La comedia es un arte antiguo que siempre ha sido fundamental para la conexión humana, generando risas, alivio y reflexión. En tiempos recientes, la irrupción de la tecnología ha abierto un nuevo capítulo en esta disciplina, especialmente con el avance de la inteligencia artificial y la robótica. Lo que antes parecía exclusivo del talento y la creatividad humana ahora está siendo reinterpretado por máquinas que no solo cuentan chistes, sino que también aprenden y adaptan sus actuaciones en tiempo real. En este contexto surge Jon, un pequeño robot humanoide programado para hacer stand-up comedy, una creación de la profesora Naomi Fitter que busca explorar la intersección entre humor y máquina. La presencia de Jon en escenarios de comedia en la costa oeste de Estados Unidos nos invita a reflexionar sobre cómo las tecnologías emergentes pueden entender y generar humor, logrando una conexión auténtica con las audiencias humanas, y cómo este fenómeno podría cambiar el futuro del entretenimiento.
La iniciativa de Fitter no es un experimento aislado. Su colega Heather Knight también ha trabajado en la creación de robots comediantes, como Ginger the Robot, que junto a Jon, representan una nueva generación de intérpretes digitales capaces de interactuar con público real. Sin embargo, la propuesta de Fitter va más allá de la simple programación lineal de chistes: busca dotar al robot de ciertas capacidades autónomas para que pueda "leer la sala", analizando las reacciones del público para ajustar su timing y selección de contenido. Esta característica de "lectura social" es revolucionaria, ya que permite que un dispositivo no humano se adapte a la complejidad y sutileza que exige una presentación humorística exitosa. Uno de los aspectos más fascinantes del proyecto es cómo se integra el aprendizaje automático en la toma de decisiones del robot.
Jon utiliza una metodología en la que cada chiste tiene un "etiquetado" que mide la respuesta de la audiencia, ya sea aplausos, risas o silencio. Basándose en esta información, decide si continuar con el siguiente chiste, repetir una broma o introducir comentarios adicionales, tan característicos en la improvisación humana. Así, se recrea una dinámica similar a la de un comediante profesional, que debe ajustar sobre la marcha su número en función de la energía y respuesta de los espectadores. La capacidad de aplicar inteligencia artificial para lograr este grado de adaptabilidad en tiempo real es una muestra clara de que la tecnología está avanzando hacia una comprensión más profunda de la comunicación humana. El proceso creativo detrás de los chistes de Jon también merece atención.
Fitter, quien además es humorista, emplea ejercicios de construcción de personaje para definir una voz y perspectiva únicas para el robot. La pregunta "¿Qué significa el romance para un robot?" o "¿Cómo experimenta la pérdida un androide?" orienta el contenido humorístico para que no solo sea una serie de frases preprogramadas, sino que refleje una personalidad coherente y relatable. Este trabajo de "world-building" es clave para generar empatía y hacer que la audiencia se sienta conectada con una máquina que, a primera vista, podría parecer fría o distante. Otro aspecto interesante es la elección de la identidad de Jon. Se le presenta con una voz masculina, monotonal y un nombre común, inspirado en el estereotipo del ingeniero tecnológico de Silicon Valley.
Esta decisión responde a una reflexión cuidadosa sobre el balance entre preservar el carácter robótico y evitar que el robot suene excesivamente humano, lo que podría romper la magia de la experiencia. Además, los estudios realizados por Fitter sugieren que la audiencia no modifica significativamente su nivel de entusiasmo ante cambios en la identidad de género del robot, lo que abre un debate sobre cómo percibimos el humor más allá de conceptos tradicionales de identidad humana. El impacto de los robots comediantes en la industria del entretenimiento también tiene implicaciones profundas. En una era en la que la inteligencia artificial está ganando terreno en la creación artística, desde la música hasta la literatura, la comedia enfrenta el desafío de mantener su autenticidad y creatividad. Sin embargo, proyectos como los de Fitter demuestran que la colaboración entre humanos y máquinas puede potenciar nuevas formas de expresión, haciendo el humor más inclusivo, accesible y personalizado.
Al medir objetivamente qué tipos de bromas funcionan mejor y durante cuánto tiempo, los robots pueden ayudar a desentrañar las complejidades del humor, un terreno históricamente escurridizo y subjetivo. Hay también un contexto social alrededor que enmarca esta innovación tecnológica. La comedia ha sido tradicionalmente un espacio que refleja y cuestiona las normas sociales, a menudo abordando temas sensibles con tacto y agudeza. Cuando un robot participa en este escenario, surgen preguntas sobre la adecuación de ciertos contenidos y la posible reacción del público, que puede variar entre la risa y la incomodidad. Por ejemplo, Jon fue recibido con cierto rechazo en una de sus presentaciones en Riverside, California, cuando bromeó sobre la pérdida de empleos a manos de la automatización, un tema delicado para esa audiencia.
Este incidente destaca la importancia de calibrar el contenido y la entrega en función del contexto cultural y emocional, una tarea compleja que la inteligencia artificial aún está aprendiendo a manejar. Fitter y su equipo continúan desarrollando funcionalidades para Jon que incluya niveles variables de "chispa" o sarcamo, con la idea de recuperar la atención del público cuando una broma no tenga el efecto deseado. Además, se exploran tecnologías como la visión por computadora para leer las expresiones faciales y adaptar así las respuestas en tiempo real. Si bien estas herramientas tienen el potencial de enriquecer la experiencia, el reto reside en hacerlo sin caer en una interacción que resulte invasiva o perturbadora para el espectador. La fina línea entre lo entretenido y lo "creepy" es un desafío tecnológico y ético que marca el ritmo de la innovación.
El futuro de la comedia robótica también contemplará, probablemente, la incorporación de grandes modelos lingüísticos capaces de improvisar chistes relacionados con el contexto, algo que se está investigando pero que aún presenta limitaciones en la rapidez de procesamiento. Imaginemos a Jon haciendo una broma sobre un evento local en Chicago durante una presentación en esa ciudad o reactuando de manera espontánea a los comentarios del público. Estos avances abrirían posibilidades innovadoras para el entretenimiento en vivo, creando experiencias únicas y dinámicas. Más allá del espectáculo, el trabajo de Fitter y sus colaboradores es un puente entre la inteligencia humana y la artificial, utilizando el humor como herramienta para crear conexión y entendimiento. La risa es un lenguaje universal capaz de derribar barreras y generar empatía, por lo que robots que logran hacernos reír están ampliando el concepto de interacción social y compañía.