La National Science Foundation, por sus siglas NSF, ha sido durante tres cuartos de siglo uno de los pilares fundamentales que sustentan la ciencia y la innovación en Estados Unidos. Esta institución ha financiado investigaciones básicas en áreas tan esenciales como la inteligencia artificial, la ciberseguridad, los materiales cuánticos, el cambio climático y mucho más. Además, su rol en la formación de estudiantes de posgrado y en el apoyo a investigadores emergentes garantiza la renovación constante del talento científico en el país. Sin embargo, en tiempos recientes, la NSF enfrenta un desmantelamiento institucional sin precedentes que podría tener consecuencias negativas de vasta magnitud. Esta crisis comenzó a tomar forma con la drástica decisión de eliminar las 37 divisiones de investigación de la NSF, una medida que responde a presiones políticas provenientes del Ejecutivo.
La medida no se trata meramente de una reforma administrativa sino de una reestructuración profunda que, según expertos, apunta a centralizar el control de las decisiones de financiamiento alejándolas del criterio de los expertos científicos para someterlas a filtros político-ideológicos. El cambio implica que los directores de división, quienes hasta ahora tenían la autoridad clave para aprobar las propuestas de investigación en sus áreas de especialización, perderán ese poder. En su lugar, nuevas capas de revisión, cuyos responsables aún no han sido identificados claramente, velarán por que los proyectos cumplan con ciertas prioridades políticas más que científicas. Esta transición no solo reduce la transparencia sino que también pone en riesgo la calidad y diversidad del conocimiento generado. Uno de los ámbitos más impactados por este reajuste es la investigación sobre temas sociales y sanitarios críticos como el cambio climático, las vacunas, el VIH/SIDA y el COVID-19, áreas que han sufrido fuertes recortes de financiación.
Además, estudios relacionados con la diversidad en la ciencia también han sido afectados, lo que podría influir en el desarrollo inclusivo de la comunidad investigadora. El trasfondo político de estos cambios genera inquietud en la comunidad científica, que ve en ellos un intento de alinear los fondos públicos con una agenda ideológica particular, en vez de responder a las necesidades reales y a largo plazo de la sociedad y la ciencia. La preocupación va más allá del ámbito académico y se extiende hacia la economía nacional, pues la inversión pública en investigación y desarrollo ha demostrado históricamente ser uno de los motores más potentes del crecimiento económico sostenido. Estudios realizados por entidades como la Reserva Federal de Dallas revelan que la inversión en investigación y desarrollo no orientada al sector defensa produce retornos económicos que oscilan entre el 150% y 300% a largo plazo. Este tipo de inversión ha sido responsable de cerca de un cuarto del crecimiento en productividad de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial.
Por lo tanto, reducir el apoyo a la NSF no solo pone en riesgo el liderazgo científico del país, sino que también podría traducirse en pérdidas económicas significativas y en una menor competitividad global. Otro punto crítico es la fuga de talentos científicos, conocida como brain drain, que se está intensificando debido a la incertidumbre en la financiación, la interferencia política y la falta de respaldo institucional. Cada vez más científicos estadounidenses consideran emplearse en el extranjero, lo que debilita a la nación en su conjunto en la carrera global por la innovación y la tecnología. La pérdida de la NSF como entidad autónoma y confiable también amenaza la libertad académica y la naturaleza abierta de la investigación federal. La comunidad científica ha sido históricamente un espacio en el que las ideas se evalúan en base a su mérito, mediante rigurosos procesos de revisión por pares.
La política actual parece reemplazar estos principios por criterios voluntarios menos claros y más politizados, situación que podría desincentivar la diversidad de pensamiento y la exploración de líneas de investigación no alineadas con la agenda oficial. El impacto de estas decisiones no se limita al contexto nacional. Estados Unidos siempre ha sido un referente global en ciencia y tecnología, gracias en parte a instituciones confiables, transparentes y con un fuerte compromiso con la excelencia. Desmantelar la NSF podría afectar la capacidad del país para enfrentar desafíos globales urgentes como las pandemias, el cambio climático y las amenazas a la seguridad nacional que emergen con tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial. A pesar de la gravedad de esta situación, existen vías para reformar la NSF sin sacrificar su independencia ni su eficacia.
La modernización del sistema de financiación podría enfocarse en mejorar la transparencia, fortalecer la rendición de cuentas, desarrollar programas específicos de alto impacto y aumentar la capacidad operativa de la institución. Estas estrategias permitirían alinear la investigación pública con las necesidades de la sociedad sin poner en riesgo la calidad científica ni la diversidad investigativa. Además, se hace necesario incrementar la inversión pública en ciencia y tecnología, teniendo en cuenta los retornos económicos y sociales comprobados que estas generan. La ciencia no debe ser vista como un gasto sino como una inversión esencial para el futuro del país y el bienestar de toda la población. En resumen, el desmantelamiento de la NSF representa un grave retroceso para la ciencia y la economía estadounidenses.
La pérdida de divisiones especializadas, la centralización del control en manos no expertas y los recortes presupuestarios pueden traducirse en una menor innovación, pérdida de talento y un debilitamiento general del liderazgo estratégico del país. A la par, estas medidas contradicen la necesidad urgente de enfrentar retos globales con soluciones basadas en evidencias y conocimiento riguroso. Restaurar las divisiones de la NSF, proteger el proceso de revisión por pares, reforzar la capacidad del personal y reafirmar la autonomía de la institución es fundamental para asegurar que la ciencia continúe siendo un motor de progreso social y económico. La inversión en investigación básica debe profundizarse y orientarse hacia impactos duraderos que permitan a Estados Unidos mantener su posicionamiento como líder mundial en innovación. Frente a la incertidumbre que enfrentamos, la comunidad científica, los responsables políticos y la sociedad en general deben unirse para reivindicar la importancia de una NSF fuerte, independiente y vigorosa.
Solo así se podrá preservar el futuro del conocimiento, la tecnología y el desarrollo económico que han sustentado durante décadas el bienestar y la competitividad estadounidense en el escenario global.