La región de Cachemira, históricamente una fuente de disputas entre India y Pakistán, ha vivido una escalada sin precedentes tras la masacre de turistas en la zona controlada por India el pasado abril. Este ataque, atribuido por Nueva Delhi a grupos terroristas instalados en Pakistán y Pakistán-administrada Cachemira, impulsó una reacción militar inmediata que ha tensado aún más las relaciones entre ambas naciones, al borde de un conflicto abierto. En las primeras horas del 7 de mayo de 2025, India lanzó una serie de ataques aéreos y de artillería sobre infraestructuras que el gobierno indio identificó como enlaces de grupos terroristas como Lashkar-e-Tayyiba y Jaish-e-Mohammed (JeM) dentro de Pakistán y la región bajo control paquistaní en Cachemira. En respuesta, Pakistán declaró haber derribado cinco aviones de combate indios durante un combate aéreo prolongado, y prometió represalias limitadas solo a objetivos militares, evitando atacar zonas civiles para contener la escalada. Este incidente intensifica una disputa centenaria que comenzó en 1947 con la partición del Raj Británico, cuando la región de Cachemira quedó dividida entre ambos países tras tres guerras libradas por ellos hasta ahora.
La zona es reclamada en su totalidad tanto por India como por Pakistán, pero está dividida administrativamente en tres partes: India controla la mayor parte, incluyendo Jammu y Cachemira; Pakistán administra Gilgit-Baltistán y Azad Cachemira; y China controla una pequeña porción del este. El detonante inmediato para los ataques indios fue un ataque terrorista ocurrido en abril de 2025, donde 26 civiles —en su mayoría turistas indios— fueron asesinados en la zona india de Cachemira. India atribuyó responsabilidad directa a grupos militantes que operan desde territorio paquistaní y acusó al gobierno de Pakistán de brindarles apoyo, acusación que Islamabad negó vehementemente. Las represalias indias se centraron en lo que denominaron “infraestructura terrorista”, incluyendo campamentos de entrenamiento y bases logísticas. Imágenes satelitales y reportes posteriores mostraron daños significativos en zonas de Muridke, en la provincia de Punjab de Pakistán, e impactos en escuelas religiosas vinculadas a los grupos extremistas.
El ataque despertó advertencias internacionales sobre el peligro de un conflicto mayor en la región. Pakistán respondió con bombardeos y fuego de artillería hacia posiciones en Cachemira controladas por India, provocando víctimas civiles y militares en ambos lados del Línea de Control, la frontera no formalmente reconocida que divide la zona. Los enfrentamientos aéreos fueron descritos por fuentes paquistaníes como uno de los más largos y complejos en años recientes, con incursiones que evitaron cruzar la frontera para no inflamar el conflicto con consecuencias impredecibles. En el marco político y diplomático, tanto India como Pakistán emitieron declaraciones firmes. Mientras que Nueva Delhi exigió a la comunidad internacional que presione a Pakistán para que detenga el apoyo a grupos terroristas, Islamabad reafirmó su compromiso de tomar “acciones correspondientes” pero advirtió que no busca una guerra abierta, pese a mostrarse preparado para ella.
El primer ministro paquistaní, Shehbaz Sharif, elogió a las fuerzas armadas por su defensa y subrayó que el país es una potencia nuclear, hecho que añade una tensión estratégica crucial en la ecuación de seguridad de Asia del Sur. A nivel global, la comunidad expresó preocupación por esta escalada violenta. Personalidades como Malala Yousafzai, activista pakistaní y ganadora del Nobel de la Paz, hicieron llamados públicos a ambos gobiernos para que detengan la espiral de violencia y promuevan el diálogo. Por su parte, Estados Unidos, a través del entonces presidente Donald Trump y el secretario de Estado Marco Rubio, expresó su voluntad de facilitar la desescalada, enfatizando la necesidad de mantener canales abiertos de comunicación entre las partes. Los expertos internacionales destacan que, aunque la tensión ha crecido considerablemente, tanto India como Pakistán son actores racionales que entienden los riesgos de una guerra total, especialmente por su estatus de potencias nucleares.
Sin embargo, los episodios recientes evidencian la volatilidad permanente de la región y la capacidad limitada de los mecanismos diplomáticos tradicionales para prevenir recurrencias violentas. El conflicto tiene asimismo graves consecuencias humanitarias y sociales. El miedo a nuevos ataques y enfrentamientos ha provocado desplazamientos de civiles en ambas partes del conflicto. Las administraciones locales han ordenado evacuaciones en zonas vulnerables, y se han implementado simulacros de seguridad en India que no se veían desde hace décadas. La vida cotidiana en Cachemira y regiones cercanas se ve profundamente afectada, afectando la economía regional y aumentando la ansiedad social.
Más allá de la confrontación militar, el trasfondo del conflicto refleja disputas complejas relacionadas con identidades religiosas, políticas y nacionales. Con mayoría hindú, India promueve administrativamente a Cachemira como una parte integral y soberana. Pakistán, mayoritariamente musulmán, demanda la autodeterminación o incluso la anexión total de la región como parte de su territorio, lo que alimenta reclamos nacionalistas y sentimientos arraigados en poblaciones de ambos lados de la frontera. Además, la presencia de grupos extremistas con agendas violentas complica la situación y dificulta el acercamiento diplomático. Organizaciones como Jaish-e-Mohammed y Lashkar-e-Tayyiba operan en la región desde hace años y han protagonizado ataques que han causado numerosas víctimas, siendo sancionadas por organismos internacionales aunque con desafiante persistencia.
Este escenario plantea un desafío constante para la estabilidad de Asia del Sur. La rivalidad entre India y Pakistán no solo afecta a los países involucrados, sino que repercute en los equilibrios geopolíticos de la zona, involucrando a potencias externas como China, Estados Unidos, y actores regionales que buscan mantener la paz o fomentar sus propios intereses estratégicos. El proceso de paz entre India y Pakistán ha tenido altibajos desde la creación de ambos estados. Pese a intentos históricos de diálogo y acuerdos temporales de alto el fuego, las raíces emocionales y territoriales del conflicto permanecen profundas y difíciles de resolver. La intervención armada tras la masacre de turistas en Cachemira refleja la fragilidad de cualquier intento de reconciliación y subraya la urgencia de mecanismos renovados y efectivos para evitar una guerra de grandes proporciones.
En el presente, la comunidad internacional enfrenta la tarea de mediar con eficacia y urgencia para desactivar la crisis. El papel de organismos multilaterales, países mediadores y diplomacia silenciosa será esencial para contener las hostilidades, proteger a las poblaciones civiles y crear un marco propicio para el diálogo. Mientras tanto, las voces de la sociedad civil, activistas y líderes de opinión de ambos países instan a priorizar la paz por encima de las diferencias. Reconciliar motivos históricos con las necesidades contemporáneas de seguridad y desarrollo es el reto más importante para asegurar un futuro menos conflictivo en Cachemira y la región en general. En conclusión, la reciente ofensiva militar india contra Pakistán tras la masacre de turistas en Cachemira ha marcado un punto crítico en una disputa larga y compleja.
Aunque las autoridades de ambos países intentan controlar la situación, la escalada amenaza con afectar no solo su estabilidad bilateral, sino también la paz regional e internacional. El camino hacia la resolución requerirá un compromiso firme con la diplomacia, la justicia y el respeto mutuo, elementos que siguen siendo un desafío a superar en una de las zonas más militarizadas y disputadas del mundo.