En la sociedad actual, la jubilación debería ser una etapa de descanso y disfrute, fruto de años de trabajo y ahorro. Sin embargo, para muchas mujeres en Estados Unidos y en otras partes del mundo, esta etapa se convierte en un momento de incertidumbre financiera y preocupación. La crisis de jubilación femenina es un fenómeno preocupante que tiene raíces profundas en la brecha salarial de género y las responsabilidades no remuneradas del cuidado familiar. Esta problemática no solo afecta a las mujeres individualmente, sino que también tiene un impacto social y económico de gran alcance. Una historia que refleja este problema es la de Katherine Gotthardt, una mujer de 55 años del estado de Virginia.
Mientras su esposo pudo retirarse gracias a su pensión y ahorros acumulados, Katherine siente que no podrá hacer lo mismo nunca. Trabaja a tiempo parcial en un periódico comunitario y también realiza trabajos freelance. Además, enfrenta el reto de cuidar a su hijo adulto con autismo, lo que añade una carga emocional y económica significativa. Katherine representa a muchas mujeres que han tenido que dividir su tiempo entre el trabajo y el cuidado familiar, lo que ha limitando su capacidad para ahorrar y planificar un retiro seguro. El salario que reciben las mujeres es otro factor que contribuye a esta crisis.
Durante las últimas dos décadas, la brecha salarial de género se ha mantenido prácticamente estancada, con las mujeres ganando en promedio apenas 83 centavos por cada dólar que gana un hombre. Esta diferencia repercute negativamente en la cantidad de dinero que las mujeres pueden ahorrar para su jubilación. Incluso si las mujeres ahorran la misma proporción de sus ingresos que los hombres, simplemente tienen menos dinero disponible para hacerlo debido a ingresos más bajos. Asimismo, las responsabilidades de cuidado familiar, mayoritariamente asumidas por mujeres, generan interrupciones prolongadas en sus carreras laborales. En muchos casos, las mujeres optan por trabajar a tiempo parcial o abandonar temporalmente el mercado laboral para cuidar de hijos, familiares enfermos o personas mayores.
Estas pausas no solo afectan el salario presente, sino también los beneficios de jubilación vinculados a la estabilidad y duración del empleo, como planes de pensión y contribuciones al Seguro Social. Un aspecto muchas veces olvidado dentro de esta crisis es la deuda educativa. Muchas mujeres, como Katherine, enfrentan deudas estudiantiles que alcanzan sumas elevadas y que continúan acumulando intereses con el tiempo, lo que obstaculiza aún más sus posibilidades de ahorro. La falta de acceso a información clara sobre el estado de estas deudas incrementa la incertidumbre financiera y aumenta la ansiedad respecto al futuro. Diversas instituciones financieras y organismos especializados han estimado que el monto recomendado para un retiro confortable oscila entre 1.
2 y 1.8 millones de dólares. Sin embargo, alcanzar esta cifra es imposible para una gran parte de la población, especialmente para las mujeres. Según una encuesta realizada en 2024 por el Instituto Nacional de Seguridad para la Jubilación, un 80% de las mujeres declararon creer que Estados Unidos enfrenta una crisis de jubilación y que el trabajador promedio no podrá ahorrar lo suficiente por cuenta propia para asegurar una estabilidad financiera en la vejez. El escenario actual plantea la urgente necesidad de implementar cambios tanto estructurales como sociales.
Por un lado, es fundamental reducir la brecha salarial mediante políticas que promuevan la igualdad salarial y protejan contra la discriminación laboral de género. Garantizar que las mujeres reciban un pago justo por su trabajo es un paso esencial para equidad económica. Por otro lado, se deben reconocer y valorar las labores de cuidado que tradicionalmente han sido invisibilizadas y no remuneradas. Esto puede incluir la creación de sistemas de apoyo público para el cuidado infantil y de personas dependientes, así como políticas laborales más flexibles que permitan a las mujeres balancear sus responsabilidades profesionales y familiares sin sacrificar su trayectoria laboral ni su seguridad financiera futura. Además, educar financieramente a las mujeres desde edades tempranas se vuelve un componente clave.
Informar sobre instrumentos de inversión, ahorro para la jubilación y manejo de deudas puede empoderarlas para tomar decisiones más informadas y estratégicas respecto a su futuro económico. En este sentido, es igualmente importante que las instituciones financieras diseñen productos y servicios adaptados a las necesidades específicas de las mujeres a lo largo de sus distintas etapas de vida. Asimismo, la reforma de los sistemas de pensiones y seguridad social debe contemplar las realidades de las trayectorias laborales femeninas, muchas veces interrumpidas y menos lineales que las masculinas. Esto puede implicar reconocer los períodos de cuidado como tiempo cotizado y garantizar que las mujeres puedan acceder a beneficios adecuados que reflejen su contribución social y económica. El caso de Katherine Gotthardt no es único.