a periodistas que critican su gobierno. Esta estrategia no solo desinforma, sino que también genera un ambiente de hostilidad hacia la prensa, creando una atmósfera tóxica que mina el trabajo de quienes buscan informar de manera objetiva. La libertad de prensa, un pilar fundamental de la democracia, se ve amenazada en un contexto donde el discurso oficial se impone de manera casi hegemónica. En el ámbito económico, Bukele ha dado pasos audaces que han captado la atención internacional, como su decisión de adoptar Bitcoin como moneda de curso legal. Aunque esta medida fue aclamada por algunos como innovadora y visionaria, ha sido objeto de críticas por su potencial destructivo en la economía nacional.
La volatilidad de las criptomonedas, junto con la falta de una infraestructura adecuada para soportar su adopción, podrían poner en riesgo la estabilidad económica de El Salvador. La burbuja que se ha formado alrededor de Bitcoin ha atraído inversiones de corto plazo, pero los riesgos a largo plazo parecen eclipsar los beneficios promotores de su administración. A pesar de los problemas estructurales en la economía del país, Bukele ha continuado gastando en proyectos de infraestructura llamativos y ha presentado su gobierno como el único capaz de generar cambios. Sin embargo, este enfoque generación de imagen puede resultar en un gasto irresponsable que ignora las verdaderas necesidades de la población salvadoreña. La salud, la educación y otros servicios públicos han sido relegados en favor de iniciativas que buscan capturar la atención mediática, generando un desenfoque de las problemáticas que afectan a la ciudadanía.
La gestión de la pandemia de COVID-19 también ha sido objeto de críticas. Desde la negación de los efectos del virus hasta la administración de vacunas, el gobierno de Bukele ha sido acusado de falta de transparencia y de priorizar la imagen en lugar de poner en práctica estrategias integrales para afrontar la crisis sanitaria. La confianza de los ciudadanos en su gobierno ha flaqueado debido a la desinformación y a la falta de un plan claro y efectivo para combatir la pandemia. Las elecciones de 2024 se acercan, y la figura de Bukele, que una vez fue vista como un salvador, ahora se enfrenta a un panorama incierto. La popularidad que alguna vez gozó parece estar en declive debido a la crisis económica, las violaciones de derechos humanos y la creciente represión.
La polarización de la sociedad salvadoreña se incrementa a medida que la oposición comienza a unificarse y movilizarse. No obstante, Bukele ha mostrado una habilidad sorprendente para adaptarse a la situación política, utilizando tácticas populistas que lo mantienen en el centro de atención y lo presentan como el único capaz de proteger a El Salvador de los ‘peligros’ que acechan. El futuro del país pende de un hilo, y el legado de Nayib Bukele se perfila como uno de esperanza truncada. La toxicidad de su gobierno no solo radica en su estilo autoritario, sino en un liderazgo que prioriza el control sobre la justicia, que deslegitima a la oposición y que ahoga la libertad de prensa. Lo que podría haber sido un cambio transformador para El Salvador se ha convertido en una experiencia dolorosa que amenaza con dejar cicatrices profundas en la sociedad.
Es crucial que los ciudadanos salvadoreños tomen conciencia de la realidad que enfrenta su país y que empiecen a debatir sobre el tipo de futuro que desean construir. La democracia, aunque frágil, es un bien invaluable que debe ser defendido con vigor ante el avance de regímenes que buscan aplastarla. La toxicidad del poder de Nayib Bukele podría ser un recordatorio doloroso del camino que no deben recorrer, un llamado a la resistencia cívica y a la búsqueda de un verdadero cambio que coloque a la justicia y a la igualdad en el centro del debate nacional.