La economía global y, en particular, la economía estadounidense se encuentran en un estado de gran confusión, donde los indicadores económicos parecen enviar mensajes contradictorios que dificultan entender realmente en qué situación se encuentra el mercado. Esta incertidumbre se refleja en la discrepancia entre los llamados datos blandos, que miden la confianza y percepción de consumidores y empresarios, y los datos duros, que reflejan la actividad económica tangible. Para lograr una comprensión más clara de lo que está sucediendo, es esencial analizar estos dos tipos de datos y las razones detrás de su divergencia, así como las implicaciones que esto tiene para el futuro económico. Los indicadores de sentimiento económico, conocidos como datos blandos, han mostrado un deterioro significativo en los últimos meses. Encuestas emblemáticas como las de la Universidad de Michigan y la Conferencia Board revelan una caída pronunciada en la confianza del consumidor.
Este cuadro de preocupación se añade a la precipitosa caída en el índice de optimismo de pequeñas empresas que registra la NFIB, un reflejo de la incertidumbre que rodea a los emprendedores y negocios de menor tamaño. No solo los consumidores están más cautelosos, sino que los altos ejecutivos y sus equipos financieros también manifiestan un panorama sombrío respecto a las perspectivas empresariales. Los encargados de las compras en sectores manufactureros y de servicios adoptan una actitud más conservadora, lo que se traduce en una disminución en la disposición a invertir y expandirse. Gran parte de este nerviosismo está directamente vinculado a la volatilidad en la política comercial, especialmente en lo que respecta a las tarifas impuestas durante la administración Trump. La implementación de aranceles a productos importados ha generado desacuerdos y temores generalizados sobre el impacto negativo que esto podría tener para la economía en general.
La mayoría de los analistas coinciden en que estas medidas proteccionistas actúan como un freno para el crecimiento, encareciendo insumos, complicando las cadenas de suministro y reduciendo la competitividad de la economía estadounidense a largo plazo. Este marco de incertidumbre política y comercial alimenta la cautela tanto del consumidor como del empresario, generando un ambiente de desconfianza que se refleja en los datos blandos. Sin embargo, si se trasladan la atención hacia los datos duros, que reflejan la actividad económica real, el panorama es menos sombrío e incluso sorprendentemente alentador. En marzo se registraron ventas minoristas históricamente altas, mostrando un consumo fuerte que incluso ha continuado durante abril, según los datos semanales de gasto con tarjeta. Esta fortaleza en la demanda se acompaña de órdenes y entregas elevadas de bienes duraderos, indicadores que normalmente presagian un crecimiento económico sostenido.
El mercado laboral también se mantiene sólido y es uno de los pilares más confiables para medir la salud económica. Los niveles de creación de empleo continúan siendo robustos, la tasa de desempleo se mantiene baja y las solicitudes de seguro de desempleo se encuentran en niveles asociados tradicionalmente a épocas de expansión económica. Esta fortaleza en el mercado de trabajo no solo implica más ingresos para las familias, sino también una mayor confianza para gastar y una mayor estabilidad social que refuerzan el crecimiento. Esta aparente contradicción entre las señales negativas del sentimiento y la solidez de los datos reales ha llamado la atención de economistas y analistas del mercado, quienes intentan entender las causas detrás de esta disonancia. Un gráfico difundido por Goldman Sachs refleja perfectamente esta brecha entre los datos blandos que decepcionan y los datos duros que sorprenden positivamente, creando una narrativa compleja que debe entenderse con detalle.
Una explicación plausible a este fenómeno la brinda Neil Dutta, economista de Renaissance Macro, quien señala que buena parte de la fortaleza en la actividad económica podría deberse al “adelantamiento” de compras y órdenes en anticipación a nuevas tarifas. En otras palabras, consumidores y empresas están adelantando adquisición de productos y bienes duraderos para evitar pagar precios más altos cuando entren en vigor nuevos aranceles. Este movimiento crea una ilusión temporal de vigor en la economía, ya que la demanda se concentra en el presente, pero podría generar una caída en el consumo y la inversión en períodos futuros cuando se normalicen las compras y se sienta el impacto real de las tarifas. Este fenómeno genera dos grandes problemas para evaluar la verdadera salud de la economía. Primero, enmascara la debilidad subyacente que podría existir, ya que el consumo y la inversión podrían estar simplemente trasladados en el tiempo y no reflejando crecimiento real.
Segundo, implica el riesgo de una desaceleración futura si los niveles actuales de demanda no se mantienen debido a que se han “canibalizado” ventas que deberían haberse producido más adelante. Durante la expansión económica que comenzó en 2020, se ha comprobado que los datos duros son más confiables que los datos blandos para valorar la evolución real del mercado. Esta conclusión ha sido respaldada incluso por estudios recientes del Banco Central, que subrayan la importancia de considerar las acciones de consumidores y empresas más allá de sus opiniones y expectativas. Sin embargo, aunque esta metodología ha funcionado bien en general, la situación actual impone un desafío adicional debido a las distorsiones generadas por la política comercial y la anticipación de tarifas. Por otra parte, la volatilidad en las políticas públicas y las tensiones comerciales internacionales generan un caldo de cultivo para la incertidumbre, lo que mantiene a los inversores y a la sociedad en general en un estado de alerta constante.
La falta de una dirección clara y estable en la política económica y comercial dificulta la planificación empresarial y el gasto de los consumidores, aumentando la posibilidad de oscilaciones abruptas en la actividad económica. En el plano internacional, la guerra comercial y las sanciones han afectado también la percepción y desempeño económico al alterar las cadenas de suministro globales y provocar reajustes que aún no se han estabilizado completamente. Muchos sectores económicos están en proceso de adaptación a esta nueva realidad, lo cual puede resultar en movimientos erráticos en la producción y el empleo. Esto nos conduce a una reflexión importante: para interpretar correctamente la situación económica, es indispensable analizar tanto el sentimiento económico como la actividad real, entendiendo sus interrelaciones y los factores externos que los condicionan. La economía no es un fenómeno lineal ni unificando, sino un entramado complejo donde múltiples variables interactúan y pueden enviar señales incongruentes.
Para los consumidores, la recomendación sería mantener una perspectiva equilibrada y cautelosa, entendiendo que aunque el mercado laboral y las ventas actuales muestran fortaleza, existen riesgos de desaceleración a futuro. Para los empresarios, la importancia radica en ser flexibles y adaptarse a un entorno volátil, evitando decisiones precipitadas basadas en expectativas pesimistas o en datos aislados. Para los responsables de política pública, el desafío será construir un entorno más estable y predecible que permita reducir las distorsiones y promover un crecimiento sostenible. Finalmente, el estado confuso de la economía refleja un periodo de transición en el que viejas dinámicas se enfrentan a nuevas realidades impulsadas por cambios políticos, tecnológicos y sociales. La clave para navegar esta etapa con éxito será la capacidad de interpretar con cuidado los múltiples indicadores, aprender de las señales contradictorias y fomentar políticas que promuevan confianza y dinamismo económico.
Mientras tanto, los consumidores, empresas y analistas deberán convivir con esta incertidumbre, buscando siempre informarse de manera equilibrada y evaluar tanto la percepción como la realidad tangible para tomar las mejores decisiones posibles.