La cosmología contemporánea ha sido históricamente dominada por la teoría del Big Bang, que describe el universo originándose hace aproximadamente 13.800 millones de años a partir de una singularidad densa y caliente que se expandió para conformar el cosmos que conocemos hoy. Sin embargo, en los últimos años, nuevas observaciones y avances tecnológicos, especialmente gracias al lanzamiento del telescopio espacial James Webb (JWST), han revelado fenómenos que desafían los modelos tradicionales. En este contexto, la propuesta del irlandés Julian Gough emerge con una fuerza disruptiva, presentando una teoría que busca explicar el universo no solo en términos físicos, sino incorporando un enfoque evolutivo que recuerda a la biología y la complejidad creciente. Julian Gough no es un cosmólogo tradicional.
Su trayectoria como autor, dramaturgo y músico aporta una perspectiva interdisciplinaria poco común en el campo de la física teórica. Su teoría, denominada “la teoría del soplete” o “blowtorch theory”, ha sido desarrollada y difundida a través de su plataforma web “The Egg and the Rock”, donde obtuvo un seguimiento significativo gracias a predicciones exitosas sobre los hallazgos del JWST. En particular, Gough anticipó la observación de formaciones galácticas extremadamente tempranas dominadas por agujeros negros supermasivos, un escenario que sorprendió a gran parte de la comunidad científica. El núcleo de esta teoría sostiene que el universo no comenzó simplemente con un Big Bang aislado, sino que es producto de un proceso evolutivo complejo y en etapas que se retroalimenta, basado en la reproducción y selección natural a escala cosmológica. Siguiendo esta línea, el universo actual habría evolucionado a partir de universos anteriores, en una cadena interminable donde cada generación cósmica sería más compleja y eficiente en su capacidad de “reproducirse” a través de fenómenos asociados a los agujeros negros.
La idea de evolución cósmica retoma algunas definiciones clásicas de evolución biológica, aplicándolas en un sentido mucho más amplio. Para Gough, la formación de agujeros negros supermasivos no es un simple resultado incidental, sino un mecanismo fundamental mediante el cual el universo se estructura y genera nuevas formas de materia y energía. Estos agujeros negros, mediante potentes chorros o jets de materia y radiación, moldean la gran estructura del universo visible: las galaxias, vacíos cósmicos y filamentos. Una pieza esencial en este rompecabezas es la observación del telescopio James Webb, que ha detectado evidencia de galaxias formadas mucho antes de lo previsto por modelos convencionales. La presencia de hidrógeno brillante en periodos muy tempranos del universo, que desafía la comprensión actual, podría ser explicada, según Gough, por la influencia de jets provenientes de esos agujeros negros supermasivos, responsables de dispersar la nube de hidrógeno y permitir la luz observable.
Este dato fortalece la hipótesis de que la evolución del cosmos involucra esos mecanismos energéticos intensos para esculpir su estructura y avanzar hacia estadios más complejos. La teoría también integra la idea de una evolución en tres etapas, donde primero ocurre la formación de estos agujeros negros supermasivos, seguido por la generación de estrellas y galaxias a partir del material alrededor de ellos, y finalmente la aparición de elementos y planetas que permiten el desarrollo de la vida y, en última instancia, la tecnología. En palabras de Gough, la vida y la tecnología representan etapas finales de este proceso evolutivo universal, donde, incluso las tecnologías avanzadas, al crear nuevos tipos de agujeros negros en pequeña escala para aplicaciones energéticas, cumplen un papel en perpetuar la reproducción y complejidad del universo. La visión es que la materia y la energía no solo se organizan de manera creciente, sino que este progreso está orientado hacia la generación de más agujeros negros, cada vez más eficientes para dar origen a nuevas generaciones de universos o estructuras cósmicas. Este enfoque desafía directamente la teoría predominante de la materia oscura fría lambda (ΛCDM), que ha sido el modelo dominante durante décadas pero que hoy enfrenta crecientes discrepancias con observaciones recientes, incluida la rápida formación de estructuras galácticas detectadas por JWST.
La sensatez de la teoría de Gough reside en otorgar un papel funcional activo a los agujeros negros en la evolución universal, más allá de ser simples regiones de colapso gravitacional. Como era de esperarse, la propuesta ha generado opiniones divididas en la comunidad científica. Algunos expertos la desestiman como especulativa o poco seria, tachándola incluso de “locura”. Sin embargo, otros la consideran una hipótesis valiosa que impulsa el debate y la exploración de nuevas perspectivas en un momento en que la cosmología se enfrenta a una encrucijada, marcada por la incapacidad de los modelos tradicionales para explicar ciertas observaciones críticas. Cosmólogos como Jenny Wagner y filósofos como Clément Vidal han expresado interés en que se mantenga un diálogo abierto entre las líneas de investigación convencionales y las alternativas.
Es destacado que, a diferencia de las investigaciones que asumen un único universo de existencia, la teoría de la evolución cósmica contempla un multiverso en constante transformación, lo que permitiría explicar la aparente “sintonía fina” de las constantes universales y la progresión hasta un cosmos capaz de albergar vida y tecnología. Un aspecto crucial es el llamado a superar el escepticismo excesivo y fomentar un ambiente donde teorías innovadoras puedan ser formuladas, debatidas y sometidas a prueba rigurosa en contextos científicos. En última instancia, la ciencia progresó históricamente cuando se aceptaron ideas disruptivas que desafiaron el consenso, allanando el camino para avances definitivos. En el actual panorama, la intersección entre cosmología, biología evolutiva, tecnología y filosofía podría ofrecer claves para comprender de mejor forma la naturaleza profunda del universo. Es importante destacar que la teoría evolutiva universal de Gough no solo plantea hipótesis abstractas sino también ofrece un marco para hacer predicciones observables, lo que la posiciona como una propuesta con capacidad científica legítima.
La observación temprana de galaxias con agujeros negros supermasivos es solo el inicio; futuros datos del JWST y otros instrumentos espaciales podrán validar o refutar aspectos clave del modelo. Así, el universo deja de ser una mera escena de efectos físicos azarosos para transformarse en un sistema que crece y se perfecciona en sucesivas generaciones, con agujeros negros como protagonistas centrales en su reproducción. Esta perspectiva pone a la vida y la inteligencia tecnológica humana como parte integral de un proceso mucho más amplio que trasciende la biología individual y se conecta con la evolución cósmica en un sentido profundo. En síntesis, la teoría de evolución universal propuesta por Julian Gough presenta una visión revolucionaria que integra física, astronomía, biología y tecnología para explicar el origen y desarrollo del cosmos. Frente a los retos y limitaciones del modelo estándar de cosmología, la idea de un universo que evoluciona, reproduce y se adapta a través de mecanismos relacionados con los agujeros negros abre un campo fascinante de investigación que podría transformar la comprensión científica sobre nuestra existencia y el papel de la humanidad en el universo.
Esto invita a científicos, filósofos y público general a mantener una mente abierta y fomentar una investigación multidisciplinaria que pueda conducir a descubrimientos trascendentales. Mientras la búsqueda de respuestas continúa, la relación entre observación, teoría y evolución conceptual en cosmología promete ser uno de los grandes desafíos y aventuras intelectuales del siglo XXI.