La guerra en Ucrania ha dejado no solo territorios devastados y millones de desplazados, sino también innumerables historias de sufrimiento, valentía y tragedia humana. Entre todas ellas, una destaca por su brutalidad y por la cobardía de quienes la perpetraron: la detención, tortura y muerte de la periodista ucraniana Viktoriia Roshchyna en prisión rusa. Su caso ha despertado indignación internacional y abre una ventana sobre la gravedad de los crímenes de guerra en desarrollo. Viktoriia Roshchyna, una joven de apenas 27 años, se convirtió en símbolo de la resistencia y la búsqueda incansable de la verdad en medio del silencio impuesto por los ocupantes rusos. Desde el inicio del conflicto y especialmente durante la invasión a gran escala, la presencia de periodistas valientes que cruzaban las líneas para reportar desde territorios tomados por Rusia era casi inexistente.
Ella se arriesgaba una y otra vez para informar al mundo y documentar las torturas sistemáticas, las desapariciones y las violaciones a los derechos humanos que sucedían en esos lugares. Su último viaje comenzó en julio de 2023, cuando Roshchyna usó un camino complejo y riesgoso para ingresar en la zona ocupada, partiendo desde Polonia, atravesando Lituania y Letonia, llegando finalmente a territorio ruso para continuar hacia Melitopol, en Ucrania ocupada. Esta ruta evitaba los controles rusos directos en la frontera, pero no le garantizaba seguridad alguna. Su misión era investigar y denunciar los llamados “sitios negros”, lugares clandestinos donde el Servicio Federal de Seguridad Ruso (FSB) aplicaba torturas a civiles para extraer confesiones o simplemente sembrar terror. El contexto en Melitopol y sus alrededores era especialmente sombrío.
La ciudad, conocida por sus huertos de cerezas, había sido convertida por la ocupación en un centro de detención y tortura clandestino, con instalaciones conocidas como “garajes”, donde los arrestados sufrían abusos físicos y psicológicos extremos. Testimonios posteriores recopilados de sobrevivientes y fuente internas confirman que Viktoriia fue capturada allí y sometida a tormentos inhumanos. Las denuncias oficiales y forenses revelan el horror que vivió la periodista: marcas evidentes de quemaduras en los pies por descargas eléctricas, contusiones en diferentes partes del cuerpo, una costilla rota e incluso la fractura del hueso hioides en el cuello, lesión que suele asociarse con intentos de estrangulamiento. Su cabello, acostumbrado a llevarlo largo y casi rubio en las puntas, fue rapado; su cuerpo mostraba claras señales de haber sido torturada constantemente. Estas heridas reflejan no solo su resistencia sino también la brutalidad ejecutada por sus captores.
Sin embargo, la historia de Viktoriia no termina con la tortura física directa. Durante su cautiverio, ella fue sometida a condiciones infrahumanas, como la privación de comida hasta llegar a un estado crítico de desnutrición. Su peso descendió dramáticamente, llegando a los 30 kilos, y fue testigo de sufrimientos similares en otros detenidos, quienes relataban la utilización de técnicas como el waterboarding, posiciones de estrés prolongado y golpizas constantes. Su salud se deterioraba rápidamente, y a pesar de la atención médica forzada para mantenerla con vida, la joven se negaba a alimentarse, posiblemente en señal de protesta o por el terrible trauma vivido. Un dato estremecedor surge de la documentación oficial: aunque en las instalaciones de Taganrog, donde finalmente fue encarcelada, había registros de cientos de prisioneros, el nombre de Viktoriia Roshchyna no aparecía en ninguna base de datos.
Su desaparición de los registros oficiales se interpretó como una táctica para negar su existencia y dificultar cualquier intento de seguimiento o presión internacional. En septiembre de 2024 debía ser parte de un intercambio de prisioneros, sin embargo, no llegó a cruzar la frontera de regreso a Ucrania. Una última llamada a sus padres dejó claro que su estado era crítico y que la promesa de liberación estaba próxima, pero ese esperado regreso nunca se concretó. Semanas después Rusia confirmó su muerte, aunque su cuerpo fue devuelto en condiciones tan deterioradas que fue difícil su identificación visual directa, habiendo sido removidos su cerebro, ojos y laringe, pruebas adicionales de un trato atrofiado con el que se quiso borrar evidencias. El caso de Viktoriia Roshchyna es apenas uno entre los aproximadamente 16,000 casos documentados de civiles ucranianos detenidos sin cargos en más de 180 instalaciones en territorios ocupados y dentro de Rusia.
Entre ellos se encuentran periodistas, trabajadores humanitarios, líderes religiosos, políticos y simplemente personas que se resistieron a la ocupación. Los informes y testimonios indican que el sufrimiento infligido en estos lugares no puede ser considerado otra cosa que crímenes de guerra, con evidencia recopilada cuidadosamente para futuras procesamientos. La periodista había sido una voz implacable contra la desinformación y la propaganda rusa. Su labor incansable le valió reconocimientos como el premio a la valentía de la International Women’s Media Foundation, aunque ella misma destacaba que su único objetivo era dar a conocer la verdad y honrar a sus colegas caídos en esta lucha informativa. Su legado es doble: por un lado, la exposición de la violencia sistemática y, por otro, la inspiración a nuevas generaciones de periodistas para continuar la búsqueda de la verdad en medio de la oscuridad.
El internacionalismo de su caso ha llevado a la apertura de investigaciones de crímenes de guerra, con instancias en Naciones Unidas y tribunales internacionales que podrían dictar justicia en el futuro. Sin embargo, nada podrá devolverle la vida ni cubrir la ausencia que deja en su familia, amigos y nación. En un entorno donde la información se vuelve una herramienta de batalla, el sacrificio de Viktoriia Roshchyna reclama a las democracias del mundo y a las instituciones defensores de los derechos humanos un compromiso más fuerte para proteger a quienes arriesgan su libertad y su integridad física por informar con valentía. El testimonio de su vida y muerte debe ser preservado no solo como denuncia, sino como símbolo de lucha y resistencia ante el autoritarismo y la barbarie. Se trata de una historia dolorosamente humana, que interpela tanto a activistas, periodistas y políticos como a todos los que creen en un periodismo independiente y en los valores universales de la dignidad y los derechos fundamentales.
Aún en las peores circunstancias, la voz de Viktoriia Roshchyna y su búsqueda de la verdad resonarán con fuerza, recordándonos a todos que la libertad de expresión es uno de los pilares que deben protegerse para garantizar la justicia y la paz en cualquier sociedad.