En un rincón del mundo, donde la esperanza parece desvanecerse con cada día que pasa, miles de niños se encuentran al borde de un abismo: el hambre. La crisis alimentaria global ha alcanzado niveles alarmantes, dejando a millones de menores en condiciones de grave desnutrición. A medida que los conflictos, el cambio climático, la pandemia de COVID-19 y las crisis económicas se entrelazan, el futuro de estos niños se vuelve cada vez más incierto. En la región del Sahel, por ejemplo, se estima que más de 18 millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria en los próximos meses. Esto incluye a cientos de miles de niños que sufren de desnutrición aguda severa, lo que puede ser fatal si no se trata con rapidez.
Organizaciones humanitarias como Save the Children han estado trabajando incansablemente en la zona, llevando a cabo intervenciones que salvan vidas y ofrecen un rayo de esperanza. “Cuando visité Burkina Faso hace unas semanas, el silencio en la clínica era inquietante”, afirma Greg Ramm, jefe del departamento de respuesta humanitaria de Save the Children. “Vimos a unos 20 bebés, usando lo poco de energía que les quedaba para sostenerse con vida. Las condiciones eran desesperadas”. Este escenario no es un caso aislado; se repite en numerosas naciones que han sido golpeadas por la crisis alimentaria.
La guerra, el clima y la economía están entrelazados en lo que parece una tormenta perfecta. La invasión de Ucrania ha elevado los precios de los alimentos a niveles que muchas familias no pueden permitirse. La pandemia de COVID-19 ha GPT-19 dejado profundas cicatrices en las economías de países en desarrollo, limitando aún más el acceso a alimentos y atención médica. “Hay un niño que muere de hambre cada cuatro segundos en el mundo”, señala Ramm. Esta dolorosa estadística es solo un reflejo de la urgencia de la situación.
La desnutrición es una crisis que no solo ataca el cuerpo, sino también la mente y el espíritu. Un niño desnutrido tiene menos probabilidades de superar enfermedades, lograr un desarrollo cognitivo adecuado y, en última instancia, de llevar una vida productiva. Las historias de niños como Abshir, de nueve meses, son un recordatorio conmovedor de la urgencia de actuar. Save the Children ha trabajado para proporcionar atención a estos menores, colocando servicios de salud en áreas donde son más necesarios. “La cura para la desnutrición severa aguda es relativamente simple”, explica Ramm.
“Se trata de fórmulas especiales de leche y pasta de maní altamente nutritiva. Los resultados son evidentes en cuestión de horas”. Abshir era un niño que no podía sostenerse por sí mismo hasta que recibió tratamiento en un hospital apoyado por Save the Children en Somalia. Su madre, Hamdi, relata con lágrimas en los ojos cómo su pequeño comenzó a sonreír y a comer nuevamente. “Ver a mi hijo feliz es un regalo del cielo”, dice.
La recuperación de Abshir es una victoria, pero también es un recordatorio de cuántos más necesitan ayuda. La crisis de hambre no se limita a la desnutrición física. Las familias se enfrentan a un dilema financiero que agrava aún más su situación. En Sudán del Sur, por ejemplo, las comunidades han lidiado con conflictos y desastres naturales que han destruido sus medios de vida. Aker, una madre de 36 años, se benefició del programa de asistencia en efectivo de Save the Children, que le permitió comprar alimentos y reconstruir su hogar tras una inundación devastadora.
“Este dinero ha sido de gran ayuda para mí. He podido cubrir las necesidades básicas de mis hijos”, dice Aker. La asistencia en efectivo es una medida eficaz y rápida que permite a las familias elegir cómo satisfacer sus necesidades más urgentes. Este tipo de ayuda no solo restaurará la dignidad de las familias vulnerables, sino que también les da la oportunidad de tomar el control de su futuro. Pero, ¿qué se puede hacer para ayudar a los millones de niños que están al borde del hambre? La respuesta es clara: el compromiso de la comunidad internacional es crucial.
Organizaciones como Save the Children han demostrado que es posible tener un impacto significativo cuando el mundo se une en torno a una causa común. Sin embargo, este esfuerzo requiere tiempo, recursos y, lo más importante, voluntad política de los líderes mundiales. La historia tiene ejemplos de cómo la intervención oportuna puede hacer la diferencia. En el año 2017, cuando el cuerno de África enfrentó una crisis de hambre, la acción rápida y la solidaridad mundial ayudaron a evitar una tragedia aún mayor. Sin embargo, también hemos visto las consecuencias devastadoras de la inacción.
En 2011, Somalia vivió una hambruna que cobró la vida de más de 250,000 personas, la mitad de ellas niños menores de cinco años. No podemos permitir que la historia se repita. La comunidad global tiene la capacidad de mobilizarse ante este llamado de auxilio. La desnutrición infantil es un problema prevenible, y cada día que retrasamos la acción es un día en el que más niños corren el riesgo de perderlo todo. El cambio es posible.