En el corazón de las Bahamas, en una lujosa penthouse con vistas al océano turquesa, se gestaba una historia de ambición, engaño y la desilusión de un movimiento que prometía cambiar el mundo: el altruismo efectivo. Sam Bankman-Fried, el joven genio detrás de la exchange de criptomonedas FTX, había emergido como una figura clave en el movimiento, que proponía utilizar la riqueza de manera racional y maximizar el impacto positivo en la vida de los demás. Sin embargo, lo que parecía ser un faro de esperanza se transformó rápidamente en una tragedia que dejó en ruinas la reputación de un paradigma idealista. Para entender cómo el altruismo efectivo llegó a su fin en la opulencia de la penthouse de Bankman-Fried, es esencial retroceder a sus orígenes. El altruismo efectivo surgió en la década de 2010 como una respuesta al filantropismo tradicional, abogando por un enfoque basado en la evidencia sobre cómo hacer el mayor bien posible.
Mentes brillantes como Elie Hassenfeld y Toby Ord fundaron organizaciones como GiveWell y 80,000 Hours, que buscaban dirigir recursos a las causas más efectivas, ya fuera la lucha contra enfermedades, la reducción del sufrimiento animal o la lucha contra el cambio climático. Bankman-Fried se unió a este movimiento con aplomo. De una familia académica influyente y altamente educada, él mismo era un estudiante destacado en el MIT. Cuando fundó FTX, su fortuna creció de manera meteórica, así como su compromiso de donar una parte significativa de sus ingresos a causas altruistas. A medida que la empresa alcanzaba un valor de miles de millones de dólares, la imagen de Bankman-Fried como el ‘rey del altruismo efectivo’ se consolidó.
Se convirtió en un orador habitual en conferencias internacionales, impulsando su visión de un mundo donde la generosidad y la razón se entrelazaban. Sin embargo, bajo la superficie de esta narrativa brillante, comenzaron a surgir señales de advertencia. Mientras Bankman-Fried se presentaba como un defensor del altruismo, su estilo de vida era todo lo contrario. La penthouse en la que vivía era un símbolo de su fortuna exorbitante. Equipado con lujosos muebles diseñados a medida, bares de cócteles y una vista que deslumbraba incluso a los más jaded, el espacio se convirtió en un escenario donde la realidad del altruismo efectivo fue puesta a prueba.
La paradoja era evidente: un hombre que predicaba la humildad y la altruismo, encerrado en su torre de marfil, disfrutando de todos los placeres que el dinero podía comprar. A medida que FTX crecía, también lo hacía la presión. Las expectativas eran altas, no solo por su éxito empresarial, sino por su moralidad. La comunidad del altruismo efectivo, que había visto en él un modelo a seguir, comenzó a cuestionar si sus principios se habían desvanecido en la bruma del poder y la ambición. Era la culminación de una tensión inherente al movimiento: ¿hasta qué punto es aceptable acumular riquezas personales mientras se aboga por la redistribución de recursos? El quiebre llegó de manera imprevista en noviembre de 2022, cuando FTX se declaró en quiebra de forma repentina.
Las consecuencias fueron devastadoras. Inversores, desde individuos hasta grandes fondos de inversión, fueron sorprendidos por la magnitud del colapso. Mientras Bankman-Fried luchaba por contener el desastre, la noticia se propagó rápidamente, y su imagen como altruista se desmoronó. Lo que antes había sido un símbolo de esperanza se convirtió en una historia de advertencia sobre los peligros de la avaricia y la ambigüedad moral. Las críticas no tardaron en llegar.
Desde académicos hasta antiguos colegas en el movimiento de altruismo efectivo, la condena fue unánime. Se preguntaban cómo alguien que había vociferado sobre la importancia de hacer el bien podía haber estado en el centro de un escándalo financiero que afectó a tantas personas. La confianza que había depositado en el altruismo efectivo había sido traicionada. Los detractores señalaron que el modelo mismo, basado en la lógica fría de maximizar el impacto, podía desdibujar la línea entre el bien y el mal. Mientras tanto, los efectos de la caída de FTX se sentían en todo el mundo.
Donaciones a organizaciones benéficas se desaceleraron, y muchos proyectos cruciales se vieron amenazados por la falta de financiación. El sueño de cambiar el mundo a través del altruismo efectivo se había hecho añicos, y el movimiento enfrentaba preguntas incómodas sobre su futuro. En los meses posteriores a la quiebra, el nombre de Sam Bankman-Fried se convirtió en un punto de referencia en la conversación sobre la ética en los negocios y el altruismo. Cualquier discusión sobre el futuro del altruismo efectivo llevaba un peso adicional, marcado por el escepticismo y la herencia de su fracaso. La historia de Bankman-Fried no es solo una narrativa de caída, sino una invitación a la reflexión sobre las estructuras que sustentan movimientos como el altruismo efectivo.