La percepción humana no es un proceso pasivo ni simplemente receptivo, sino una experiencia activa profundamente entrelazada con el movimiento y la acción. Uno de los ejemplos más fascinantes de esta interacción dinámica se encuentra en la relación entre los movimientos oculares rápidos, llamados sacadas, y la capacidad de ver objetos en movimiento a alta velocidad. Investigaciones recientes han demostrado que la cinemática de estos movimientos oculares —es decir, su velocidad, duración y amplitud— no solo define el modo en que el ojo se mueve, sino que también establece un marco legal para los límites de la percepción visual rápida. En términos simples, las sacadas ocurren aproximadamente 10,000 veces por hora durante la vigilia, siendo el movimiento más frecuente del cuerpo humano. Estas inspiran una transición rápida del punto de fijación del ojo de un lugar a otro, permitiendo que la fóvea, la región de mayor resolución de la retina, explore diferentes áreas del entorno visual.
Sin embargo, estos movimientos provocan un desplazamiento instantáneo y veloz de la imagen proyectada en la retina, generando un fenómeno conocido como “movimiento retinal”. El ojo se mueve en una dirección, pero la imagen retiniana se mueve en sentido opuesto, causando que el entorno visual salte rápidamente frente al receptor visual interno. Lo intrigante es que, a pesar de esta explosión de movimiento retinal, el fenómeno de la percepción consciente de este desplazamiento visual es casi inexistente en condiciones normales; los movimientos oculares rápidos son generalmente invisibles para nosotros, un fenómeno referido como “omisión sacádica”. Esto ha llevado a preguntarse cómo el sistema visual evita saturarse con la información caótica generada por sus propios movimientos y aún mantiene una alta sensibilidad a la percepción de objetos en movimiento en el entorno. Un estudio pionero utilizando proyecciones visuales de alta velocidad ha analizado cómo la percepción de estímulos que se desplazan a velocidades elevadas está subordinada a las leyes cinemáticas que rigen las sacadas.
Mediante la presentación de estímulos luminiscentes que imitan con precisión o desafían la relación legal entre la velocidad máxima, duración y amplitud de estas sacadas, se pudo evaluar la capacidad perceptiva de los observadores para detectar trayectorias de movimiento conscientemente. Los resultados demuestran que la visibilidad de estos estímulos en movimiento responde fielmente a las restricciones cinemáticas impuestas por las sacadas. Además, esta relación incómoda refleja variabilidad individual en las características de los movimientos oculares, sugiriendo que la sensibilidad visual se adapta a la dinámica motora particular de cada persona. Los modelos computacionales que simulan la integración espacio-temporal de las señales visuales tempranas avalan que la percepción visual considera estos parámetros, a fin de suprimir las señales accidentales generadas por las sacadas sin afectarse en la detección de movimientos de objetos rápidos externos. Este mecanismo es crucial para preservar la eficacia de la visión en un contexto real, donde la alta velocidad del desplazamiento retinal podría interferir con la percepción de estímulos relevantes.
La percepción parece afinarse para filtrar las consecuencias sensoriales de los propios movimientos oculares, empleando la regularidad cinemática de las sacadas como un umbral para determinar qué estímulos deben ser omitidos para evitar que el ojo perciba su propio movimiento como ruido visual. Un factor significativo que influye en este proceso es la presencia de puntos fijos inmediatamente antes y después del movimiento ocular. La existencia de estos “puntos finales” estática en la estimulación visual permite que el sistema identifique y suprima eficazmente la imagen del movimiento retinal, asegurando que la omisión sacádica funcione conformemente con las leyes cinemáticas del movimiento ocular. Por el contrario, la ausencia de estos puntos estáticos degrada esta relación y permite la percepción del movimiento, algo que ha sido corroborado mediante experimentos en los que se manipularon las duraciones del estímulo estacionario antes y después del desplazamiento visual. La evidencia también hace hincapié en la gran relación entre la variabilidad individual en las características cinemáticas de las sacadas y las diferencias en la sensibilidad para la percepción de movimientos rápidos.
Con un análisis detallado, se ha evidenciado que las variaciones en velocidad máxima y duración de las sacadas entre individuos, direcciones y amplitudes predicen cambios coherentes en los umbrales de visibilidad para estos desplazamientos rápidos. Más allá de la investigación empírica, la validación con modelos computacionales simples de la visión temprana pone en evidencia el rol fundamental de los mecanismos espaciales y temporales en la integración de señales visuales. Estos modelos son capaces de capturar la transición fenomenológica en la percepción, que va desde la visión continua de un objeto en movimiento a la percepción de desplazamiento aparente o salto, enfatizando la influencia de la cinemática ocular en la experiencia visual. Este entendimiento tiene profundas implicaciones para la neurociencia visual y la teoría de la percepción. Sugiere que la percepción está sintonizada con las limitaciones motoras del sistema visual, configurándose no solo para interpretar señales externas, sino también para gestionar las consecuencias internas de nuestras propias acciones motoras.
Esta relación podría interpretarse como una forma avanzada de “sintonización sensoriomotora”, en la que el sistema visual en su conjunto está optimizado para las condiciones de entrada impuestas por el movimiento del ojo. Además, este enfoque desafía parcialmente la necesidad de invocar complejos mecanismos de corolario motor, comúnmente propuestos para explicar la supresión sensorial durante el movimiento ocular. Se plantea que las leyes cinemáticas mismas proveen la base para explicar la omisión perceptual de las consecuencias visuales de las sacadas, sin necesidad de procesos adicionales que anticipen la señal motora. Las investigaciones abren nuevas vías para estudiar cómo la estrecha sincronización entre acción y percepción determina los límites funcionales de nuestro sistema sensorial. Asimismo, destacan la importancia de considerar el marco natural en que la percepción ocurre: un organismo en movimiento, no un simple receptor pasivo.