En un mundo marcado por constantes cambios geopolíticos y tecnológicos, la visión de Stephen Kotkin presenta una perspectiva relevante sobre el futuro de Occidente. Sus reflexiones, especialmente a partir de su extensa charla en 2017 sobre las esferas de influencia en el Instituto de Estudios Humanísticos de Viena, subrayan un diagnóstico complejo: Occidente parece carecer de una imagen clara y esperanzadora para su propio futuro. Este vacío de perspectiva no solo afecta el ánimo social, sino que podría explicar fenómenos tan relevantes como el descenso generalizado de las tasas de natalidad, la erosión de la integridad social y la prevalencia de discursos negativos en el ámbito político y mediático. Kotkin opta por un método socrático en el que expone con minuciosidad ambas caras de cada argumento, sin ofrecer conclusiones tajantes, dejando abierta la puerta para que su audiencia reflexione y tome decisiones informadas. Esta aproximación invita a replantear el momento actual desde múltiples ángulos, reconociendo la complejidad del escenario presente y evitando simplificaciones que a menudo son contraproducentes.
Uno de los puntos cruciales que Kotkin destaca es la profunda crisis de sentido en las sociedades occidentales. Esta falta de una narrativa positiva y constructiva sería responsable en parte de la sensación de estancamiento o retroceso en varias áreas. La política, por ejemplo, se percibe como un campo en el que predomina la destrucción sobre la construcción, donde los discursos casi siempre apuntan a combatir o criticar ideas previas en lugar de plantear proyectos innovadores y consensuados para el futuro. Sin embargo, pese a esta crítica a la situación política y social, Kotkin manifiesta un fuerte compromiso y fe en la democracia como sistema. Destaca lo notable que resulta que las democracias occidentales hayan conseguido valerse entre el conjunto de regímenes autoritarios y dictaduras que predominan en gran parte del planeta.
A través de una anécdota comparativa, recuerda el sentido del humor de Ronald Reagan al ilustrar las libertades civiles que caracterizan a Occidente, enfatizando la capacidad de sus ciudadanos para criticar abiertamente a sus líderes sin temor a represalias. Este contraste con regímenes autoritarios no es menor, especialmente en un contexto global donde esas mismas dictaduras parecen ganar poder e influencia con rapidez. Kotkin subraya el peligro que representan tanto los ataques abiertos como las amenazas encubiertas que esos sistemas representan para las democracias liberales occidentales. A diferencia de lo que muchos podrían suponer, la dificultad no solo proviene del contorno externo, sino también de las fracturas internas y la falta de respuestas efectivas que dificultan la unidad y el esfuerzo colectivo para enfrentar dichos retos. Un fenómeno que preocupa es la aparente indiferencia o falta de reacción que algunas sociedades occidentales muestran frente a influencias extranjeras que pueden debilitar su proyecto democrático o promover ideologías extremas o fallidas históricamente.
Por ejemplo, en plataformas digitales alternativas a gigantes como Twitter, se observan comunidades que abrazan corrientes ideológicas como el comunismo, con desarrolladores anónimos que incluso usan símbolos o imágenes asociadas a líderes de regímenes comunistas históricos. Este resurgimiento no solo suscita inquietud por su contenido, sino también por la facilidad con la que estas ideas pueden obtener popularidad y legitimidad en redes sociales, a menudo sin un contrapeso visible o ni siquiera un debate crítico equilibrado. Asimismo, sobre el régimen chino, que Kotkin y otros analistas han criticado firmemente, se evidencia una situación compleja. Pese a evidencias históricas y académicas sobre los efectos devastadores de ese sistema bajo líderes como Mao Zedong, la crítica pública muchas veces es minimizada, descalificada o convertida en blanco de ataques en las redes sociales, dificultando que el debate público sea limpio y contrapesado. La cuestión no solo reside en la naturaleza de estas críticas, sino también en entender el porqué de la aceptación o respaldo que tienen ciertos discursos que pueden ser falsos o manipulados.
Desde el punto de vista económico y tecnológico, China es un actor imponente. Su dominio en la producción industrial, especialmente en sectores estratégicos como paneles solares, baterías o drones, es indiscutible. Intentar encontrar productos tecnológicos verdaderamente no fabricados en China es cada vez más complicado, incluso para bienes tan específicos como cargadores para laptops. Esta realidad hace que muchas democracias occidentales enfrenten un reto para mantener su autonomía y competitividad en un mundo en el que las cadenas productivas globales están profundamente interconectadas y, en ocasiones, dependientes de un solo país con intereses poco transparentes. Kotkin compara la situación actual con la experiencia histórica de Japón a finales del siglo XIX.
Ese país vivía una época relativamente aislada y tranquila hasta que la llegada del comodoro Perry, con un despliegue evidente de tecnología militar avanzada, obligó a Japón a acelerar su modernización y su integración en el escenario internacional. La imagen que Kotkin usa es clara: ¿está Occidente llevando un sable samurái a una pelea armada con armas modernas? Con el avance potencial y real de tecnologías como la inteligencia artificial, drones armados y robots humanoides, la urgencia de actualizar y fortalecer todos los ámbitos –desde el tecnológico hasta el político– de sus sociedades es evidente si no quiere quedar rezagado en el nuevo orden mundial. No obstante, lejos de caer en el fatalismo, Kotkin ofrece un panorama optimista y propone un camino para que Occidente retome su liderazgo y vigor. Según lo expuesto en un reciente diálogo con el comité selecto de Estados Unidos sobre China, ganar no significa expandir territorios ni derrotar a un adversario eliminándolo, sino recuperar el espíritu propio. Para Kotkin, la apuesta debe centrarse en que Estados Unidos –y, por extensión, las democracias occidentales– inviertan en sí mismas, revalorando sus fortalezas intrínsecas y cultivando sus valores sin intentar imitar a China ni caer en la tentación de copiar sus métodos.
Este proceso debe ser un esfuerzo colectivo, que involucre a cada sector de la sociedad: universidades, instituciones científicas, el Congreso, el poder judicial, la administración pública, organizaciones no gubernamentales y la comunidad empresarial. La sinergia entre estas esferas es fundamental para crear oportunidades tanto en el ámbito doméstico como en la cooperación con aliados y socios globales. La activación y fortalecimiento interno serán esenciales para mantener la posición y competitividad en el escenario mundial. Además, este camino hacia la revitalización reclama un renovado compromiso con la democracia como sostén del debate libre y la innovación social. Probablemente, la fortaleza de Occidente radique en su capacidad para cuestionar poderes, asumir errores y generar soluciones inclusivas y dinámicas.
El desafío es que esta misma apertura pueda dejar la puerta abierta a influencias que buscan socavarlo, y aquí la educación, la información veraz y la participación ciudadana cobran más relevancia que nunca. En definitiva, la visión de Stephen Kotkin combina un análisis crítico pero constructivo, que parte de reconocer la realidad actual con sus amenazas y debilidades, para trazar un horizonte en el que Occidente pueda no solo sobrevivir, sino adaptarse, renovarse y prosperar. Su invitación a reencontrar el camino propio dentro de una democracia vigorosa y tecnológicamente avanzada representa un llamado a la acción conjunta, a la unidad interna y a la confianza en los valores y capacidades que históricamente han definido a estas sociedades. El futuro es incierto, pero no está predeterminado. La manera de enfrentarlo requerirá comprensión profunda, voluntad de diálogo y, sobre todo, recuperar la esperanza.
En medio de la complejidad global, este mensaje de Kotkin resuena como un faro para aquellos que creen que el progreso es posible cuando se combina la reflexión serena con la acción decidida.