Durante más de 750 años, la elección de un nuevo papa ha estado rodeada de misterio y protocolos rigurosos, muchos de ellos relacionados con cuestiones aparentemente sencillas, como la alimentación de los cardenales convocados al cónclave. Aunque el foco principal suele estar en la votación y el secretismo absoluto de la decisión, la comida juega un papel crucial en la dinámica interna de este proceso histórico y sagrado. ¿Qué comen los futuros papas? ¿Cómo se garantiza que ninguna información sea transmitida fuera del confinamiento? ¿Por qué la alimentación de estos prelados guarda tanto secreto como la propia elección? Estos interrogantes se responden en la tradición culinaria de los cónclaves papales, donde las normas, la vigilancia y la simbología confluyen en cada comida. El cónclave comienza cuando los cardenales se aíslan en el Vaticano, específicamente en la residencia de la Domus Sanctae Marthae, para votar en secreto al sucesor de San Pedro en la Capilla Sixtina. En este período, que puede extenderse días o incluso semanas, todo contacto con el exterior queda prohibido salvo por una única señal visible: el humo.
El humo negro indica que no se ha llegado a un consenso, mientras que el blanco anuncia la elección del nuevo pontífice. Sin embargo, más allá de este signo, la privacidad es total y las comunicaciones estrictamente controladas para evitar cualquier interferencia externa o filtración de información. La comida, lejos de ser un detalle trivial, es objeto de una vigilancia extrema porque representa un posible canal para el envío clandestino de mensajes o incluso para intentar envenenar a alguno de los votantes. En la Edad Media y el Renacimiento, cuando la política papal estaba imbricada con intensos juegos de poder, estas preocupaciones eran aún más acuciantes. Durante el cónclave más largo de la historia, que duró casi tres años entre 1268 y 1271, los residentes de Roma llegaron incluso a amenazar con limitar la alimentación de los cardenales para forzar una solución rápida.
Fue precisamente entonces cuando el papa Gregorio X implementó reglas estrictas sobre el aislamiento y el control de alimentos, algunas de las cuales siguen vigentes hasta hoy, aunque adaptadas a los tiempos modernos. El secreto en la preparación y distribución de los alimentos se mantiene mediante protocolos que constan de preparación en cocinas bajo estricta supervisión, análisis cuidadoso para evitar mensajes escritos ocultos en platos o servilletas, y el uso de un sistema especial para entregar la comida. Un artefacto conocido como el "ruota", una especie de puerta giratoria o turntable incrustada en una pared, permite enviar las raciones directamente a los cardenales sin que los distribuidores tengan contacto directo con ellos. Además, los alimentos y las bebidas son inspeccionados cuidadosamente para detectar cualquier señal oculta o intento de comunicación fraudulenta. Desde siempre, los guardias italianos y suizos han estado apostados en las proximidades para garantizar que el procedimiento no sea vulnerado.
En cuanto al tipo de dieta, ha evolucionado con el tiempo, pero se mantiene fiel a platos simples, nutritivos y típicos de la región italiana que rodea el Vaticano. Para el cónclave contemporáneo, se sabe que las monjas que trabajan en la Domus Sanctae Marthae preparan menús tradicionales de Lazio y Abruzzo, tales como minestrone, espaguetis, arrosticini (brochetas de cordero) y verduras hervidas. Esta comida modesta y sencilla contrasta con las opulentas cenas que podrían imaginarse, pero refleja el espíritu de austeridad y concentración que envuelve la elección del pontífice. La historia culinaria del cónclave no solo cumple una función práctica sino que también ha tenido un impacto cultural importante. Bartolomeo Scappi, considerado uno de los primeros chefs famosos de la historia y cocinero de varios papas del Renacimiento, documentó en su libro ‘‘Opera Dell’Arte del Cucinare’’ una serie de prácticas ligadas a la alimentación durante estas elecciones.
Explicaba cómo la vigilancia en la cocina y la rigurosa inspección eran imprescindibles para evitar la introducción de mensajes secretos. Según sus relatos, las comidas incluían ensaladas, frutas, charcutería, vino y agua fresca, disfrutadas en habitaciones espaciosas y bien amuebladas, aunque siempre bajo estricta supervisión. En el cine y la literatura se ha explotado la importancia del ambiente y la comida durante el cónclave para construir tramas de suspenso y conspiración. Películas como ‘‘Conclave’’ muestran cómo casi toda la acción dramática transcurre en lugares como el comedor, donde los cardenales aprovechan cada instante para negociar, intercambiar impresiones y formar alianzas. Aunque estas representaciones no siempre son fieles a la realidad, ilustran un hecho indiscutible: la comida es un vehículo de comunicación no oficial y un espacio donde se desarrollan dinámicas de poder incluso dentro del silencio y la solemnidad.
El simbolismo detrás de ciertos platos en el cónclave también tiene su significado. Por ejemplo, en la película mencionada se destaca la preparación de caldos con pollo entero, un gesto de modestia y humildad que busca transmitir los valores actuales de la Iglesia, especialmente bajo el papado de Francisco. En tiempos pasados, sin embargo, la presencia de alimentos como el pollo entero era temida por la posibilidad de contener mensajes o venenos, demostrando cómo el contexto y la percepción de la comida han cambiado pero la necesidad de control persiste. En la actualidad, además de la inspección física de alimentos, la seguridad digital se ha convertido en una prioridad. La Iglesia despliega un esfuerzo considerable para evitar la entrada y uso de dispositivos electrónicos que puedan filtrar información durante el cónclave, reflejando cómo las formas de comunicación clandestina han evolucionado, aunque la esencia de garantizar la transparencia y la confidencialidad se mantenga firme desde hace siglos.
Antes del inicio del cónclave, es común que los cardenales salgan de su aislamiento voluntariamente para disfrutar en Roma de un plato favorito, consciente de que durante el confinamiento tendrán que conformarse con la dieta diseñada por las monjas del Vaticano. Estos momentos, llamados informalmente ‘‘la última cena’’, suelen ser ocasiones para relajarse y convivir en un ambiente más distendido antes de adentrarse en el riguroso proceso de elección. En resumen, la alimentación en el cónclave papal es mucho más que un simple acto fisiológico. Está cargada de historia, simbolismo, y sobre todo, protocolos diseñados para preservar la integridad de uno de los procesos electorales más secretos y trascendentales del mundo. Desde las estrictas reglas establecidas por Gregorio X en el siglo XIII hasta las modernas medidas de seguridad digital, la comida ha sido y continúa siendo un elemento clave para garantizar que no haya interferencias externas, que el proceso se desarrolle con serenidad, y que el nuevo líder espiritual emerja sin influencias indebidas.
Explorar qué comen los cardenales durante estas jornadas nos permite asomarnos a un universo donde la tradición, la vigilancia y la sencillez se entrelazan para proteger un legado milenario. Más allá de las intrigas políticas, la mesa del cónclave es un espacio donde el pasado y el presente se encuentran, manteniendo vivo el misterio que rodea a la elección del máximo representante de la Iglesia Católica.