La ciencia en Estados Unidos ha sido durante décadas un pilar fundamental para el desarrollo tecnológico, la innovación y el bienestar global. Sin embargo, la llegada de la segunda administración de Donald Trump ha planteado serias dudas sobre la continuidad de este liderazgo. Con recortes masivos en financiamiento, despidos de científicos gubernamentales y políticas restrictivas, la comunidad científica se enfrenta a retos sin precedentes. Este análisis busca ofrecer una visión clara y profunda sobre cómo estas decisiones están moldeando el presente y futuro de la ciencia estadounidense, y qué implicaciones tiene esto para el mundo. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha construído una sólida infraestructura científica basada en el apoyo federal sostenido a la investigación y desarrollo.
Este sistema ha propiciado grandes avances, desde el internet hasta innovaciones médicas como la resonancia magnética, posicionando al país como un referente mundial en ciencia y tecnología. En 2024, se estimaba que la inversión federal en investigación y desarrollo alcanzaba los 200.000 millones de dólares, destacándose el sector de defensa como receptor de aproximadamente la mitad de estos fondos. Pero desde el inicio del segundo mandato de Trump, en el primer trimestre de 2025, ha habido un giro radical. Se han despedido miles de científicos y empleados clave en agencias gubernamentales como el Instituto Nacional de Salud (NIH), la Agencia de Protección Ambiental (EPA) y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA).
Muchas investigaciones esenciales fueron paralizadas y algunos ensayos clínicos relacionados con enfermedades como el cáncer, el Alzheimer y el VIH fueron abruptamente cancelados. La administración ha presentado estos recortes y despidos como un esfuerzo por erradicar el “desperdicio, el fraude y el abuso”, pero carece de evidencias sólidas para respaldar tales afirmaciones. En contraste, ha fomentado un ambiente donde la reducción del aparato estatal, incluyendo sus vectores científicos, es vista como un objetivo en sí mismo, una política impulsada por grupos conservadores cuya influencia creció después de 2024. Estos cambios no solo afectan la producción científica inmediata, sino que también ponen en riesgo la estructura misma que sostiene la ciencia en EE.UU.
La reducción del presupuesto para agencias clave como el NIH — que provee cerca de 48.000 millones de dólares anuales y financia más de 60.000 proyectos— pone en duda la viabilidad futura del financiamiento público para la investigación. La eliminación de fondos impacta directamente en universidades y centros de investigación. Instituciones de primer nivel como Harvard, Princeton o Columbia han visto cancelaciones y congelamiento de subvenciones, muchas veces relacionadas con decisiones políticas, lo que ha desatado tensiones y demandas legales.
La academia se encuentra en una encrucijada donde su independencia y estabilidad financiera están en peligro, cuestionando el pacto largo entre el gobierno federal y la educación superior concebido para fomentar el progreso científico. El efecto dominó también incluye una crisis migratoria dentro del ámbito académco y científico. Políticas migratorias restrictivas han llevado a la detención y expulsión de numerosos estudiantes e investigadores extranjeros, quienes históricamente han sido vitales para la ciencia estadounidense. Como consecuencia, crece el temor a una «fuga de cerebros» —la emigración de talento especializado a otros países que ofrecen mejores condiciones para la investigación— lo que podría debilitar aún más la capacidad innovadora del país. La comunidad científica ha alzado la voz en repetidas ocasiones.
En marzo de 2025, cerca de 1900 miembros de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina emitieron una carta abierta alertando sobre el daño irreversible al entramado científico estadounidense. Encuestas recientes reflejan que más del 90% de los investigadores encuestados temen por el futuro de la ciencia en Estados Unidos y consideran que las políticas actuales tendrán consecuencias negativas globales. El daño no se limita a la pérdida de proyectos o financiamiento, sino que afecta el tiempo y la experiencia, recursos intangibles pero cruciales en el desarrollo científico. Despedir a investigadores especializados no solo corta la línea de trabajo actual, sino que elimina décadas de conocimiento acumulado. La reconstrucción de equipos y conocimientos podría tardar años o incluso décadas, algo que en un mundo cada vez más competitivo resulta una desventaja significativa.
Además, la apuesta por la privatización de la ciencia plantea serios riesgos. Mientras algunos sectores defienden la idea de que el mercado y la iniciativa privada asumirán el liderazgo científico, expertos advierten que investigaciones fundamentales, aquellas que no tienen una aplicación inmediata pero son esenciales para futuros descubrimientos, difícilmente serán cubiertas por intereses comerciales debido a su naturaleza arriesgada y a largo plazo. La falta de inversión pública en ciencia podría desincentivar la formación y retención de nuevos talentos en áreas críticas, haciendo que Estados Unidos pierda su atractivo como destino para investigadores internacionales y para empresas innovadoras que busquen un ecosistema vibrante. Esto tiene implicancias potencialmente devastadoras para la economía y la competitividad tecnológica a largo plazo. Innovaciones que podrían surgir de la investigación básica impulsada con fondos federales podrían migrar a otras regiones donde se respalden estas actividades, transformando la dinámica global del conocimiento.
Las universidades, por su parte, enfrentan un horizonte incierto. Con presupuestos acotados y presiones políticas que afectan su autonomía, muchas podrían verse forzadas a limitar sus programas de investigación, reduciendo su capacidad de contribuir al avance científico y de formar la próxima generación de científicos y profesionales. En el contexto internacional, la postura adoptada por la administración Trump 2.0 puede erosionar el liderazgo científico global de Estados Unidos, abriendo espacio para otros actores que incrementan sus inversiones en innovación y posicionándose como alternativas sólidas para talento e inversiones en ciencia y tecnología. La ciencia estadounidense, que durante décadas fue motor de progreso e innovación, se encuentra en una bifurcación crítica.