La criptomoneda nació con una filosofía clara: un código abierto que permitía la transparencia, la revisión comunitaria y la colaboración global. Las primeras propuestas, encabezadas por Bitcoin, se construyeron sobre la base de que cualquier persona podía auditar el código, crear versiones alternativas y participar en un sistema que redefinía la confianza financiera. Este proyecto no solo revolucionó la forma en la que se conciben las finanzas, sino que ofreció una alternativa al control centralizado de los bancos y gobernanzas. Sin embargo, a medida que el ecosistema maduró y se profesionalizó, una tendencia preocupante comenzó a tomar fuerza: la migración hacia el desarrollo de código cerrado. La esencia original de las criptomonedas gira en torno a la apertura y la descentralización.
Permitir que el código sea público reservó la posibilidad de detectar errores, mejorar sistemas y asegurar que ningún actor tuviera control absoluto. Pero abrir la puerta a la innovación también trajo problemas. Algunos proyectos rodeados de una comunidad vibrante se vieron replicados rápidamente, con bifurcaciones y clones que competían agresivamente adoptando estrategias orientadas a la velocidad y la reducción de costos de transacción, sacrificando en el proceso ciertos valores fundamentales como la robustez y la transparencia. Plataformas de finanzas descentralizadas (DeFi) se multiplicaron con copias exactas que favorecían solo la sobreoferta y confundían a los usuarios, dificultando la confianza tanto en nuevas plataformas como en las ya establecidas. Frente a esta realidad, varias empresas y desarrolladores optaron por un modelo cerrado, tratando de proteger así sus innovaciones, código y propiedad intelectual.
La idea sugerida es que al mantener el código oculto, dificultan el trabajo a potenciales atacantes o malos actores que busquen explotar vulnerabilidades. Pero esta estrategia, conocida como seguridad por oscuridad, suele ser criticada y con razón. Ocultar el código en lugar de mejorarlo no fortalece la seguridad, solo la oculta a simple vista, incrementando los riesgos y la falta de confianza entre usuarios. El caso representativo que puso en evidencia la fragilidad de esta lógica fue el exploit en Loopscale, una plataforma de lending DeFi sobre Solana. Apenas semanas después de su lanzamiento, pese a ser cerrado y con la intención de no exponer públicamente su código, sufrió un ataque de 5.
8 millones de dólares debido a una manipulación en los parámetros de los colaterales. Este episodio demostró que una estrategia basada exclusivamente en cerrar el código no garantiza la protección, y en ocasiones puede entorpecer las auditorías y soluciones rápidas. Además, el ejemplo de Loopscale reavivó una pregunta central en el debate: ¿La seguridad se encuentra realmente en la oscuridad o en la transparencia? Ingenieros como Jordan de Anza, empresa que investiga problemas de Solana, señalan que cuando un pequeño grupo controla el código sin supervisión, los usuarios deben confiar ciegamente en ellos, sin ningún mecanismo de verificación abierta. En sectores como el DeFi, donde millones de dólares están en juego y la confianza es vital, esta dependencia exclusiva de desarrolladores cerrados representa una vulnerabilidad. A pesar de la problemática, las estadísticas recientes señalan una preferencia predominante por el código abierto en ecosistemas clave.
En Solana, por ejemplo, a finales de 2021 los proyectos de código cerrado dominaban, pero para abril de 2025 más del 90% del valor bloqueado en DeFi pertenecía a protocolos abiertos, reflejando el respaldo comunitario y la confianza enfocada en la transparencia. Este cambio también se manifiesta en la promoción activa de auditorías, programas de recompensas por identificar bugs y licencias inteligentes que permiten proteger ideas sin renunciar a la apertura. Pero, ¿por qué entonces crece la tendencia hacia el código cerrado? La respuesta surge de la profesionalización y la convergencia entre lo cripto y el sistema financiero tradicional. Firmas importantes del espacio buscan ahora obtener licencias bancarias, adaptarse a regulaciones estrictas e integrarse en la infraestructura institucional. En este contexto, el código cerrado se convierte en una herramienta estratégica para proteger propiedad intelectual, asegurar ventajas competitivas y reducir riesgos legales.
Desde esta perspectiva, no es una traición a los valores iniciales sino una evolución pragmática en un entorno regulado y competitivo. Este fenómeno no es exclusivo del universo cripto. El ámbito de la inteligencia artificial también refleja tensiones similares. Por ejemplo, la aparición de modelos AI open source de bajo costo como DeepSeek en China generó debates sobre seguridad y control ético. Investigadores advierten que sin guardas específicos, la apertura puede permitir la creación y difusión de software malicioso de forma rápida y descontrolada, evidenciando la necesidad de equilibrar innovación con responsabilidad.
Sin embargo, defensores del código abierto argumentan que cerrar el acceso no es la solución y que el verdadero valor del open source está en la colaboración colectiva para detectar problemas y fortalecer sistemas. Expertos como Mikko Ohtamaa remarcan que aunque la mayoría de usuarios no comprenden el código, basta una persona honesta para analizarlo y prevenir fraudes. También señalan que hay modelos de licenciamiento que permiten proteger ideas sin sacrificar transparencia, destacando ejemplos reales en la comunidad DeFi. Los beneficios de mantener proyectos abiertos van más allá de la seguridad técnica: facilitan la innovación constante, democratizan el acceso a tecnologías y preservan la filosofía original de descentralización y confianza. Informes empresariales también confirman que soluciones open source son igual o más seguras que otras cerradas, evidenciando que la exposición del código fomenta revisiones y mejoras continuas.
La transparencia es un pilar fundamental para la criptografía y las tecnologías blockchain. Sin ella, la verifica-ción y auditoría desaparecen, dejando espacio para sistemas centralizados que vulneran el principio esencial de baja confianza en terceros. Por eso, muchos en la comunidad cripto insisten en que abandonar el open source implica una retirada de la esencia revolucionaria y democrática que definió el sector desde sus inicios. En conclusión, el debate entre open source y código cerrado en el mundo cripto no es solo técnico sino filosófico y social. Las exigencias regulatorias, la búsqueda de estabilidad financiera y la presión comercial empujan hacia modelos cerrados que prometen protección y exclusividad.
No obstante, la historia reciente y la experiencia colectiva prueban que la seguridad no reside en ocultar sino en exponer y colaborar. La integridad y el alma de la criptomoneda dependen de mantener un equilibrio que respete la transparencia y la apertura sin dejar de evolucionar para enfrentar nuevos desafíos. Este momento representa una encrucijada para la industria: abrazar un modelo cerrado que puede facilitar la integración con sistemas tradicionales o reforzar el open source como base para un futuro descentralizado, colaborativo y más seguro. La dirección que elija el ecosistema definirá no solo la tecnología sino también los valores que la criptomoneda quiere representar en las próximas décadas.