La mente humana siempre ha buscado apoyos externos para potenciar su capacidad cognitiva. Desde simples cuadernos hasta complejas computadoras, la integración de herramientas externas ha permitido que nuestro pensamiento se expanda más allá de las limitaciones biológicas del cerebro. El concepto de "mente extendida", propuesto por los filósofos Andy Clark y David Chalmers, destaca cómo la cognición no es un proceso aislado dentro del cráneo, sino que se extiende al entorno mediante la interacción con objetos y tecnologías. Sin embargo, en los últimos años, la irrupción de la inteligencia artificial, en particular los grandes modelos de lenguaje o LLM por sus siglas en inglés, ha traído una transformación profunda y compleja en esta relación entre mente e instrumento. Hasta hace poco, la manera en que empleábamos las herramientas digitales para expandir nuestra mente era relativamente clara.
Las páginas web, enciclopedias en línea como Wikipedia y motores de búsqueda en internet funcionaban como depósitos pasivos de información. Nosotros, como usuarios, éramos quienes ejercíamos el papel principal en el proceso cognitivo. Seleccionábamos, contrastábamos y sintetizábamos la información que obteníamos, apoyándonos en múltiples señales como la reputación del sitio, el diseño visual o el lenguaje utilizado para decidir la validez y utilidad de los datos. En ese sentido, el pensamiento seguía siendo eminentemente nuestro, con la tecnología como soporte no intrusivo. La llegada de los LLM, tecnologías capaces no solo de recuperar sino de generar contenido textual coherente y creativo, abre una nueva etapa en la historia de la mente extendida.
A diferencia de los motores de búsqueda tradicionales, estas inteligencias artificiales no solo responden o redirigen a información existente, sino que crean respuestas, explicaciones y resúmenes basados en modelos estadísticos extraídos de vastos volúmenes de texto. El usuario no solo consume sino que dialoga, solicita, afina y modifica el contenido generado. Este cambio supone una reconfiguración profunda de la dinámica cognitiva: menos tiempo se destina a la búsqueda inicial y más a la formulación precisa de las preguntas o indicaciones (los llamados “prompts”) y a la evaluación crítica de lo ofrecido por la máquina. Sin embargo, esta capacidad generativa trae consigo importantes retos para nuestro modo de pensar. Los LLM aprenden a partir de enormes corpus de datos que reflejan el saber y los prejuicios de diversas fuentes humanas.
Esto implica que las respuestas que producen pueden contener sesgos culturales, sociales, políticos y de género, muchas veces soterrados bajo un lenguaje aparentemente neutro y objetivo. La dificultad radica en que estos sesgos no siempre son evidentes, y suelen manifestarse de manera sutil, afectando la visión de mundo y las ideas que el usuario construye a partir de ellos. Esta situación plantea una exigencia inédita para la mente humana: no basta con confirmar la veracidad de los hechos, sino que se debe analizar críticamente el trasfondo ideológico y las suposiciones que sostienen las formulaciones generadas por la inteligencia artificial. La aceptación acrítica de estos contenidos puede llevar a la internalización de visiones parciales o distorsionadas, perpetuando así estereotipos y prejuicios. De esta manera, el pensamiento es susceptible de ser moldeado por una entidad externa que no es neutral, sino el resultado de un entrenamiento condicionado por la historia y cultura humana, con sus luces y sombras.
Otro desafío significativo es el impacto que tiene la fluidez, coherencia y elegancia del lenguaje generado por los LLM en nuestra percepción y argumentación. La inteligencia artificial puede ofrecer respuestas convincentes y bien estructuradas que, sin embargo, carecen de profundidad, equilibrio o espíritu crítico. La belleza del discurso puede seducir al usuario, haciendo que disminuya su capacidad para formular argumentos independientes y analizar en detalle el contenido. La mente adaptada a esta nueva forma de extenderse debe ser constantemente consciente de la diferencia entre la forma y el fondo, entre un texto atractivo y un razonamiento sólido. Además, el propio proceso de interacción con la inteligencia artificial se ve influenciado por las expectativas, sesgos y preferencias del usuario.
Las indicaciones que se dan al modelo no son inocentes ni neutrales; reflejan las creencias y deseos de quien pregunta. Esto puede generar una especie de cámara de eco donde el LLM tiende a confirmar lo que el interlocutor espera o quiere escuchar, en lugar de ofrecer perspectivas divergentes o desafiantes. Para evitar la autocomplacencia intelectual, es vital mantener una actitud de búsqueda constante de contrapuntos y de cuestionamiento intenso, también dentro del diálogo con la inteligencia artificial. Pensar con LLMs representa una oportunidad sin precedentes para aumentar nuestra eficiencia y capacidad creativa. La colaboración humano-máquina puede acelerar procesos, ofrecer nuevos caminos y expandir horizontes del conocimiento.
No obstante, exige de nosotros una vigilancia cognitiva renovada y activa. Nuestra mente extendida se vuelve más poderosa, pero en paralelo requiere desarrollar un sentido crítico más agudo ante la aparición constante de sesgos, la influencia poderosa de las formulaciones y el riesgo permanente de información engañosa o incompleta, sin olvidar que la «verdad» proporcionada por el AI puede venir acompañada de presupuestos ideológicos ocultos. Habitar este nuevo paisaje cognitivo impone la necesidad de equilibrar la confianza y el escepticismo. Evaluar no solo el qué, sino el cómo y el por qué detrás de cada respuesta automatizada es fundamental para mantener la autonomía del pensamiento. La educación y la alfabetización digital cobran un rol central en la formación de usuarios conscientes que no deleguen pasivamente su juicio sino que se conviertan en interlocutores activos, críticos y exigentes con las inteligencias artificiales.
En última instancia, el concepto de la mente extendida encuentra en los LLM un punto de inflexión que obliga a repensar nuestra relación con las tecnologías cognitivas. En lugar de herramientas pasivas, la inteligencia artificial dialogante redefine la frontera entre lo interno y lo externo, imponiendo nuevas normas y responsabilidades para preservar la integridad del pensamiento humano. La clave está en comprender que extender la mente no significa delegar la mente; el futuro radica en cultivar una alianza consciente y crítica que aproveche las ventajas técnicas sin sacrificar la profundidad y riqueza del raciocinio humano.