La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en una herramienta fundamental en muchos ámbitos profesionales, potenciando la productividad y optimizando procesos que antes requerían de un esfuerzo considerable. Sin embargo, a medida que su adopción se expande en el entorno laboral, surgen nuevas dinámicas sociales y percepciones que impactan en la forma en que los trabajadores son evaluados por sus colegas y superiores. Un estudio reciente desarrollado por investigadores de la Universidad de Duke revela que, aunque la IA puede incrementar la eficiencia, su uso también puede provocar que otros empleados cuestionen la competencia y la dedicación de quienes recurren a ella. En un mundo cada vez más digitalizado, las herramientas basadas en inteligencia artificial, como ChatGPT, Claude o Gemini, ofrecen respuestas rápidas, asistencia en tareas complejas y apoyo en la toma de decisiones. Es comprensible que quienes las utilizan puedan ver reflejados beneficios tangibles en su desempeño diario, como reporta un estudio anterior de Google que identificó un aumento promedio del 14% en la eficiencia de agentes de atención al cliente al emplear asistentes conversacionales basados en IA.
No obstante, la misma innovación que impulsa estos avances también parece generar desconfianza o prejuicios entre compañeros que no utilizan o no entienden completamente estas tecnologías. La investigación de Duke se fundamentó en más de 4.400 participantes y abarca cuatro experimentos diseñados para medir la evaluación social que reciben los usuarios de IA en entornos laborales simulados. En el primero de estos experimentos, los participantes imaginaron emplear una herramienta automatizada para completar una tarea; aquellos que consideraron el uso de IA, en comparación con una herramienta tradicional, anticiparon que serían percibidos como menos competentes, menos diligentes y más reemplazables por sus colegas y supervisores. Estas percepciones negativas se traducen en una autoconciencia que lleva a los usuarios a ocultar o minimizar su dependencia de la IA con el fin de no ser juzgados negativamente.
El segundo experimento profundizó en cómo terceros evaluaban a empleados descritos como usuarios de IA. Los resultados mostraron una tendencia clara: a los empleados que se ayudaban con inteligencia artificial se les atribuían características negativas como pereza, incompetencia y falta de autonomía. Este sesgo persistió incluso cuando se mostró que el uso de IA era común en el entorno, lo que indica que el prejuicio no se diluye con la normalización del uso de estas herramientas. Una de las implicaciones más relevantes de esta sombra sobre la percepción social surge en los procesos de contratación y promoción. El estudio expone que los gerentes que no utilizan IA con frecuencia tienden a preferir candidatos que tampoco reportan hacerlo, mientras que los directivos familiarizados con la IA valoran positivamente a quienes la incorporan en su trabajo.
Este hallazgo pone en evidencia que los prejuicios están también relacionados con la experiencia y apertura del evaluador ante la tecnología, generando una posible brecha generacional o cultural en las organizaciones. Lo interesante de este fenómeno es que, aunque la percepción de pereza parece ser el motor principal detrás del estigma social, el contexto y la naturaleza de las tareas influyen en cómo se juzga el uso de la IA. Cuando la herramienta es claramente relevante y facilita labores digitales complejas, el efecto negativo se atenúa, e incluso puede convertirse en ventaja, al demostrar que el trabajador sabe aplicar inteligencia artificial de forma inteligente y estratégica. En contraste, cuando se utiliza en tareas manuales o donde la IA no tiene un encaje evidente, la sensación de que el empleado está evitando esfuerzo genuino aumentan y agravan su evaluación social. Este escenario plantea un desafío para las organizaciones que buscan impulsar la innovación mediante la adopción de IA, pues no solo deben gestionar su implementación tecnológica, sino también las percepciones y dinámicas humanas que esta genera.
La integración exitosa de la inteligencia artificial en el trabajo requiere una cultura corporativa que entienda y promueva el uso ético, adecuado y beneficioso de estas herramientas, así como capacitaciones que reduzcan el desconocimiento y el miedo asociado que pueden alimentar prejuicios infundados. Además, es imprescindible fomentar una comunicación abierta y transparente sobre el uso de la IA para evitar estigmas y mitigar el temor de “ser juzgado”. Si los empleados esconden su uso de tecnología por miedo a parecer menos capaces, se pierde la oportunidad de aprovechar al máximo estas innovaciones en equipo, disminuyendo el potencial colaborativo y la eficiencia organizacional. Construir confianza y enfatizar que la IA es una extensión de las habilidades humanas —y no un sustituto— puede modificar la narrativa social y ayudar a transformar la percepción. Los líderes y gerentes tienen un rol fundamental en este proceso.
Al demostrar ellos mismos la utilidad de la IA y mostrar apoyo hacia quienes la adoptan adecuadamente, pueden modelar comportamientos positivos y fomentar una cultura más receptiva. De lo contrario, la brecha entre usuarios y no usuarios puede ampliarse, perjudicando la cohesión del equipo y generando divisiones innecesarias. En términos prácticos, las empresas deberían evaluar qué tareas son susceptibles de beneficiarse del uso de IA y comunicar claramente cuándo es apropiado emplearla. También es recomendable generar espacios para compartir experiencias exitosas con estas herramientas, lo cual podría contribuir a normalizar su uso y a reducir prejuicios. De esta forma, la IA puede dejar de ser vista como un recurso que revela falta de esfuerzo para convertirse en un aliado que potencia el talento y mejora resultados.
En conclusión, aunque la inteligencia artificial promete revolucionar la productividad y transformar el trabajo, su adopción en el día a día trae consigo desafíos sociales y culturales que no pueden ser ignorados. La percepción negativa que algunos trabajadores enfrentan al usar IA refleja un conflicto entre la tradición del esfuerzo manual y la innovación tecnológica. Para que el aprovechamiento de estas nuevas herramientas sea completo y exitoso, es fundamental que las organizaciones reconozcan y gestionen estas dinámicas sociales, fomentando una cultura inclusiva que valore la inteligencia artificial como un complemento indispensable para el talento humano en el siglo XXI.