En la era actual de la inteligencia artificial, las startups que se atreven a adentrarse en este extremo competitivo se enfrentan a una demanda laboral que supera los límites convencionales. Más allá de la tradicional semana laboral de cinco días, y aun de la poco convencional de seis, muchas de estas empresas emergentes han adoptado una cultura que exige trabajar prácticamente todos los días, incluidos sábados y domingos. Esta dinámica laboral, aunque extrema, se ha convertido en una práctica común en ciertos nichos tecnológicos, donde la velocidad para innovar y lanzar productos se percibe como la clave para sobrevivir en un mercado saturado y dinámico. El fenómeno surge como respuesta directa a un entorno altamente competitivo. Las startups de inteligencia artificial no solo compiten entre sí, sino también contra gigantes tecnológicos que están incorporando rápidamente capacidades avanzadas de IA en sus plataformas.
La presión se traduce en una carrera constante para perfeccionar tecnologías, encontrar soluciones innovadoras y captar tanto talento como financiación. En este contexto, la austeridad del tiempo se convierte en un recurso crítico y escaso, llevando a equipos a extender sus horas y días de trabajo más allá de los estándares tradicionales. Por ejemplo, algunas empresas emergentes como Arrowster, que ayuda a estudiantes con procesos de educación internacional, no esconden en sus ofertas laborales que esperan que sus empleados trabajen los siete días de la semana. El propio CEO de Arrowster ha comparado esta entrega total con la exigencia de un atleta, donde la dedicación supera el horario habitual y la pasión por el proyecto es fundamental. Esta comparación ilustra cómo la cultura del esfuerzo extremo está normalizada y, en cierto sentido, glorificada dentro de este ecosistema.
La justificación de estas largas jornadas se basa en la idea de que el tiempo no debería dividirse necesariamente en cinco días laborables y dos de descanso. Se discute incluso la lógica detrás de la semana laboral tradicional, evaluada como un constructo social histórico más que una necesidad racional. El argumento a favor de un trabajo fragmentado en bloques de concentración intensa, alternando con periodos cortos de descanso, busca maximizar la productividad y mantener el impulso constante que exigen los lanzamientos y desarrollos tecnológicos. Sin embargo, no solo Arrowster sigue esta línea. Otras startups de elevada proyección, financiadas por prestigiosos aceleradores como Y Combinator, han destacado públicamente su disposición a mantener oficinas operativas y equipos trabajando durante toda la semana.
Esta pulsión cultural genera también tensiones internas y debates sobre la salud mental, la retención de talento y los valores que quieren reflejar estas compañías. Algunas startups han optado por jornadas de seis días semanales como un compromiso intermedio. Compañías como Mercor y Autotab han establecido un esquema donde solo un día es no laboral, a menudo el domingo, pero mantienen niveles de intensidad similares al estar presentes en sus oficinas la mayor parte de la semana. Mercor incluso ofrece incentivos económicos para que sus empleados vivan cerca de su sede, minimizando tiempos muertos de traslado y fomentando la disponibilidad constante. Estas políticas evidencian el cambio sustancial en la relación entre empleado y empresa, orientada hacia un compromiso casi total.
Es interesante notar que esta cultura laboral no es un fenómeno aislado de Silicon Valley. Países y regiones con mercados tecnológicos avanzados, como China y Corea del Sur, llevan años aplicando esquemas de trabajo sumamente demandantes, con la famosa “996” en China (trabajar de nueve de la mañana a nueve de la noche, seis días a la semana) como paradigma. Además, algunas legislaciones, como las de Grecia, han adaptado formalmente semanas de trabajo extendidas para sectores específicos que demandan atención continua. Este contexto global amplifica las preguntas sobre el equilibrio entre el esfuerzo laboral y el bienestar personal. Profesionales y académicos llaman la atención sobre riesgos de salud física y mental, y sobre la sostenibilidad a largo plazo de estas prácticas.
La problemática del burnout, un síndrome cada vez más reconocido, pone en la mesa la posibilidad de que el exceso de horas y días de trabajo pueda deteriorar más que fortalecer el desempeño empresarial. En Silicon Valley, donde la cultura del “hustle” o esfuerzo máximo ha sido parte del ADN durante décadas, estas prácticas extremas se han naturalizado. Desde hackatones hasta sesiones maratonianas de codificación, el sacrificio temporal ha sido visto tradicionalmente como una inversión para el éxito. Gigantes tecnológicos y líderes visionarios han llegado a exaltar jornadas olvidadizas de descanso como prueba de pasión y compromiso. Sin embargo, el auge de la inteligencia artificial y la creciente presión por mantenerse a la vanguardia tecnológica han llevado esta mentalidad a un nuevo nivel.
Algunos fundadores y empleados de startups, conscientes de esta exigencia, reconocen abiertamente que la oferta de empleo no es para todos. Ya no basta con esperar que el talento tenga ética de trabajo; hoy se trata de buscar personas dispuestas a aceptar un estilo de vida que integra de manera intensa y continua la actividad profesional. Paradójicamente, este filtro también sirve para atraer a candidatos que se identifican con la cultura de entrega total y que valoran formar parte de proyectos transformadores, aunque a costa de sacrificar la vida personal en el corto plazo. La calidad del trabajo, más allá de la cantidad de horas, también ha sido un punto clave en el debate. Expertos en derecho laboral y productividad advierten que prolongar las jornadas sin control puede traer efectos contraproducentes, disminuyendo la creatividad, aumentando errores y reduciendo la motivación.
Por eso, algunos líderes proponen alternativas que contemplen descansos estratégicos, ambientes laborales saludables y flexibilidad, con el fin de balancear las demandas del negocio con las necesidades del recurso humano. La industria tecnológica ha experimentado también un fenómeno de rechazo al modelo de trabajo excesivo, con episodios que han trascendido a la opinión pública. Diferentes sectores, como el desarrollo de videojuegos, han visibilizado los costos asociados a lo que se denominan “marchas de la muerte”, períodos prolongados de trabajo extremo que llevan a agotamientos severos. Tales situaciones han generado un llamado a reconsiderar las dinámicas laborales y apostar por sistemas más sostenibles. En contraste, el desarrollo de inteligencia artificial en sí mismo genera expectativas para un futuro más productivo y con menor carga laboral.