Título: Cómo perdí £25,000 cuando robaron mi criptomoneda El mundo de las criptomonedas es un terreno desconocido y, a menudo, peligroso para los imprudentes. Para muchos, la promesa de ganancias rápidas puede resultar irresistible, pero como descubrí por experiencia propia, el riesgo puede ser abrumador. Esta es la historia de cómo perdí £25,000 de mis ahorros duramente ganados debido a un robo digital en la oscura y turbulenta esfera de las criptomonedas. Después de más de una década como periodista tecnológico, pensaba tener una comprensión básica del funcionamiento de las criptomonedas. Había oído hablar de Bitcoin y de su ascenso meteórico, especialmente cuando alcanzó casi $20,000 (£16,500) a finales de 2017.
Sin embargo, nunca había considerado invertir. Era un "adoptante del almuerzo", alguien que se interesaba pero que siempre mantenía una distancia prudente. Todo cambió cuando la curiosidad y el miedo a perderme una oportunidad me llevaron a dar mis primeros pasos en este universo. Fue a mediados de 2017 cuando decidí invertir en criptomonedas. Elegí Ethereum, atraído por su creciente popularidad y su promesa de igualar el sorprendente comportamiento de Bitcoin.
La idea de crear un fondo para la jubilación a través de la inversión parecía emocionante, pero también aterradora. Realicé múltiples investigaciones y, después de muchas dudas, finalmente hice mi primer movimiento. No obstante, la ansiedad siempre estaba presente; podía perder todo con un solo error. En ese momento, la decisión sobre cómo almacenar mi inversión llegó al primer plano. Tenía dos opciones: dejar mis criptomonedas en un intercambio o almacenarlas en una billetera digital cifrada.
Después de leer sobre los intercambios pirateados que habían perdido millones de libras, opté por una solución más segura: mietherwallet.com. Generé dos claves —una pública y una privada— y me aseguré de que la clave privada estuviera guardada de forma segura. Hice copias en papel y, lamentablemente, cometí el error de guardarla en mi borrador de correo electrónico de Gmail para poder acceder a ella fácilmente. Poco después, el valor de Ethereum se disparó, y en cuestión de meses, vi que mi inversión crecía hasta alcanzar una suma considerable.
La sensación de estar en el lado ganador era indescriptible; sin embargo, esa euforia pronto se convertiría en desesperación. Tras meses sin movimientos en mi cuenta, el mercado de criptomonedas comenzó a tambalearse a finales de 2018. Decidí que era el momento de retirar algo de mi inversión. Cuando intenté acceder a mi billetera, el terror se apoderó de mí: ¡todas mis criptomonedas habían desaparecido! Cerca de £25,000 se habían evaporado. El saldo de mi cuenta era cero.
Después de un frenesí de pánico, comprendí que había sido víctima de un robo. Utilizando mi clave privada, un atacante había trasladado todas mis Ethereum a otra dirección. La sensación de pérdida era agobiante y, lo que es peor, no había forma de revertir el movimiento. Las transacciones en Ethereum son irrevocables. No existen las protecciones que ofrecen los bancos tradicionales, como el esquema de compensación de servicios financieros (FSCS), que asegura hasta £85,000 en cuentas bancarias en el Reino Unido.
Como periodista, sabía que los delitos cibernéticos eran difíciles de rastrear, pero esto era diferente: estaba decidido a lograr una resolución. Contacté a mi red de contactos del mundo criptográfico, con la esperanza de aprender más sobre cómo recuperar mis fondos. Tras investigar, descubrí que mi dinero había sido transferido a una de las plataformas de intercambio más grandes de criptomonedas: Binance. Según sus registros, el ladrón había movido el dinero en menos de una hora, lo que hacía que las opciones para recuperarlo fueran todavía más escasas. Mis intentos de obtener información de Binance resultaron frustrantes.
La respuesta automática que me prometía respuesta en 72 horas resultó ser un laberinto de burocracia. La única solución viable era acudir a la policía. Reporté el robo a Action Fraud, la agencia del Reino Unido que se encarga de los delitos cibernéticos, y obtuve un número de caso. Sin embargo, pasó un tiempo sin noticias y la desesperación golpeaba cada vez con más fuerza. Decidido a actuar, contacté a CipherBlade, un grupo de cazadores de recompensas que trabaja con el FBI para rastrear fondos robados.
Ellos encontraron que mi Ether había sido depositado en lo que llamaron una "billetera de consolidación", y después había sido dividido en pequeñas cantidades y enviadas a varias direcciones en Binance. Esta noticia me dio algo de esperanza, ya que sabía que las autoridades necesarias debían actuar. Transcurridos seis meses desde el robo, las cosas finalmente empezaron a moverse cuando envié el informe de CipherBlade a Action Fraud. La unidad de ciberdelitos en mi distrito tomó nueva iniciativa y, gracias a su trabajo combinado con Binance, lograron seguir las huellas que dejaban los atacantes. Pero la realidad era dura: aunque pudieron rastrear direcciones IP anónimas hasta una compañía de telecomunicaciones en los Países Bajos, no pudimos determinar la identidad de los ladrones.
Toda esta experiencia me dejó una lección dolorosa: nunca vuelvas a almacenar tu clave privada en ningún lugar digital no seguro. La posibilidad de que el malware esté espiando tus movimientos en el teclado es constante. Pero, al mismo tiempo, almacenar tu clave en papel también puede ser peligroso. Un descuido, un incendio o incluso una mascota curiosa puede arruinar cualquier posibilidad de acceder a tus fondos en el futuro. Hoy sigo contemplando la brutalidad del mundo de las criptomonedas, donde las transacciones son tan rápidas y las autoridades tan impotentes frente al abismo de la posibilidad de perderlo todo.
Esta experiencia no solo ha dejado una huella en mi billetera, sino también en mi visión sobre la seguridad en las inversiones digitales. Si alguna vez decides aventurarte en este “bazar salvaje”, asegúrate de hacerlo con una precaución extrema y un conocimiento exhaustivo. La lección más importante es que, en el mundo de las criptomonedas, el que no sabe es el que paga.