La noche trae consigo ecos de dolor y recuerdos que se niegan a desvanecerse. Para Kfir Hod, un joven de 23 años, las horas de oscuridad se convierten en momentos de reflexión sobre la tragedia que ha marcado su vida: la muerte de sus amigos a manos de un ataque terrorista. “A menudo pienso en ellos, en mis amigos que fueron asesinados. Y empiezo a temblar”, confiesa Kfir, sus palabras impregnadas de una tristeza profunda que resuena en su voz. Kfir había regresado recientemente de un viaje a Sudamérica cuando decidió asistir al Festival Nova, un evento que prometía diversión y música, pero que se convertiría en un escenario de horror.
Aquella noche, la vida de Kfir cambió para siempre, y su relato se convierte en un homenaje a quienes perdieron la vida: Shaked Habani, Gili Hadar, Nir Forti, Roya Manzuri, Avraham, entre otros. “No eran personas de violencia o de odio, eran personas de puro amor. Eran ángeles cuyas vidas fueron truncadas por animales violentos”, dice con la voz entrecortada. El contexto de su experiencia es oscuro y caótico. Cuando los cohetes comenzaron a caer, Kfir y su grupo de alrededor de 60 amigos intentaron tomar decisiones rápidas en medio del pánico que reinaba a su alrededor.
“Tuvimos que actuar rápidamente. Escuchamos a dos policías gritar que había terroristas en la zona y que debíamos salir corriendo”, recuerda. Lo que siguió fue un torbellino de movimiento: amigos separándose, decisiones difíciles sobre a dónde ir, y el sonido aterrador de disparos a su alrededor. A medida que las balas zumbaban, Kfir cuenta que corrió como si no tocara el suelo. Su mente se enfocó en la supervivencia.
“Corrí 17 kilómetros. No me detuve ni miré hacia atrás. Solo sabía que tenía que seguir”. La desesperación de aquellos momentos se siente incluso ahora, mientras Kfir narra su experiencia. El miedo era palpable; el alarido de la gente y la incertidumbre de lo que estaba por venir estaban en cada rincón.
“Era una locura. La gente lloraba, gritaba preguntando por el ejército, pero yo sabía que estaban haciendo todo lo que podían”, asegura. Mientras otros buscaban refugio en zanjas, Kfir se encontró con un amigo que estaba en un estado de shock. “Lo vi sentado entre espinas en medio de un campo. Se llamaba Roi.
Le dije que era su amigo y que no lo dejaría solo. Le cargué sobre mi espalda y seguimos adelante”. La llegada a casa fue un momento de mezcla de emociones. Kfir quería mostrar fortaleza ante su madre, quien había estado angustiada por su seguridad. Sin embargo, cuando finalmente se encontraron, él no pudo contener el llanto.
“Le grité: ‘¡Mamá, no soy un hombre grande, soy un niño que ha pasado por lo peor y necesito tu abrazo!’”. Fue en esos brazos maternos donde encontró un breve alivio a su pain. A pesar de haber encontrado refugio en su hogar, el eco de la tragedia nunca lo abandona. Sus noches se convierten en una lucha constante entre el deseo de recordar a sus amigos y el miedo que esto le provoca. “Hago esto para que el mundo sepa sus nombres.
Estoy aquí para recordarles. Somos una nación unida”, afirma con determinación. La experiencia de Kfir se transmite en su participación con otros sobrevivientes. Juntos, han formado un vínculo profundo marcado por la música, un elemento que se ha convertido en un refugio emocional. “Estamos creando un espectáculo porque somos un pueblo que ama la música.
Es una forma de sanar”, explica. Estas iniciativas son vitales para su bienestar emocional, brindando un espacio donde pueden compartir su dolor y encontrar consuelo en la fortaleza colectiva. La historia de Kfir no es solo una narración de horror, sino también un testimonio de resiliencia. Cada vez que se refiere a sus amigos caídos, la tristeza es evidente, pero también hay una chispa de lucha. “Algo murió en mí el 7 de octubre.
Pero lo que me mantiene vivo es hablar sobre ellos. No tengo mucho por lo que vivir, pero lo hago por ellos. Estoy agradecido de poder respirar aún”, dice. En un contexto más amplio, su historia resuena con el dolor de una comunidad que se siente constantemente amenazada. La historia de su abuela, sobreviviente del Holocausto, añade otra capa de significado a su experiencia.
“La gente intenta matarnos en cada generación porque somos judíos. Nos envidian por nuestra fe y amistad. Por eso tenemos que mantenernos fuertes y unidos”, sostiene con un tono de desafío. Las palabras de Kfir son un recordatorio del precio que pagaron tantos inocentes. En un mundo donde los conflictos parecen complejos y a menudo confusos, su mensaje es claro.