La memoria humana es uno de los fenómenos más sorprendentes y complejos de la biología. A pesar de que las moléculas que conforman nuestro cerebro se reemplazan cada ciertos días o semanas, algunos recuerdos persisten durante años o incluso toda la vida. ¿Cómo es posible que esta continuidad exista en un entorno tan dinámico y cambiante? Esta pregunta, que ha intrigado a científicos durante décadas, encuentra una respuesta prometedora en un vínculo molecular entre dos proteínas que juegan un papel central en la formación y mantenimiento de la memoria. Todd Sacktor, un destacado neurocientífico, ha dedicado gran parte de su vida a desentrañar los misterios de la memoria a nivel molecular. Su interés inicial surgió a raíz de un recuerdo personal profundamente vívido que superó el paso del tiempo, pese a su naturaleza aparentemente fugaz.
Inspirado por la pregunta planteada por Francis Crick en 1984 sobre cómo las memorias pueden persistir cuando las moléculas cerebrales tienen una vida tan corta, Sacktor centró su investigación en las sinapsis, aquellos puntos de conexión entre neuronas donde se establecen las bases del aprendizaje y la memoria. Durante sus investigaciones en las décadas posteriores, Sacktor identificó una proteína llamada PKMζ, que se mostraba vital en el fortalecimiento de las conexiones sinápticas en el hipocampo, una región del cerebro particularmente involucrada en la memoria de eventos y espacios. Sus experimentos demostraron que, cuando se bloqueaba la actividad de PKMζ, las memorias formadas se debilitaban o incluso desaparecían. Esto posicionó a PKMζ como una pieza fundamental en el rompecabezas de la memoria a largo plazo. Sin embargo, hallazgos posteriores generaron controversia al mostrar que ratones genéticamente modificados para carecer de PKMζ seguían siendo capaces de formar recuerdos, lo que llevó a la comunidad científica a cuestionar el papel exclusivo de esta proteína.
Sacktor, lejos de abandonar la hipótesis, junto con su colaborador André Fenton, descubrieron que existía un sistema de respaldo molecular que permitía mantener la función en ausencia de PKMζ, un mecanismo que añadió una capa adicional de complejidad a la comprensión del fenómeno. El avance decisivo llegó con la identificación de la proteína KIBRA, un componente menos estudiado pero clave en este entramado. KIBRA actúa como una molécula andamio o soporte que ayuda a fijar PKMζ en lugares específicos dentro de las sinapsis, asegurando que la actividad necesaria para fortalecer y mantener las conexiones neuronales ocurra en los sitios correctos. La unión persistente entre KIBRA y PKMζ forma un complejo que perpetúa la memoria, incluso cuando las moléculas individuales se degradan y se reemplazan constantemente. Las investigaciones recientes lideradas por Sacktor, Fenton y su equipo, utilizando técnicas avanzadas de fluorescencia para observar el comportamiento de estas proteínas en tejido cerebral, confirmaron que la formación de complejos KIBRA-PKMζ es inducida por la actividad sináptica y es fundamental para mantener la fuerza de las conexiones neuronales implicadas en recuerdos específicos.
Estudios en animales demostraron que interrumpir esta interacción no solo impedía la formación de nuevos recuerdos, sino que también podía borrar memorias ya consolidadas, incluso semanas después de haberse formado. Este modelo molecular brinda una respuesta elegante a la antigua cuestión planteada por Crick respecto a la estabilidad de la memoria frente a la volatilidad molecular del cerebro. La clave no reside en que una molécula sea eterna, sino en que el vínculo entre ellas forme una estructura estable que permite la sustitución ordenada y precisa de componentes, como un cambio de piezas en un mecanismo en funcionamiento constante, preservando la esencia de la memoria. Además, la función de KIBRA como una etiqueta sináptica que guía a PKMζ hacia los lugares donde deben actuar explica cómo un solo neurón, con miles de conexiones, puede fortalecer selectivamente aquellas sinapsis involucradas en experiencias específicas. Esta precisión es fundamental para evitar confusiones o mezclas de recuerdos y para mantener la integridad del proceso de aprendizaje.
Aunque el papel central de KIBRA y PKMζ es cada vez más aceptado, la comunidad científica reconoce que la memoria probablemente no dependa exclusivamente de estas proteínas. Existen otros procesos y moléculas que también pueden contribuir a la continuidad de los recuerdos, y es posible que se encuentren nuevos actores en el futuro que complementen este sistema. Algunos neurocientíficos, como David Glanzman, sugieren que el modelo sináptico no es la única vía para entender la memoria, proponiendo alternativas que implican el almacenamiento molecular dentro de las propias neuronas. Sin embargo, el descubrimiento del complejo KIBRA-PKMζ representa un avance significativo que resuelve muchas incógnitas y ofrece un marco para futuras investigaciones. La implicación práctica de estos hallazgos es también vasta.
Comprender cómo se mantienen las memorias a nivel molecular podría abrir puertas a tratamientos para enfermedades neurodegenerativas, problemas de memoria y otros trastornos cognitivos. Intervenir en la formación o mantenimiento de estos complejos podría permitir restaurar recuerdos perdidos o, en otros casos, ayudar a mitigar el impacto de memorias traumáticas. En definitiva, el vínculo molecular entre KIBRA y PKMζ es mucho más que una unión química: es una alianza que sostiene la continuidad de lo que somos a través del tiempo, moldeada por experiencias y aprendizajes. Cada vez que evocamos un recuerdo, es probable que este complejo silencioso y dinámico esté trabajando arduamente para mantener esa chispa intacta en el vasto laberinto neuronal. El futuro de la neurociencia y la biología de la memoria se perfila emocionante y prometedor.
Con esta comprensión más profunda de los mecanismos moleculares que aseguran nuestras memorias, el camino hacia desbloquear todos los secretos de la mente humana se abre un poco más, acercándonos a responder preguntas ancestrales sobre identidad, aprendizaje y el misterio eterno del recuerdo.