China, un gigante económico que ha sido un motor de crecimiento en el escenario mundial, se encuentra en una encrucijada crítica: enfrenta una amenaza inminente de deflación. Este fenómeno, aunque menos común que la inflación, podría repercutir significativamente en la economía no solo de China, sino también a nivel global, debido a su papel central en el comercio mundial y la producción. A medida que el reloj avanza hacia finales de 2024, los analistas económicos están comenzando a alertar sobre las implicaciones de un posible descenso en los precios, que podría marcar una fase de estancamiento y debilidad económica. La deflación se produce cuando los precios de los bienes y servicios caen de manera sostenida, lo que puede llevar a una espiral negativa donde el consumo se reduzca, las empresas enfrentan márgenes de beneficio más bajos y se frena el crecimiento económico. Recientes datos apuntan que el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de China se situó en un 4.
7% en el último año, por debajo del objetivo oficial del gobierno, que plasmó en alrededor del 5%. Este desfase está comenzando a preocupar a los líderes económicos del país, que se ven presionados a adoptar medidas proactivas para evitar que la situación empeore. Desde la pandemia de COVID-19, la economía china ha experimentado un repunte lento y doloroso. La recuperación se ha visto obstaculizada por múltiples factores, incluidos problemas estructurales en el sector inmobiliario, tensiones geopolíticas y un debilitado consumo interno. La crisis inmobiliaria ha sido particularmente devastadora, ya que las inversiones en este sector han disminuido más del 10%.
Esta situación no solo afecta a los constructores y desarrolladores, sino que también golpea a las familias, alimentando un ciclo de desconfianza en la economía. Paralelamente, las tensiones comerciales y políticas con Estados Unidos y otros países han contribuido a crear un ambiente de incertidumbre que desanima a los inversores y consumidores. Las tarifas impuestas y las restricciones comerciales han añadido presión a las empresas, que se ven obligadas a reducir costos, muchas veces a expensas de la inversión y el empleo. Sin embargo, en medio de este panorama sombrío, ha habido luces de esperanza. Las exportaciones chinas han registrado un aumento del 8.
7% en comparación con el año anterior, superando las expectativas de muchos analistas. Esta tendencia podría ofrecer un respiro para la economía china, ya que las exportaciones son un componente clave del crecimiento. La gran demanda de productos manufacturados en el extranjero refleja la resiliencia del sector industrial, que sigue siendo una de las columnas vertebrales de la economía nacional. No obstante, la positiva evolución en el comercio exterior no es suficiente para contrarrestar los desafíos internos. El consumo interno, que debería ser el motor del crecimiento, muestra signos de debilidad.
La inflación, que afecta particularmente a los precios de los alimentos y la energía, ha llevado a las familias a reducir su gasto en otros sectores, lo que agrava aún más la situación económica. El estancamiento de los sueldos y la inseguridad laboral han hecho que los consumidores sean más cautelosos, lo que influye directamente en la actividad económica. Los economistas advierten que si la deflación se instala, podría ser muy difícil revertirla. Las empresas que ven caer sus precios pueden verse impulsadas a despedir personal o a reducir la producción, generando un círculo vicioso que podría llevar a una recesión más pronunciada. Además, la deflación puede causar que los consumidores retrasen sus compras, esperando precios aún más bajos en el futuro, lo que igualmente frena la demanda y crea un ciclo negativo difícil de romper.
Ante este panorama, el gobierno chino se encuentra en el dilema de cómo estimular la economía sin aumentar la deuda pública. Las autoridades están considerando varias estrategias, entre ellas la flexibilización monetaria, que podría incluir recortes de tasas de interés y medidas para aumentar la liquidez en el mercado. Sin embargo, algunos analistas advierten que simplemente bajar las tasas no será suficiente para reavivar el consumo y la inversión, especialmente si la confianza del consumidor sigue siendo débil. A largo plazo, China necesitará abordar problemas estructurales subyacentes para evitar caer en el trampa de la deflación. Esto podría implicar reformas en el sector inmobiliario, una mayor apertura a inversiones extranjeras, y políticas que fomenten la innovación y el desarrollo tecnológico.
El gobierno también deberá encontrar formas de incentivar el consumo interno, tal vez a través de subsidios temporales o incentivos fiscales. En este contexto, los mercados financieros observan de cerca los movimientos del gobierno chino. Cualquier señal de políticas de estímulo podría llevar a una recuperación momentánea de la confianza del inversor, mientras que la falta de acción podría exacerbar los temores de una crisis más profunda. Por ello, los analistas anticipan un 2025 lleno de incertidumbres, con un crecimiento modesto y presiones deflacionarias persistentes. La situación económica de China no es solo un problema doméstico; su impacto se extiende por todo el mundo.