Joseph Mallord William Turner es sin duda uno de los pintores más emblemáticos e influyentes de la historia del arte británico y mundial. Este 2025 se conmemora el 250 aniversario de su nacimiento, una ocasión perfecta para contemplar y entender la evolución artística que hizo de Turner el maestro vanguardista que redefinió el paisaje pictórico. Sin embargo, la historia del artista va mucho más allá del genio precoz; su verdadera innovación y reconocimiento surgieron de un proceso que él mismo podría haber considerado una especie de renacimiento o un segundo nacimiento, provocado por experiencias y visiones que transformaron profundamente su arte en la madurez. Esta transformación lo llevó no solo a romper con las tradiciones pictóricas de su tiempo, sino también a anticipar conceptos que serían fundamentales para el arte moderno. Desde sus inicios, Turner fue un prodigio que deslumbró al mundo del arte.
A los catorce años ingresó en la Royal Academy Schools y a los quince ya tenía su primera obra aceptada en la exposición de verano de la Academia Real, siendo el más joven en lograrlo. Su talento precoz y su precisión en la representación topográfica y en la acuarela lo hicieron destacar rápidamente. Su obra temprana se caracteriza por un detallismo fino, un dominio técnico y una sensibilidad para capturar la atmósfera y los paisajes históricos que apelaban tanto a los coleccionistas como a los amantes del patrimonio y la antigüedad. Obras como sus representaciones de Tintern Abbey y Llandaff Cathedral se convirtieron en referencias memorables que fueron tan valoradas como la poesía y la literatura del Romanticismo emergente. Sin embargo, a medida que avanzaba su carrera, Turner comenzó a alejarse de la simple representación minuciosa para profundizar en el estudio del color, la luz, y la atmósfera, buscando capturar no solo la realidad visual, sino también la experiencia emocional y espiritual del paisaje.
Esta transición crucial fue propiciada por experiencias decisivas y por la influencia de su encuentro con dos paisajes muy distintos: el paisaje británico con sus particularidades y la herencia pictórica europea, en particular las obras del pintor clásico Claude Lorrain. Su segundo nacimiento artístico puede ubicarse a partir de un momento en que Turner queda impresionado y profundamente conmovido al observar las pinturas de Claude Lorrain en la colección del financiero John Julius Angerstein. Se dice que lloro al enfrentarse a la obra “Seaport with the Embarkation of the Queen of Sheba”, una reacción que revela la fuerza de esa experiencia. Claude Lorrain, maestro del siglo XVII, había elevado el paisaje a una categoría casi ideal, combinando el rigor clásico con una luz profundamente evocadora y un sentido armónico del espacio y del tiempo en escena. Turner tomó de Claude la idea de la “gran manera” en el arte del paisaje, adoptando elementos como el punto de vista elevado, la incorporación de detalles pictóricos como árboles enmarcadores y la combinación sutil de tierras y aguas que crean atmósferas de ensueño.
Así, tomó la luz cálida y dorada de Claude para devolverla a paisajes británicos y europeos, generando una nueva dimensión y dignidad para el género. Este encuentro revitalizó su visión artística y le permitió partir hacia un camino donde su fidelidad a la observación iba acompañada por una creciente libertad expresiva. Turner entendió que la representación exacta no era suficiente para captar la esencia sublime y lo sublime de la naturaleza. En sus propias palabras, reconoció la necesidad de separar “la verdad mayor de la menor”, de buscar una idea más amplia y liberada de la naturaleza que apelara a la imaginación, no solo a la vista. Otra experiencia clave en esa transformación fue su contacto con los paisajes reales, a menudo rebeldes y poderosos, que exploró en sus viajes continuos por Gran Bretaña y Europa.
