En las últimas semanas, una película documental española titulada "Hispanoamérica: Una Canción de Vida y Esperanza", dirigida por José Luis López-Linares, ha desatado un intenso debate en México sobre el legado colonial. Este filme, que se ha exhibido con gran controversia, presenta una visión de la conquista de América que muchos consideran manipuladora y repleta de propaganda. Mientras algunos ven en la conquista un capítulo de civilización y cultura, otros la tachan de un acto violento que trajo consigo sufrimiento y dolor para los pueblos indígenas. La proyección de la película coincide con un período particularmente sensible en las relaciones entre México y España. Claudia Sheinbaum, la nueva presidenta de México, ya había generado tensiones con el gobierno español al no invitar al rey Felipe VI a su ceremonia de inauguración, en un acto que fue percibido como una respuesta a la falta de disculpas del monarca por las atrocidades cometidas durante la Conquista.
Este contexto histórico hace que el lanzamiento del documental adquiera un significado aún más profundo y polarizante. La película de López-Linares se presenta a sí misma como una revisión de la historia, destacando la influencia positiva que la colonización española tuvo en el continente americano. En sus imágenes, se glorifica la herencia arquitectónica y cultural que dejó España, así como la introducción del catolicismo. Sin embargo, omite un análisis de las violaciones de derechos humanos y las masacres que acompañaron la llegada de los conquistadores, como los traumas infligidos a las poblaciones indígenas. El 12 de octubre, fecha que coincide con la llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, es celebrada en España como el Día de la Hispanidad, mientras que en muchas naciones de América Latina, incluido México, se conmemora como el Día de la Raza, un recordatorio de la resistencia indígena y de la diversidad cultural.
Este contraste en la forma de recordar la historia revela la fractura en la percepción de un evento que marcó la vida de millones. La proyección de la película ha generado reacciones apasionadas. Durante un pase VIP en Ciudad de México, el periodista José Juan de Ávila se atrevió a cuestionar la representación de la época colonial en el documental. Al hacerlo, fue abucheado por un público que, en su mayoría, estaba compuesto por mexicanos de ascendencia europea que ven la conquista desde una óptica de orgullo y aprecio por el legado hispano. Esta respuesta subraya la división existente en la sociedad mexicana acerca de su identidad y su historia.
Algunos intelectuales y analistas han criticado la película, señalando que se basa en ideologías desfasadas que glorifican un colonialismo que a menudo es mejor recordado por su brutalidad. El historiador Federico Navarrete ha señalado que la conquista fue un acto violento que dejó profundas heridas en Mesamérica, donde anteriormente habitaban entre 15 y 30 millones de personas. Después de siglos de conflicto y enfermedades traídas por los europeos, se estima que solo quedaron uno o dos millones de indígenas. Estas cifras revelan un genocidio que, para muchos, no puede ni debe ser minimizado. Perspectivas alternativas también emergen en medio de este debate.
Algunos consideran que la llegada de los colonizadores también trajo consigo ciertos elementos de modernización y cultura, e incluso defensores de la película como el filósofo Juan Miguel Zuzunegui la describen como un mensaje de "amor frente al discurso de odio". Este tipo de argumentos se basa en una visión en la que la historia no es necesariamente lineal, sino que puede ser vista desde múltiples ángulos. Sin embargo, a medida que avanza el diálogo sobre la conquista, se hace evidente que el verdadero desafío radica en confrontar la historia de manera que se reconozcan y respeten las experiencias de todos los grupos étnicos involucrados. La figura del conquistador se ha convertido en un símbolo cargado de significados en diferentes contextos. Mientras algunos lo ven como un traidor junto con otros civiles y religiosos que acompañaron la gesta, otros lo ven como un héroe que trajo una nueva era para América.
Activistas y académicos en ambos lados del Atlántico han comenzado a cuestionar las narrativas tradicionales sobre el colonialismo. Desde España, se han oído voces que abogan por un análisis más honesto y crítico de cómo las acciones del pasado continúan afectando la vida de las personas hoy en día. En México, este enfoque se traduce en un deseo de sanar las heridas del pasado, y reconocer la diversidad cultural como un pilar fundamental de la identidad nacional. Dentro de este contexto, cada año, el 12 de octubre se convierte en un campo de batalla retórico, donde se enfrentan visiones del pasado que resultan en una fuerte resistencia cultural. México, con su rica y dolorosa historia, sigue luchando por reconciliarse con su legado colonial.
La película de López-Linares podría ser un catalizador para el diálogo necesario, pero también puede aggraviar divisiones ya existentes si no se aborda con sensibilidad y responsabilidad histórica. A medida que este debate avanza, lo importante es enfatizar la necesidad de un enfoque más inclusivo que considere las múltiples narrativas que componen la identidad mexicana. Las voces indígenas, los descendientes y quienes han sido impactados por el colonialismo deben ser escuchadas en este diálogo, no solo como un eco del pasado, sino como una manera de construir un futuro más justo y equitativo. La discusión en torno a la película y la conquista de México no finalizará pronto. Con cada proyección o debate, seguimos aprendiendo cómo la historia puede ser interpretada de maneras que reflejan nuestras propias identidades y luchas actuales.
A medida que los mexicanos continúan explorando su relación con el pasado, se hace evidente que el legado colonial seguirá siendo tanto un reto como una oportunidad para el diálogo crítico y la reconciliación.