En los últimos años, la ciencia financiada con fondos federales en Estados Unidos ha atravesado un período complejo y turbulento, marcado por una intervención política radical que ha alterado profundamente el panorama de la investigación científica. La serie de análisis de Derek Lowe, especialmente en su decimocuarta entrega titulada "La crisis continua: la visión Trumpista", arroja luz sobre cómo las estrategias y posturas adoptadas por la administración de Donald Trump y sus representantes han socavado la credibilidad y la operatividad de las agencias científicas del país. Para comprender el fenómeno, es crucial entender que la administración Trump no solo buscó dirigir o influir en las políticas y decisiones científicas, sino que, de manera deliberada, intentó destruir la estructura establecida de las agencias de ciencia financiadas por el gobierno. Estas maniobras no fueron producto de errores o malentendidos, sino de una filosofía profundamente arraigada en el rechazo a lo que se denomina comúnmente como “Deep State” o Estado profundo, concepto utilizado para denostar a funcionarios y expertos que por años han sostenido y guiado el aparato científico-tecnológico y regulatorio del país. Esta visión rechaza no solo las instituciones, sino la misma noción de ciencia objetiva y evidencia independiente.
En ese marco, la información que no se alinea con la agenda política es vista como una amenaza a eliminar. Este contexto ha implicado un retroceso notable en áreas clave, como la regulación de seguridad, la protección ambiental y la lucha contra el cambio climático, temas que han sido sistemáticamente minimizados o cuestionados sin fundamento sólido. El impacto se ha visto amplificado por la forma en que algunos dirigentes y designados por la administración han asumido sus roles en agencias fundamentales como el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS), el Instituto Nacional de Salud (NIH) y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA). Figuras como Robert F. Kennedy Jr.
, Jay Bhattacharya y Marty Makary han adoptado posturas que, según Lowe, no se basan en evidencia científica sino en creencias personales y agendas que pueden ser perjudiciales para la salud pública y la integridad científica. La influencia de Robert F. Kennedy Jr., por ejemplo, es especialmente problemática dado su historial antivacunas y la promoción de teorías desacreditadas que relacionan las vacunas con el autismo. Su llegada a un puesto de liderazgo en el HHS produce un entorno de tensión y confrontación con la comunidad médica tradicional, generando despidos, cancelaciones de subvenciones y un ambiente hostil hacia la ciencia basada en datos verificables.
Por otro lado, Jay Bhattacharya, conocido por su postura controversial durante la pandemia de COVID-19, ha utilizado su posición para implementar lo que se ha denominado “reformas” y campañas contra el “fraude”, términos que en este contexto se traducen en acciones para desacreditar y modificar el enfoque científico establecido en función de su propia interpretación de los hechos. La lógica detrás de estas acciones es clara: en esta visión del mundo, la verdad científica no existe como un conjunto objetivo de datos independientes, sino que es maleable y puede ser moldeada para servir a intereses y narrativas específicas. La percepción es que toda información está impregnada de una agenda política, y por ello, es lícito manipular, ocultar o desacreditar cualquier evidencia que se interponga en el camino de los objetivos establecidos. Este enfoque tiene consecuencias muy preocupantes para la sociedad. En primer lugar, debilita las instituciones que durante décadas han garantizado la calidad y seguridad de productos médicos, ambientales y tecnológicos.
En segundo lugar, genera un clima de desconfianza pública, donde se cuestiona la veracidad de la ciencia y se fomenta la creencia en teorías conspirativas y remedios no probados, lo que puede derivar en riesgos para la salud y el bienestar colectivo. Además, la concentran del poder en la figura de un líder supremo que impone su voluntad sin espacio para la disensión o el debate racional representa un modelo autoritario que limita la pluralidad científica y refuerza la polarización política. Los subordinados deben alinearse sin cuestionar sus órdenes, lo que reduce la capacidad de autocrítica y mejora continua que caracteriza a la ciencia auténtica. Ante esta situación de crisis, Derek Lowe enfatiza la importancia de la oposición pública visible y constante. Romper la ilusión de unanimidad y silencio que buscan imponer estos grupos es fundamental para crear conciencia social y política sobre los riesgos que implica dejar este modelo instaurado sin resistencia.
El llamado a la acción incluye generar debates abiertos, apoyar el periodismo independiente que cubre estos temas con rigor, fortalecer las redes de científicos y ciudadanos comprometidos con la evidencia, y ejercer presión política a través de la participación ciudadana activa. Esto implica comunicarse con representantes electos, fomentar campañas informadas y contribuir con recursos a iniciativas que defienden la ciencia y el acceso a información confiable. Es esencial reconocer que la defensa de la ciencia no es un asunto exclusivamente técnico, sino un combate cultural y político que determina el rumbo futuro de la sociedad en términos de salud, desarrollo tecnológico, justicia ambiental y bienestar general. Ignorar la importancia de mantener la independencia y la integridad científica es abrir la puerta a decisiones basadas en prejuicios, intereses particulares y pseudociencia. La persistente ofensiva contra la ciencia federal representa un desafío mayúsculo que afecta no solo a Estados Unidos, sino que tiene repercusiones globales dada la interconexión de la investigación y los problemas planetarios como el cambio climático y las pandemias.
Por ello, la comunidad internacional y las sociedades civiles deben estar alertas y apoyar mecanismos que fortalezcan la transparencia, la cooperación y la evidencia como base para políticas científicas y sociales. En conclusión, el análisis de Derek Lowe sobre “La crisis continua: la visión Trumpista” nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la ciencia ante presiones políticas extremas y la necesidad imperiosa de un compromiso colectivo para resguardar los valores de objetividad, rigor y ética que sustentan el avance humano. La defensa de estas bases es crucial para evitar que intereses partidarios y discursos oportunistas destruyan el invaluable trabajo de generaciones de científicos y profesionales dedicados a mejorar la calidad de vida y el conocimiento global.