En la actualidad, la representación de temas delicados y traumáticos en la ficción, como la agresión sexual, sigue siendo un terreno complejo y controvertido. A menudo, creadores de contenido argumentan que incluir estos elementos es necesario para reflejar la realidad con honestidad y profundidad dentro de sus historias. Sin embargo, esta postura merece una reflexión profunda, ya que el realismo, aunque valioso, no justifica automáticamente la inclusión de agresiones sexuales ni garantiza que su presencia aporte un valor narrativo o social positivo. La justificación del realismo para legitimar la representación de la agresión sexual suele basarse en la idea de que la guerra, la violencia o determinados contextos históricos han estado marcados por tales crímenes, por lo que omitirlos sería una forma de falsedad o negación de la realidad. Esta argumentación, aunque tiene un sustento en hechos históricos, carece de consistencia al aplicarse de manera selectiva y desproporcionada.
Por ejemplo, en muchas narraciones que buscan mostrar la crudeza de la guerra o de ambientes hostiles, se omiten deliberadamente otros aspectos igualmente o más frecuentes como enfermedades, hambre o condiciones extremas de exposición, que afectan profundamente a los personajes pero son invisibilizados. Si el realismo fuera el único parámetro, la omisión de esos elementos sería también una forma de inexactitud o deshonestidad narrativa. Además, gran parte de las obras que defienden la inclusión de escenas de agresión sexual en sus tramas no representan estos hechos con una sensibilidad adecuada ni con una intención clara de educar o crear conciencia. A menudo, se utilizan más como mecanismos para generar dramatismo, crear atmósferas oscuras o añadir un tono “realista” y – en ocasiones – para apelar a la simpatía hacia determinados personajes, pero sin profundizar en el impacto psicológico real que estas agresiones generan ni en la experiencia desde la perspectiva de las víctimas. Este uso superficial, y en muchos casos voyeurista, termina desequilibrando la narrativa y banalizando un tema que demanda un tratamiento responsable.
La persistencia de estas representaciones se relaciona con la tradición artística del realismo, surgida hace más de un siglo como respuesta a la idealización y sanitización de la realidad en el arte. Sin embargo, es un error creer que las necesidades narrativas contemporáneas deben mantenerse atadas a esta concepción pura y literal del realismo. La ficción, especialmente el género especulativo o fantástico, tiene como propósito principal construir mundos y experiencias que, aunque puedan apoyarse en lo creíble, buscan explorar ideas, emociones y dilemas humanos mediante herramientas creativas. Por tanto, el realismo es un medio y no un fin en sí mismo. Utilizarlo como justificación para incluir agresiones sexuales trivializa la función de la narrativa y reduce la complejidad de contar historias a un reflejo frío y muchas veces problemático de la realidad.
Un punto crucial en la crítica a la inclusión rutinaria de escenas de agresión sexual es cuestionar por qué casi siempre las víctimas son mujeres jóvenes y atractivas, mientras que los personajes masculinos rara vez son representados como sobrevivientes de esta violencia. Esta persistencia refuerza estereotipos de género y alimenta una mirada sesgada que no solo invisibiliza la victimización masculina, sino que también puede perpetuar una cultura de glorificación masculina basada en la protección de la mujer como símbolo de pureza o vulnerabilidad. Las historias pierden además la oportunidad de representar una realidad más amplia y diversa sobre la violencia sexual y sus consecuencias. Adicionalmente, cuando estas escenas no aportan a la evolución de los personajes ni a un arco narrativo profundo, su inclusión puede resultar injustificada e incluso contraproducente. En varios ejemplos populares, la agresión sexual aparece como un recurso narrativo pensado para generar conflicto o desestabilizar emocionalmente al personaje, pero sin que el desarrollo posterior explore el trauma, la recuperación o el impacto en la identidad del sobreviviente.
En ocasiones, esto convierte la escena en un simple accesorio de oscuridad o una extensión innecesaria del sufrimiento, lo que puede alienar a la audiencia y desensibilizar el tratamiento del tema. En contraste, existen producciones que han abordado la agresión sexual y la violencia de género con una aproximación consciente, cuidadosa y respetuosa, enfocándose en la experiencia de las víctimas y en el proceso de superación, sin necesidad de mostrar explícitamente el acto violento. Películas y series que priorizan la narrativa sobre la violencia como un elemento temático y acompañante, en lugar de como un espectáculo, logran no solo crear historias poderosas y significativas, sino también contribuir a una discusión social más profunda y empática. Otro aspecto a tener en cuenta es el efecto que tiene la representación repetitiva y sensacionalista de la agresión sexual en las audiencias, en particular en sobrevivientes que pueden experimentar reactivación de traumas, ansiedad o incomodidad. La difusión indiscriminada y sin contexto de este tipo de escenas puede generar un daño emocional innecesario y una relación problemática con el contenido de ficción.
Por ello, la responsabilidad social y ética de creadores y productores es fundamental para evitar la explotación o el uso trivial de la violencia sexual en la narrativa. Por último, la tendencia a colocar estas agresiones en personajes femeninos que ya han sufrido otros tipos de violencia o trauma genera un efecto acumulativo de victimización que raramente responde a una intención constructiva. En caso de que no transforme el carácter o la historia de manera significativa, su utilidad narrativa puede ser cuestionable. Esta acumulación puede además resultar repetitiva y agotadora para la audiencia, disminuyendo el impacto y la seriedad del tema. En resumen, aunque el realismo es un enfoque válido para dar autenticidad y profundidad a una historia, no debe utilizarse como una excusa automática para incluir la agresión sexual.
La representación de esta violencia tiene que responder a una necesidad real de la narrativa y llevar consigo un compromiso ético con la sensibilidad y el respeto hacia quienes la han sufrido en la vida real. Existen muchas formas de generar atmósfera, conflicto y desarrollo de personajes sin recurrir a escenas que revictimizan o trivializan la violencia sexual. La reflexión crítica sobre cómo, cuándo y por qué se incluye la agresión sexual en la ficción es necesaria para promover narrativas responsables, respetuosas y que aporten valor social. En última instancia, la creatividad y el oficio de contar historias deben superar la justificación simplista del realismo, poniendo en primer plano el impacto de las representaciones en la audiencia y la calidad de la experiencia narrativa.