La noche del debate presidencial, programada para el 10 de septiembre de 2024, dejó a muchos espectadores boquiabiertos, particularmente a los seguidores más acérrimos de Donald Trump. Mientras el ex presidente, que ha enfrentado numerosas críticas y desafíos legales, intentaba recuperar terreno en una carrera electoral cada vez más disputada, el debate se convirtió en un escenario que muchos consideraron desastroso para él. Sin embargo, lo que siguió a esta noche de incertidumbre no fue solo un análisis crítico de su actuación, sino que surgió una serie de conspiraciones ridículas promovidas por los leales a Trump. Desde el momento en que el debate concluyó, varios comentaristas y figuras de la política conservadora comenzaron a expresar sus sospechas de que el evento había estado manipulado para favorecer a la vicepresidenta Kamala Harris. A pesar de la falta de evidencia tangible que respaldara estas afirmaciones, el eco de estas teorías se propagó rápidamente entre los partidarios de MAGA (Make America Great Again).
Uno de los primeros en elevar la voz fue el propio Donald Trump. En una serie de publicaciones en redes sociales, no dudó en insinuar que la moderación del debate había sido ventajosa para Harris. Sostuvo que ella tenía acceso a preguntas de antemano y que esto influenció el curso de la discusión. “Parece que sabía demasiado”, afirmó Trump, aunque sin proporcionar ninguna prueba concreta que sustentara su acusación. La reacción de su base fue inmediata.
Varios políticos del Partido Republicano y comentaristas de derecha se hicieron eco de sus palabras, lanzándose a las redes sociales para reclamar que el debate había sido “amañado”. Greg Kelly, un conocido presentador de Newsmax, afirmó que la elección del escenario, que presentaba un decorado en tonos azules y letreros que decían “Nosotros, el Pueblo”, era un claro indicio de favoritismo hacia el partido demócrata, ignorando el hecho de que estas palabras son las primeras del preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos. Este intento de explicar la debacle de Trump encontró resonancia en muchos seguidores que se mostraron incapaces de aceptar la realidad de la derrota del ex presidente. En un contexto en el que las redes sociales funcionan como un megáfono, las teorías de conspiración retomaron fuerza, con cada vez más personas sugiriendo que el debate no había sido justo, sino que contaba con un guion preestablecido. A medida que los comentarios críticos se multiplicaban, también surgieron acusaciones aún más absurdas.
Algunos seguidores de Trump comenzaron a cuestionar el atuendo de Kamala Harris, señalando que sus pendientes eran en realidad dispositivos de escucha. Esta teoría se basaba en la creencia de que los joyas de alta gama que lucía Harris eran en realidad equipos de espionaje en miniatura. A pesar de la explicación respaldada por imágenes que mostraban que sus pendientes eran simplemente joyas de Tiffany, muchas voces decidieron ignorar la evidencia y continuar alimentando su narrativa. Otro punto que generó controversia fue el criterio de filmación del debate. Algunos teóricos de la conspiración afirmaron que la ubicación de Trump en el lado izquierdo del escenario, combinado con el ángulo de la cámara, estaba diseñado para presentarlo de manera desfavorable, reforzando una imagen negativa.
Esta afirmación fue igualmente desacreditada, ya que los expertos en medios señalan que la percepción general de las posiciones en pantalla no tiene un impacto tan considerable como se sugirió. La narrativa de la conspiración se convirtió en un refugio para aquellos que no podían aceptar el resultado de la noche. Es importante señalar que, a nivel crítico, los debates políticos suelen ser evaluados no solo por el contenido de lo que los candidatos dicen, sino también por su capacidad de conectar con la audiencia y transmitir su mensaje de manera convincente. En este sentido, muchos analistas concordaron en que Harris había llevado la delantera no solo en argumentación, sino también en presencia y carisma. Algunos en la esfera conservadora vieron la oportunidad de narrar un “rigging” o amaño que, en su mente, justificaba una narrativa continua de victimización.
Decidieron ignorar las fallas evidentes en la estrategia de Trump y, en lugar de asumir la responsabilidad de las consecuencias políticas de su actuación, optaron por aferrarse a teorías que les permitieran mantener una atmósfera de desconfianza y rechazo hacia las instituciones que decidieron en el proceso electoral. El hecho es que el terreno político en los Estados Unidos sigue profundamente polarizado, y la capacidad de los americanos para lidiar con la disidencia y la crítica se ha visto comprometida por narrativas que alimentan la división. Al igual que en las elecciones de 2020, donde Trump y sus seguidores refutaron los resultados, la reacción de su base ante el debate del 10 de septiembre de 2024 es un reflejo de esta tendencia. Es evidente que, al igual que en ese entonces, la incapacidad de aceptar un resultado desfavorable no solo debilita la narrativa de un candidato, sino que alimenta un ciclo de desconfianza que puede tener consecuencias a largo plazo. A medida que las elecciones se acercan, lo que se observa es un intento desesperado de sembrar la confusión y la duda, incluso entre sus propios seguidores, que buscan señales de que “su” lado tiene la razón.
Conforme se avecina el día de las elecciones, queda claro que la estrategia de culpar a factores externos —ya sean los moderadores, el formato del debate o la decoración del escenario— en lugar de enfrentarse a los propios fallos, no es una solución sostenible. Las conspiraciones alimentan la incertidumbre, pero al final del día, los votantes deben decidir en base a más que solo rumores y dudas infundadas. A medida que continúan los debates y las discusiones políticas, la verdad y la honestidad seguirán siendo los verdaderos baluartes de la democracia.