En el vasto mundo de los instrumentos musicales, algunos destacan por su historia, otros por su sonido distintivo, pero pocos pueden presumir de ser tan extraños y cautivadores como el theremín. Este singular aparato, que parece más una herramienta de ciencia ficción que un instrumento tradicional, ha dejado una huella imborrable en la música, el cine y la cultura popular a lo largo del último siglo. Desde su invención en 1919 por el físico ruso Leon Theremin hasta la interpretación magistral de Carolina Eyck, el theremín sigue fascinando a músicos y oyentes por igual. El theremín es único en el sentido de que se toca sin que el músico toque físicamente el instrumento. Sus dos antenas, colocadas en posición vertical, miden la proximidad y la distancia de las manos del intérprete para controlar el tono y el volumen, generando un sonido etéreo y fantasmal que se ha asociado durante décadas con lo extraterrestre y lo misterioso.
Este sonido característico ha marcado películas clásicas como "El Día en que la Tierra se Detuvo" y diversas series de televisión, consolidando la imagen del theremín como el instrumento del más allá. Carolina Eyck es una de las principales figuras contemporáneas del theremín y ha dedicado su vida a dominar y expandir las posibilidades de este instrumento. Su acercamiento no solo es técnico sino también artístico y filosófico, ya que considera que el theremín requiere una sensibilidad incomparable para el control del cuerpo y la conexión con el sonido. No se trata simplemente de emitir notas, sino de danzar en el espacio invisible, manejando los campos electromagnéticos que producen la música. El theremín desafía las convenciones tradicionales de la interpretación musical.
No hay cuerdas que pulsar ni teclas que presionar, ni siquiera un contacto físico directo; el intérprete debe aprender a crear un lenguaje con los movimientos electrostáticos de sus manos. Esta especialidad se llama "aerial fingering" o “digitación aérea” y fue desarrollada inicialmente en los años treinta por Clara Rockmore, una virtuosa precoz que, como Carolina Eyck, revolucionó la manera de entender y tocar el theremín. El proceso de aprendizaje del theremín también representa un desafío mental y emocional. A diferencia de instrumentos clásicos donde la partitura y la técnica son las guías constantes, el theremín exige una forma de concentración meditativa y una conexión profunda con el propio cuerpo. Según Eyck, el instrumento invita a liberarse de las normas rígidas y a experimentar una relación única entre control y libertad, entre ciencia y arte.
Un aspecto singular del theremín es que se afina de acuerdo al cuerpo y el entorno del intérprete, un fenómeno conocido como “capacitancia corporal”. Esto significa que no se puede simplemente usar una nota A estándar como referencia. El instrumento responde a cómo el cuerpo interactúa con el campo electromagnético circundante, haciendo que cada interpretación sea única y adaptada a quien lo toque y el lugar donde se toque. Más allá del ámbito artístico, el theremín también ha sido objeto de teorías e interpretaciones culturales curiosas, entre ellas que el instrumento está más en sintonía con ciertas energías femeninas debido a la delicadeza y sensibilidad necesarias para tocarlo. Sin embargo, su intérprete Carolina Eyck señala que el theremín es para todas las personas que tengan una afinidad con el control del cuerpo y la música, sin importar el género.
La presencia del theremín en la música contemporánea ha ido creciendo, aunque aún es considerado un instrumento poco convencional, especialmente en contextos de música clásica o de cámara. Compositores como Holly Harrison exploran las limitaciones y posibilidades del theremín, buscando tratarlo como una voz humana que podría llevar lo operático a territorios inexplorados. Carolina Eyck no solo interpreta piezas clásicas, sino que también compone y explora la improvisación, ampliando la literatura musical disponible para el theremín. Su obra combina melodías hermosas con momentos de libre expresión que parecen ir más allá del sonido, evocando fenómenos naturales y criaturas imaginarias que vuelan en un bosque simbólico lleno de colores y texturas sonoras nuevas. Para quienes nunca han visto un theremín en acción, la experiencia puede parecer misteriosa o incluso mágica.
El espectáculo de un músico moviendo sus manos en el aire, “tocando” el vacío mientras produce melodías cautivadoras, desafía no solo la percepción sensorial sino también las ideas preconcebidas sobre la música en su forma más tradicional. Pese a su fragilidad, el theremín ha sobrevivido al paso del tiempo y a los cambios de las tecnologías musicales. Sus versiones modernas combinan lo analógico y digital, permitiendo a los intérpretes acceder a nuevas texturas sonoras manteniendo la esencia orgánica y aérea del instrumento original. La pasión y dedicación de artistas como Carolina Eyck han asegurado que el theremín no solo sea un relicto nostálgico, sino un instrumento vivo y en evolución. En definitiva, el theremín es mucho más que un instrumento musical extraño; es una manifestación viva de la creatividad humana, una combinación entre ciencia, tecnología, arte y sensibilidad.
Su sonido único ha dejado una marca indeleble en la historia de la música y su interpretación contemporánea abre puertas a nuevas formas expresivas que continúan fascinando a oyentes de todo el mundo. Quienes se aventuran a descubrirlo, encuentran en el theremín un puente hacia lo misterioso y lo infinito.