En el mundo laboral y en cualquier entorno donde interactuamos con otras personas, la manera en que contribuimos a las metas comunes tiene un profundo impacto en los resultados que se logran. Recientemente, una reflexión inspirada en la experiencia de los astronautas y su manera de evaluarse entre sí —catalogándolos como -1, 0 o +1— ofrece una perspectiva valiosa sobre cómo cada persona puede afectar positiva o negativamente una misión o proyecto. Esta clasificación sencilla pero poderosa ayuda a identificar comportamientos que restan energía y eficacia, así como los que suman valor y cohesionan al equipo. Entender esta dinámica puede transformar no solo la forma en que te relacionas con los demás, sino también tu desarrollo personal y profesional. Ser un “-1” implica desempeñar un rol que resta al grupo, al proyecto o a la misión.
Las características visibles de estas personas suelen ser la falta de iniciativa, la ausencia de curiosidad para entender o mejorar, y una predisposición a rendirse cuando las cosas se ponen difíciles. Este tipo de actitud puede ser sumamente perjudicial en cualquier ambiente, ya que no solo limita el aporte individual, sino que también puede influir negativamente en la moral y el rendimiento de los compañeros. Por ejemplo, esperar constantemente a que otros digan qué hacer o evitar responsabilidades cuando surge un desafío, genera un ambiente de incertidumbre y frustración. En contraste, aquellos que se posicionan como “0” representan estabilidad y confiabilidad. No necesariamente son los más entusiastas o innovadores en el grupo, pero su compromiso y competencian son fundamentales para que las tareas se ejecuten con seguridad y según los estándares mínimos esperados.
Estos individuos constituyen la base sólida sobre la cual se pueden edificar mayores logros. Si bien estar en esta posición puede parecer neutral, ser un “0” es una contribución valiosa, ya que garantizar que todo funcione sin inconvenientes es clave en cualquier equipo o misión. Sin embargo, la aspiración máxima es ser un “+1” o un contribuyente positivo que no solo cumple con lo esperado, sino que va más allá para impulsar la excelencia y el éxito colectivo. Estas personas se destacan por demostrar iniciativa, solicitar y generar preguntas que aportan nuevas perspectivas, y nunca rendirse ante las adversidades. Asumen la responsabilidad incluso en las situaciones más complejas, apoyan a sus compañeros para que también tengan éxito, y adoptan una actitud humilde pero entusiasta.
Los “+1” construyen ambientes donde la colaboración florece y se multiplican los beneficios. La enseñanza para quienes desean mejorar su impacto personal y profesional es clara: primero, es fundamental identificar si algunos comportamientos propios podrían estar catalogados en ese conjunto negativo. La autoconciencia es el primer paso para la transformación. ¿Esperas siempre a que te digan qué hacer? ¿Evitas situaciones difíciles y responsabilidades? ¿Eres una persona poco fiable o poco entusiasta con las tareas asignadas? Responder honestamente estas preguntas puede brindar pistas para cambiar. Además, aprender a observar y reconocer a los “0” y “+1” que te rodean puede ser una fuente inagotable de inspiración y aprendizaje.
Al analizar qué hacen y cómo se comportan, puedes incorporar esas cualidades a tu manera de actuar, enriqueciendo tu propia contribución. Por ejemplo, la iniciativa no solo significa empezar tareas sin que te lo pidan, sino también identificar oportunidades de mejora en procesos y relaciones. Hacer preguntas es una herramienta poderosa para no quedarse en la superficie, desafiando el status quo y promoviendo un ambiente de aprendizaje continuo. Una actitud persistente frente a los obstáculos es otra marca de los colaboradores positivos. La resiliencia no es solo aguantar, sino encontrar soluciones creativas y mantenerse enfocado en las metas.
Asumir responsabilidad —incluso cuando las cosas no salen bien— demuestra integridad y fortalece la confianza dentro del equipo. Ayudar a otros a crecer en sus roles no solo eleva el desempeño general, sino que genera vínculos de apoyo mutuo indispensables para el éxito. Ser humilde es también un rasgo fundamental que distingue a los verdaderos líderes y miembros ejemplares. Reconocer que siempre hay espacio para aprender y que las ideas propias pueden complementarse con las de otros abre la puerta a la colaboración auténtica. La humildad combinada con el entusiasmo crea un ambiente donde la energía positiva se contagia y motiva a todos a dar lo mejor.
El mensaje esencial es claro: nadie quiere ser un ”-1” en su entorno, pero para evitarlo no basta con declararlo o con buscarlo por declaración propia. El cambio real surge de adoptar hábitos y valores que construyan una imagen sólida y confiable, y que permitan aportar valor constante en cualquier contexto. Tomar la decisión consciente de ser mejor, aprender, ayudar y persistir es la clave para transformar no solo la percepción que otros tienen sobre ti, sino también para crecer personal y profesionalmente. En resumen, este enfoque inspirado en la cultura con la que se evalúan los astronautas nos invita a reflexionar sobre nuestro impacto real en los proyectos y equipos en los que participamos. No se trata solo de cumplir con las expectativas, sino de elevar continuamente nuestro nivel aportando iniciativa, responsabilidad, apoyo y entusiasmo.