El programa Artemis de la NASA nació con la ambición de devolver a los seres humanos a la Luna y establecer una presencia sostenible en nuestro satélite natural para finales de la década de 2020. Sin embargo, con la propuesta del presupuesto presentado en 2026 por la administración Trump, este ambicioso plan ha sufrido una transformación radical que podría modificar el rumbo de la exploración lunar tal como la conocemos. La llamada “skinny budget” o presupuesto ajustado para 2026 plantea una reducción global de casi el 25% en la financiación para la NASA, lo que representa el mayor recorte en la historia de la agencia espacial estadounidense. Este movimiento llega entre críticas de expertos y entusiastas del espacio que temen que esta reducción pueda poner en jaque la posición de liderazgo que Estados Unidos ha mantenido durante décadas en la exploración espacial. La propuesta plantea un drástico recorte de 879 millones de dólares en los sistemas de exploración humana heredados, es decir, aquellas tecnologías y programas que han sido la columna vertebral del proyecto Artemis hasta ahora.
Entre los afectados figuran dos de los programas espaciales más emblemáticos de NASA: el cohete Space Launch System (SLS) y la cápsula Orion. Ambos, pilares fundamentales en el planes actuales para llegar a la Luna, enfrentarán su retiro tras solo dos vuelos más si el presupuesto es aprobado tal cual está. El primero de estos vuelos es Artemis 2, programado para la primavera de 2026 y cuyo objetivo es enviar a cuatro astronautas a orbitar la Luna. El segundo, Artemis 3, se proyecta para 2027 y pretende finalmente lograr un aterrizaje humano en la superficie lunar, cerca del polo sur, lugar elegido por la NASA por sus condiciones únicas y sus reservas potenciales de hielo de agua. Pero la propuesta va aún más allá: la estación Gateway, una pequeña estación espacial planeada para orbitar la Luna y apoyar las operaciones de Artemis, quedaría inmediatamente cancelada.
Esta decisión ha sorprendido a la comunidad científica, pues la Gateway se consideraba crucial para la sostenibilidad y el apoyo logístico de las futuras misiones lunares. Su principal módulo de habitabilidad, HALO, que llegó recientemente desde Italia, probablemente no verá el uso para el cual fue concebido. Las razones dadas por la administración apuntan principalmente a los costos exorbitantes y retrasos acumulados en las tecnologías actuales. El SLS, con un costo estimado de 4 mil millones de dólares por lanzamiento y un sobrecosto del 140% respecto al presupuesto original, es objeto de críticas severas. Por esa razón, el plan gubernamental apuesta por sustituir estos sistemas con alternativas comerciales que prometen mayor eficiencia y costos más bajos.
Aquí es donde empresas privadas como SpaceX y Blue Origin juegan un papel protagonista. Ambas compañías ya están desarrollando tecnologías de aterrizaje lunar tripulado y vehículos de lanzamiento capaces de llevar astronautas a distancias lejanas, ofreciendo una opción más económica y potencialmente más flexible para las misiones lunares futuras. El gigante Starship de SpaceX y el cohete New Glenn de Blue Origin son los principales candidatos para asumir el desafío de reemplazar a la SLS y Orion bajo esta nueva visión. Sin embargo, este cambio de rumbo no está exento de controversias. Por un lado, los defensores de la exploración espacial argumentan que el presupuesto ajustado y la eliminación de programas tradicionales ponen en riesgo la capacidad de Estados Unidos para mantener su liderazgo en la exploración lunar y la futura conquista de Marte.
Por otro lado, los defensores de la competitividad comercial ven en estas modificaciones una oportunidad para acelerar la innovación y reducir los costos mediante alianzas con el sector privado. Además de los cambios en el programa Artemis, el presupuesto propuesto también implica graves recortes en otras áreas de la NASA. La financiación para la ciencia espacial se reduciría en 2.3 mil millones de dólares y la de ciencias de la Tierra en 1.2 mil millones.
Programas emblemáticos como la misión Mars Sample Return, un ambicioso proyecto para traer muestras del planeta rojo, serían cancelados, generando preocupación sobre el compromiso del gobierno con la exploración planetaria y el estudio del clima en nuestro propio planeta. Estas medidas reflejan una priorización clara dentro de la administración: concentrar recursos en la meta de ser el primer país en regresar al hombre a la Luna y avanzar en planes hacia Marte, aunque sea a costa de reducir proyectos científicos y climáticos. El impacto de estos recortes también ha despertado inquietudes en la comunidad internacional, especialmente en las agencias espaciales europeas y otras colaboradoras, que ven en la NASA un socio clave para múltiples misiones conjuntas. La reducción del liderazgo y la financiación estadounidense podrían alterar esas alianzas y abrir paso a otras potencias que avanzan sus programas espaciales, como China y Rusia. Toda esta dinámica muestra un reordenamiento de prioridades en la política espacial estadounidense, con un enfoque más comercial y pragmático, pero también más restrictivo en términos presupuestarios.
Aunque la transición hacia tecnologías más económicas y la mayor participación del sector privado son tendencias globales en la industria espacial, uno de los riesgos latentes es la pérdida de continuidad en los grandes programas de exploración, la dilución de los esfuerzos científicos y la pérdida de empleos especializados en la NASA. La administración Trump presenta estos cambios como una forma de hacer más sostenible y eficiente la exploración lunar, pero la comunidad científica y espacial mantiene un intenso debate sobre las consecuencias a largo plazo de estas decisiones. El futuro del programa Artemis y, en general, de la presencia humana en el espacio cercano dependerá en buena medida de cómo se negocie este presupuesto en el Congreso y de la capacidad de NASA para adaptarse a esta nueva visión. El programa Artemis puede ser reinventado como un proyecto más ágil y económico, con el apoyo de empresas comerciales, o puede sufrir un freno importante que retrase los planes para la Luna y más allá. Mientras tanto, la comunidad espacial mundial observa con atención cómo los próximos años definirán la estrategia y el liderazgo de Estados Unidos en la exploración humana del cosmos, en un momento donde la competencia internacional y los avances tecnológicos cambian las reglas del juego.
En definitiva, el presupuesto propuesto para 2026 marca un antes y un después en la carrera espacial estadounidense, con un impacto profundo sobre Artemis, la NASA, sus colaboradores comerciales y científicos, y la búsqueda constante de la humanidad por conquistar la frontera final que es la Luna y el espacio más allá de nuestro planeta.