La publicidad de juego es un tema candente en la actualidad, especialmente en un país como Australia, donde el hábito de apostar ha permeado gran parte de la cultura y del entretenimiento. A medida que se intensifican los debates sobre la regulación de esta publicidad, es esencial cuestionar: si la publicidad del juego no es el verdadero problema, ¿qué estamos haciendo realmente al respecto? A medida que la temporada de finales de la Liga de Fútbol Australiana (AFL) se desarrolla, la pantalla está inundada de anuncios que incitan a los espectadores a apostar. Estos anuncios no solo promueven la posibilidad de ganar dinero, sino que también normalizan el juego en una sociedad donde millones batallan contra la adicción. Sin embargo, el gobierno australiano se enfrenta a una encrucijada: las presiones tanto de las empresas de medios como de los equipos deportivos, quienes dependen de tal financiación, se interponen en el camino de reformas más estrictas. La situación se complica aún más tras las declaraciones del primer ministro Anthony Albanese.
En varias ocasiones, ha subrayado que el verdadero problema radica en las máquinas de juego —los conocidos pokies— y no tanto en la publicidad del juego asociado a eventos deportivos. Según Albanese, el 70% de los problemas de juego en el país provienen de estas máquinas, mientras que la apuesta deportiva representa menos del 5%. Para él, la cuestión de la publicidad es un "fidgeting", un tema superficial que no aborda la raíz del problema. Por otro lado, el activista Tim Costello del "Alliance for Gambling Reform" ha criticado la falta de acción del gobierno, señalando que la exposición a la publicidad del juego ha contribuido a un aumento preocupante en las pérdidas por juego en Australia. A pesar de que el primer ministro se aferra a su afirmación de que el problema no es la publicidad, el hecho es que esta continúa permeando cada rincón del deporte australiano y sus audiencias jóvenes, un fenómeno que no puede ser ignorado.
El CEO de "Responsible Wagering Australia", Kai Cantwell, ha propuesto soluciones como la implementación de sistemas de verificación de edad y herramientas que permitan a los usuarios optar por no recibir publicidad relacionada con el juego. Aunque estas ideas suenan prometedoras, surgen cuestionamientos sobre su viabilidad. En un entorno donde familias ven deportes juntas, la imposibilidad de crear entornos completamente seguros para los jóvenes es un gran desafío. Además, la reciente historia de un hombre que se autoexcluyó de un programa gubernamental, BetSTOP, solo para volver a registrarse bajo otro nombre, resalta la fragilidad de las medidas actuales. Este caso pone de manifiesto que las soluciones implementadas hasta ahora son ineficaces frente a la verdadera naturaleza de la adicción al juego.
Si incluso un sistema diseñado para ayudar a los adictos a evitar el juego puede ser eludido con tanta facilidad, ¿cómo puede el gobierno confiar en que la regulación de la publicidad tendrá resultados? La cuestión que se plantea aquí es: si bien el problema de las máquinas de juego es significativo, ¿podría la publicidad del juego estar exacerbando el problema? Es difícil ignorar el cruce entre la exposición constante a la publicidad y la normalización del juego en la vida diaria de los australianos. En un contexto donde un millón de anuncios de juego fueron emitidos entre mayo de 2022 y abril de 2023, las cifras son alarmantes. Esta infiltración de la cultura del juego en la vida diaria puede tener implicaciones más allá de los simples números en una hoja de cálculo. Puede que la publicidad de juego no sea la única causa del problema, pero su presencia es ineludible. A menudo se presenta como la entrada a un mundo que promete emoción y potencial.
Sin embargo, para muchos, es un pasaje a la adicción, desregulación y, en algunos casos, la ruina financiera. A medida que se acumulan las críticas y el descontento público hacia la sobreexposición a la publicidad del juego, es esencial recordar que el gobierno tiene la responsabilidad de proteger a sus ciudadanos, especialmente a los más vulnerables. La falta de acción en la regulación de la publicidad del juego puede ser vista como una falta de responsabilidad por parte del gobierno y, en particular, de aquellos cuyo papel debería ser el de salvaguardar el bienestar público. Es crucial que el primer ministro Albanese tome en serio estas preocupaciones. De lo contrario, se arriesga a que su legado político se vea empañado por la inacción en un tema tan crítico.
La verdadera pregunta que enfrenta es si él y su gobierno están dispuestos a abordar el problema de manera holística, reconociendo que tanto la publicidad como los métodos de juego representan amenazas significativas para la salud pública. Entonces, ¿qué podemos hacer, como sociedad, para cambiar este estado de cosas? La clave reside en la concienciación y la educación. Si bien las políticas públicas y las reformas legislativas son necesarias, el cambio cultural comienza con la educación en torno a los peligros del juego y la publicidad que lo promueve. Las iniciativas que involucren a las comunidades, instituciones educativas y redes sociales pueden ayudar a construir un diálogo sobre el juego responsable, creando un entorno donde los jóvenes entiendan las consecuencias antes de sucumbir a la tentación. En última instancia, la lucha contra la publicidad del juego es solo una parte del rompecabezas en la búsqueda de una Australia más saludable frente al juego.