William Kentridge es reconocido como el artista vivo más importante de Sudáfrica y una figura imprescindible en el mundo del arte contemporáneo global. Su obra atraviesa múltiples disciplinas, desde el dibujo y la animación hasta la escultura y el teatro, siempre marcada por una carga política y filosófica profunda que dialoga con la historia de Sudáfrica y, de manera más amplia, con la experiencia humana en tiempos complejos. Su hogar en Johannesburgo es mucho más que un espacio personal; es un reflejo de su trayectoria y de la ciudad que ha influido poderosamente en su creación artística. Situada en una calle arbolada del norte de Johannesburgo, rodeada de jacarandas, eucaliptos y otras especies que forman un túnel verde, esta residencia es una mezcla de historia familiar y creatividad constante. El contraste entre la belleza natural que rodea su casa y la realidad urbana más dura que se esconde en la ciudad, marcada por la desigualdad social y los desafíos posapartheid, constituye una inspiración constante en su trabajo.
La casa en sí fue diseñada a principios del siglo XX por los renombrados arquitectos ingleses Frank Emley y Frederick Williamson, un espacio que Kentridge heredó de sus padres en los años 90. Los recuerdos y reliquias familiares conviven con una extensa colección de arte que incluye desde grabados históricos hasta sus propias esculturas y dibujos. Una pared completa de la sala está dedicada a sus pequeñas esculturas de bronce, símbolos recurrentes y parte esencial de su lenguaje visual, representando objetos tan cotidianos como tijeras abiertas, un gramófono o un caballo en movimiento. Además de la casa principal, Kentridge cuenta con otro estudio en la ciudad donde impulsa proyectos artísticos más experimentales. Junto con la artista Bronwyn Lace, gestiona The Centre for the Less Good Idea, un centro multidisciplinar que promueve la colaboración entre artistas locales en campos como el teatro, el arte visual y la música.
El nombre del centro refleja el carácter humilde y cercano de la labor artística de Kentridge, inspirándose en un proverbio setsuana que destaca la búsqueda de alternativas cuando la primera opción falla. La obra de Kentridge se vincula directamente con el devenir histórico de Sudáfrica, pero trasciende la mera documentación política para explorar temas universales como la memoria, la identidad y la fragilidad humana. En sus animaciones en carbón y sus instalaciones mixtas, se pueden rastrear episodios traumáticos como la masacre de Sharpeville en 1960 o las tensiones sociales recientes, sin perder nunca un enfoque personal y filosófico que resuena con espectadores de diversos contextos. Su carrera comenzó de forma inesperada y multifacética. Nacido en 1955 en el seno de una familia judía comprometida contra el apartheid, su padre fue incluso abogado de Nelson Mandela.
Creció inmerso en un ambiente político que influyó profundamente en su sensibilidad artística. Aunque inicialmente estudió política y estudios africanos, pronto se volcó hacia las artes, experimentando con el teatro y la producción cinematográfica antes de consolidar su posición como artista visual a través de sus animaciones en carbón. El impacto de sus primeros trabajos fue inmediato y global, abriéndole las puertas de las principales instituciones artísticas internacionales. Hoy en día, sus piezas forman parte de colecciones permanentes en museos emblemáticos como el Tate Modern de Londres, el MoMA de Nueva York o el Centro Pompidou de París. Esto refleja no solo la calidad técnica y conceptual de sus obras, sino también la universalidad de sus temas y la capacidad de comunicación de su lenguaje visual.
En los últimos años, Kentridge ha continuado ampliando sus horizontes creativos. A sus proyectos de animación y escultura se le suman producciones teatrales de gran envergadura, como la ópera L’Orfeo, para la que creó no solo la escenografía sino también los títeres y marionetas. Esta producción, prevista para 2026 en el festival de Glyndebourne en el Reino Unido, se caracteriza por superponer múltiples capas narrativas que fusionan música, danza, teatro y proyecciones, en la máxima expresión de un arte total. Su proceso creativo es también fascinante. Durante la pandemia pudo dedicar meses seguidos a trabajar en la intimidad de su estudio, lo que dio lugar a “Self-Portrait as a Coffee-Pot”, un proyecto que examina la naturaleza de la creación artística misma y la transformación constante de las ideas, que se dibujan, borran y rehacen sin cesar.
Este proyecto refleja la inquietud y la duda inherentes al trabajo artístico, así como la aceptación de que el resultado muchas veces no es lo que inicialmente se había proyectado. Además de su faceta artística, la vida doméstica de Kentridge revela un hombre conectado con su entorno familiar y cultural. Comparte su hogar con su esposa Anne Stanwix, reumatóloga, y la memoria de generaciones anteriores que habitaron la casa. Las huellas de sus pequeños nietos están presentes en detalles sencillos como la casa en los árboles del jardín. Este espacio domesticado y a la vez vibrante es el lugar desde donde emanan las ideas que luego toman forma en varias disciplinas.
La relación de Kentridge con Johannesburgo es compleja. A pesar de vivir en un barrio acomodado rodeado de belleza natural, está consciente de las grietas sociales y las contradicciones de una ciudad marcada por la historia del apartheid y las desigualdades persistentes. Este contraste se refleja en su obra, que no solo documenta, sino que también cuestiona y explora las heridas y esperanzas de su país. En términos económicos, Kentridge ha alcanzado gran éxito. Sus obras en papel suelen venderse por decenas de miles de libras, y algunas de sus esculturas de bronce han superado el millón.
Sin embargo, él se mantiene alejado del simple mercado del arte, buscando que su obra sea un diálogo continuo con la realidad y con quienes la experimentan, y no solo un producto de consumo. Los próximos meses serán especialmente intensos para el artista. Exposiciones importantes en Nueva York y en el Yorkshire Sculpture Park en el Reino Unido mostrarán nuevas obras que abordan tanto su mundo interior como las crisis globales contemporáneas, incluyendo la guerra en Ucrania y temas universales como la ambición desmedida y la fragilidad humana. A sus 70 años, William Kentridge parece lejos de desacelerar. Su creatividad sigue impulsada por nuevas ideas y proyectos que renuevan constantemente su lenguaje y su foco temático.
Como él mismo reconoce, la necesidad creativa está ligada a la insatisfacción y al deseo de explorar lo desconocido, un motor imparable que lo mantiene activo y relevante. William Kentridge es una figura clave para comprender el arte contemporáneo no solo en África sino a nivel mundial. Su fusión de historia, política, filosofía y técnica artística, junto con su profunda conexión con su entorno personal y social, lo convierten en un maestro del arte comprometido y universal. Su casa en Johannesburgo, con su rica historia y cálida atmósfera, es el epicentro desde donde surgen las ideas que desafían el tiempo y nos invitan a reflexionar sobre la condición humana.