Desde la primera excursión fuera de Londres en 1791, visitando Bristol y el oeste, Turner encontró en la naturaleza un teatro en constante movimiento. Se aventuró luego hasta Gales, Lake District, Islas del Sol y la península italiana, sumergiéndose incluso en paisajes turbulentos y primordiales. El episodio legendario – aunque probablemente apócrifo – de Turner atado al mástil de un barco para observar una tormenta en el mar, simboliza ese compromiso casi obsesivo por experimentar la intensidad natural y traducirla a su paleta. Obras como “Snow Storm: Hannibal and His Army Crossing the Alps” y la evocación del incendio del Parlamento en el Támesis son pruebas de este impulso vital que sobrepasa el estudio visual para acercarse a la experiencia visceral y poética. El resultado fue un estilo maduro que sorprendió y desconcertó a contemporáneos, quienes defendían una comprensión más clásica y figurativa del arte.
La pincelada suelta de Turner, la ruptura con las formas definidas y la atmósfera vaporosa de sus paisajes de última época fueron tachadas de incomprensibles e incluso indicadoras de “enfermedad mental”. Críticos y artistas de la época no supieron digerir la abstracción y la experimentación con la luz y el color que Turner proponía, anticipando conceptos que sólo serían valorados plenamente en el siglo XX. Turner experimentó con la indistinción, moviéndose hacia bordes visuales que rozan la abstracción. Para él, los elementos de la naturaleza como la tierra, el agua y el aire se entremezclaban, evocando un universo pantheísta donde el sol mismo representaba la divinidad, una idea pronunciada con intensidad en su conocida frase: “El sol es Dios”. Esa concepción espiritual, unida a su habilidad técnica y su valentía para desafiar las normas artísticas, cimentó su posición como verdadero precursor tanto del impresionismo como de corrientes posteriores.
Su relación con la ciencia y personajes como Humphry Davy y Michael Faraday también influyó en su mirada, viendo la luz y la atmósfera desde una perspectiva casi experimental y científica, aunque la interpretación poética y emocional prevaleciera en sus cuadros. Aun así, Turner fue un hombre enigmático, reservado y casi hermético, que vivía aparte, protegido en sus rutinas, con una vida privada muy distinta a la imagen pública que se tenía. Al final de su vida, pese a su éxito y riqueza, sus circunstancias personales no fueron ejemplares según los estándares de la época. Su convivencia no oficial con Sophia Booth y su residencia modesta y casi oculta contrastan con la grandeza de su obra y la influencia que ejerció. Aun así, su legado fue reconocido póstumamente con una sepultura y funeral en la catedral de St Paul, un honor reservado a las grandes figuras del arte y la cultura británica.
El reconocimiento total de su valor artístico tardó muchas décadas, siendo su obra de madurez – considerada inicialmente incomprensible – reconocida en el siglo XX como fundamental para la evolución del arte moderno. Su forma de entender la luz, el color y la atmósfera definió un concepto nuevo del paisaje, alejándolo del mero retrato del entorno hacia un lenguaje pintórico capaz de expresar emociones, ideas y espiritualidad universales. En este sentido, la “segunda vida” artística de Turner marca un antes y un después, un momento en la historia del arte donde se reescribió lo posible en la pintura del paisaje. El 250 aniversario de su nacimiento es una oportunidad para ver y apreciar la amplitud de su obra a través de exposiciones en museos de todo Reino Unido, desde su antigua casa en Twickenham hasta la Turner Contemporary en Margate o el Tate Britain de Londres. Se presenta un recorrido integral que muestra no solo sus primeros trabajos topográficos sino también sus experimentos finales, ofreciendo así una visión completa de su evolución.
En definitiva, Joseph Mallord William Turner es la historia de un artista que no sólo dominó su técnica desde joven, sino que se reinventó a sí mismo en la madurez para crear una nueva forma de ver y representar el mundo, influenciando generaciones posteriores y dejando un legado que permanece vigente. Su segundo nacimiento artístico fue el que lo convirtió en leyenda, un pintor para quien la naturaleza no era solo paisaje, sino una experiencia trascendental capaz de conmover y despertar el alma humana.