En la década de los noventa y los primeros años del milenio, la cultura gastronómica experimentó un auge fascinante gracias al surgimiento de una figura conocida como el 'foodie', aquel entusiasta de la gastronomía que buscaba, descubría y difundía experiencias culinarias con una pasión casi obsesiva. Sin embargo, después de más de treinta años de evolución, esta época ha llegado a su fin. La forma en que consumimos comida, cómo nos relacionamos con ella y los motivos por los que salimos a comer han cambiado radicalmente. Entender este fenómeno implica analizar varios factores desde la expansión de la oferta gastronómica hasta las nuevas dinámicas digitales que han transformado las costumbres sociales y culturales alrededor de la comida. Los años noventa fueron un punto de partida crucial para el periodismo gastronómico profesional, en particular en ciudades como Nueva York donde escritores especializados comenzaron a explorar más allá de la alta cocina clásica francesa e italiana, destinadas a un público exclusivo.
En esa época, las críticas gastronómicas aún eran nicho, ejercidas por periodistas que no sucumbían al glamour ni los influencers, y que buscaban la autenticidad y la calidad en nuevos sabores y propuestas menos conocidas. Aquellos primeros 'foodies' tenían un apetito insaciable por explorar la diversidad que traían los restaurantes inmigrantes, que ofrecían platos de culturas que antes apenas se conocían fuera de sus comunidades, como las cocinas senegalesa, india, tailandesa o peruana. Mientras la cantidad de restaurantes crecía lentamente, el gusto por la aventura gastronómica se consolidaba en una nueva tendencia llamada la 'Edad del Foodismo'. Fue un fenómeno social que exaltaba la comida como el centro de la vida cultural y social. Más allá de un acto de nutrición, comer afuera se transformó en un ritual meticuloso, en una experiencia casi artística y una categoría de entretenimiento.
Esta obsesión culinaria desplazó otras actividades sociales tradicionales, como ir al cine o a conciertos, haciendo que la mesa se convirtiera en el principal foco del ocio. En paralelo, los primeros años de internet comenzaron a revolucionar las formas en que se compartía la información gastronómica. Blogs especializados, páginas web de críticas y más adelante plataformas como Yelp cambiaron la manera de evaluar y descubrir restaurantes. No obstante, el auge de las redes sociales en la segunda década del 2000 implicó un giro aún más profundo. Instagram, TikTok y YouTube introdujeron la visualidad como el principal medio para experimentar la gastronomía, con imágenes y videos llamativos que priorizaban la estética sobre el sabor, el contexto cultural y la interacción directa con los creadores del platillo.
Estos cambios tecnológicos se conjugaron con una transformación económica en el sector. La gentrificación, la subida exponencial de los precios de los insumos y la dificultad para encontrar personal bien capacitado hicieron crecer el costo de las experiencias gastronómicas. Lo que antes podía ser una aventura accesible a muchos hoy se ha vuelto una exclusividad para pocos. Restaurantes que antes servían platillos humildes con historia y sazón tradicional han sido reemplazados o elevados a niveles de lujo inaccesibles, muchas veces desvinculándose de sus raíces y dejando de ser espacios comunitarios para convertirse en vitrinas hipermodernas. El modelo de servicio tradicional también ha desaparecido en gran medida.
Los restaurantes con atención personalizada, donde se podía charlar con los dueños y dejarse recomendar, dan paso a formatos contrarios, muchas veces sin meseros y con sistemas de pedido automatizados. Esto se traduce en una experiencia más rápida y eficiente, pero también más despersonalizada. En tiempos post-pandemia, con el auge de las terrazas y servicios para llevar, el disfrute de la comida se fragmenta y se pierde parte de la esencia que definía la antigua 'era foodie'. La cultura del 'foodie' ha entrado en crisis simbólica. La palabra misma ha adquirido connotaciones negativas o banales, dependiendo del contexto.
De ser una etiqueta orgullosa para quienes amaban descubrir, aprender y compartir saberes gastronómicos, pasó a ser utilizada peyorativamente para describir comportamientos superficiales ligados a buscar tendencias virales o el reconocimiento social inmediato. En la actualidad, muchas personas disfrutan de alimentos que no necesariamente conocen o aprecian en profundidad, motivadas principalmente por la novedad pasajera o el estatus virtual que estos consumos generan. A pesar de este panorama, también surgen señales alentadoras que apuntan a un renacer de la gastronomía más auténtica y cercana. Un sector creciente promueve un regreso a la simplicidad, a valorar el sabor real por encima del espectáculo, el respeto por ingredientes locales y de estación, y el apoyo consciente a pequeños negocios con raíces genuinas. Comer bien no implica necesariamente pagar precios extravagantes ni perseguir modas efímeras, sino disfrutar una comida que aporte placer, nutrición y sentido.
La globalización ha llevado a un enriquecimiento sin precedentes en la diversidad culinaria accesible, pero también plantea desafíos para preservar las historias y tradiciones detrás de cada plato. Reconocer el trabajo de los inmigrantes y sus descendientes que han forjado estas cocinas es clave para entender que la gastronomía es una construcción colectiva y dinámica, no solo un producto comercial o mediático. Hoy, más que nunca, la comida debe entenderse como un acto cultural, una conexión entre el productor, el cocinero y el comensal, y una aventura que involucra los sentidos más allá de la vista. La reflexión sobre el fin de la era del 'foodie' invita a repensar nuestra relación con la comida y a buscar un disfrute más honesto, consciente y respetuoso que privilegie la experiencia y el valor real sobre la apariencia y la superficialidad. En última instancia, la historia de la gastronomía contemporánea refleja también los cambios sociales y tecnológicos de nuestra era.
De la intimidad de la mesa compartida al espectáculo digital, pasando por la exclusividad de la alta cocina hasta la democratización a través de formatos rápidos y accesibles, el paisaje gastronómico no deja de transformarse. Abrazar estos cambios con crítica y apertura es la mejor manera de honrar el legado de aquellos primeros foodies que soñaron con una cultura culinaria vibrante y diversa, y construir una nueva etapa que combine autenticidad, accesibilidad y placer genuino.