En los albores del siglo XXI, el desarrollo tecnológico ha alcanzado un punto sin precedentes, moldeando la vida cotidiana de manera radical y acelerando la globalización en todos los ámbitos. Sin embargo, este avance vertiginoso también ha planteado interrogantes críticos sobre el papel que la tecnología juega en la construcción, o en algunos casos, en la fragmentación de las identidades nacionales y los valores culturales. La obra "The Technological Republic: Hard Power, Soft Belief, and the Future of the West", de Alexander Karp y Nicholas Zamiska, se adentra en esta problemática, ofreciendo una reflexión enérgica y provocadora sobre cómo Silicon Valley y la élite tecnológica han perdido el rumbo en relación con las necesidades y valores de la nación que los vio nacer. El libro plantea que a pesar de la historia gloriosa que precede a la actual era digital —desde la participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial hasta el surgimiento de instituciones como DARPA y el Proyecto Manhattan— la mayoría de los esfuerzos actuales en tecnología parecen destinadas a crear aplicaciones poco trascendentes para el consumidor, como redes sociales y aplicaciones de entretenimiento, alejándose de la idea de contribuir al bien común y a la seguridad nacional. Esta desviación no solo representa un problema tecnológico, sino también un síntoma cultural y político.
Uno de los puntos más críticos del análisis es cómo Silicon Valley, y en general la industria tecnológica estadounidense, se ha percibido cada vez más como un espacio desvinculado del patriotismo y la responsabilidad cívica. La fomentación de una cultura pragmática, individualista y orientada exclusivamente al lucro ha eclipsado la consideración sobre el sentido de pertenencia a una comunidad nacional con objetivos compartidos. El llamado “post-nacionalismo” se refleja en fundadores y líderes que, según los autores, ven a Estados Unidos como una potencia en decadencia, por lo que su prioridad sería maximizar su propio éxito, más que fortalecer el tejido social o la defensa conjunta. Esta desconexión tiene raíces más profundas y estructurales que atraviesan el sistema educativo y los valores culturales. En las últimas dos décadas, las universidades estadounidenses, influenciadas por la lógica del mercado y la idolatría del emprendimiento, han relegado las humanidades a un segundo plano, enfocándose en carreras tecnológicas y empresariales que prometen un retorno inmediato en términos de empleabilidad y rendimiento económico.
En ese proceso, disciplinas que fomentan la reflexión filosófica sobre la ética, la historia y la cultura han menguado, limitando así la formación de ciudadanos con una visión integral de la sociedad y el país. Esta mercantilización de la educación ha producido campus universitarios donde lo que importa es el valor medible y el éxito individual, en detrimento del sentido de comunidad y el diálogo sobre los dilemas morales que enfrenta el mundo contemporáneo. El resultado ha sido una generación de ingenieros y empresarios que, aunque sumamente capacitados, carecen de una brújula ética que oriente sus innovaciones hacia un bienestar colectivo más amplio. Este fenómeno se refleja en la crítica a la invención de aplicaciones “frívolas” que buscan resolver inconvenientes cotidianos superficiales pero dejan de lado los grandes desafíos geopolíticos o sociales. La pregunta que subyace en muchas de estas discusiones es qué significa, en términos prácticos, fomentar un patriotismo tecnológicamente activo y responsable.
La obra de Karp y Zamiska sugiere que es urgente generar un compromiso más profundo entre la innovación y la nación. Este compromiso pasa por retomar el orgullo nacional y por construir una cultura compartida que legitime y oriente el desarrollo tecnológico en función del bien común. Pero, ¿cómo reconciliar el individualismo inherente a la cultura emprendedora con un proyecto colectivo? Aquí es donde crece la idea de una “república tecnológica” basada en la propiedad compartida y la responsabilidad de todos sus integrantes frente a los logros y fallas del sistema. Una sociedad de propietarios, donde quienes lideran también tengan un verdadero interés en el éxito común, podría fomentar una mayor alineación entre el desarrollo tecnológico y las necesidades nacionales. En esta visión, no se trata solamente de que el sector tecnológico sea eficiente y rentable, sino que también asuma un rol activo en la defensa de valores y en la creación de un discurso que fomente la identidad y la cohesión social.
Los autores resaltan el caso de Palantir, empresa que se presenta como ejemplo de cómo volver a alinear la tecnología con intereses nacionales. Palantir, tecnológicamente innovadora y con contratos para aplicaciones militares y de inteligencia, representa la posibilidad de que se pueda construir una tecnología con propósito y compromiso patriótico. No obstante, uno de los vacíos más evidentes en el debate presentado es el papel que deben jugar las humanidades y las ciencias sociales, disciplinas que cultivan el entendimiento de la historia, la ética, la cultura y las artes, elementos clave para sostener los vínculos afectivos y simbólicos que unen a una comunidad nacional. La apropiación de la educación superior por una lógica de mercado ha desplazado a estas disciplinas, y con ello, a quienes las enseñan, fuera del foco central de la sociedad tecnológica. Sin una comprensión profunda del contexto cultural, moral y simbólico, el avance tecnológico puede resultar hueco y desconectado de los anhelos más profundos de la sociedad.
Es fundamental, por lo tanto, que en la construcción de esta república tecnológica no se olvide la necesidad de integrar a profesores, humanistas, artistas y pensadores. Ellos aportan el lente esencial para cultivar el sentido del buen vivir, la búsqueda de la verdad y la belleza, valores que no son negociables si se quiere construir un proyecto sólido y duradero. Quienes propugnan un modelo tecnológico genuinamente patriótico deben encontrar espacios para quienes promueven los valores inmateriales y simbólicos que sostienen una nación. Este dilema también se refleja en el debate coyuntural contemporáneo sobre la inteligencia artificial y otras tecnologías disruptivas. Muchas de estas innovaciones se desarrollan sin un diálogo necesario con la ética, la filosofía y la reflexión sobre el impacto social.
Esta desconexión aumenta los riesgos de apropiación de estas tecnologías para fines que pueden ser nocivos o que exacerban las divisiones sociales. Por otro lado, el libro también invita a una autocrítica profunda sobre la sociedad estadounidense y occidental en general, que durante décadas ha impulsado una secularización y una neutralidad cultural extrema que, paradójicamente, se convierten en una forma de nihilismo colectivo. La tolerancia ilimitada y la aversión a las discusiones sobre valores compartidos provocan un vacío en el discurso público que puede ser aprovechado por fuerzas centrífugas que erosionan la cohesión social. La solución no es simple ni rápida. La reconstrucción de una república tecnológica que sea a la vez innovadora y cohesiva requiere voluntad política, cultural y educativa.
Es imprescindible que se cree un nuevo contrato social en el que la tecnología sea vista como una herramienta para fortalecer la nación en su conjunto y no solo un mecanismo para multiplicar ganancias individuales o crear aparatos efímeros de consumo. Otra dimensión crítica en esta problemática es la relación entre la tecnología y la defensa nacional. En las últimas décadas, el desarrollo de hardware de defensa ha sido eclipsado por el software y la inteligencia artificial, que se están volviendo el verdadero sustento de la seguridad moderna. Sin embargo, la industria tecnológica ha mostrado ambivalencia o incluso rechazo hacia su vinculación con proyectos militares, en parte como reflejo de una juventud que evita involucrarse en la complejidad moral de los conflictos bélicos. Esta reticencia ha dejado un vacío en la innovación en sectores estratégicos, que se intenta llenar con empresas que, como Palantir, abogan por un compromiso renovado con la defensa y la seguridad.