La historia de la astronomía está llena de teorías, descubrimientos y también de hipótesis que hoy sabemos que no se correspondían con la realidad, pero que sin embargo marcaron etapas cruciales para el avance científico. Una de esas hipótesis corresponde a un planeta denominado Vulcano, supuestamente ubicado en una órbita entre Mercurio y el Sol. A diferencia del planeta ficticio Vulcano creado para la saga de Star Trek, este Vulcano fue una propuesta muy real y seria en la astronomía del siglo XIX que acercó a los científicos a importantes avances en la física y la comprensión del cosmos. La idea de un cuerpo planetario interior a la órbita de Mercurio surgió inicialmente como una posible explicación a ciertas anomalías observadas en el movimiento de este planeta. En concreto, Mercurio presentó desviaciones en su perihelio, es decir, el punto en su órbita más cercano al Sol, que no podían ser explicadas completamente por las leyes clásicas de Newton y la influencia gravitatoria conocida de otros cuerpos celestes.
Estas diferencias llamaron la atención de varios astrónomos a partir del siglo XVII, pero fue en el siglo XIX cuando adquirieron mayor relevancia gracias al trabajo del famoso matemático y astrónomo francés Urbain Le Verrier. Le Verrier se había hecho famoso precisamente por haber predicho la existencia del planeta Neptuno a partir de las perturbaciones gravitacionales sobre la órbita de Urano, lo que generó gran expectativa sobre sus nuevos estudios. Aplicando un enfoque similar a Mercurio, Le Verrier analizó los datos de las observaciones y determinó que las únicas explicaciones plausibles para las anomalías en la órbita de Mercurio eran la presencia de un cuerpo nuevo, ya fuese un planeta o un cinturón de asteroides, ubicado entre Mercurio y el Sol. Confiado en el éxito de su método y en su capacidad para predecir cuerpos celestes no visibles, Le Verrier bautizó este hipotético planeta como Vulcano, en honor al dios romano del fuego y los metales. La búsqueda de Vulcano comenzó con entusiasmo inmediato y atrajo la atención tanto de profesionales como de aficionados a la astronomía.
Varias observaciones reportaron presuntos tránsitos de objetos oscuros atravesando el disco solar, eventos que podrían interpretarse como un planeta pasando frente al Sol desde la perspectiva terrestre. Entre los testimonios que dieron respaldo a la existencia de Vulcano destaca el del médico y astrónomo aficionado Edmond Lescarbault, quien en 1859 comunicó a Le Verrier haber visto un tránsito durante 1 hora y 17 minutos. La noticia fue celebrada con entusiasmo: Le Verrier viajó personalmente para verificar el observatorio de Lescarbault y posteriormente anunció el descubrimiento en la Academia de Ciencias de París. Sin embargo, la comunidad astronómica no aceptó unánimemente el hallazgo debido a ciertas contradicciones y falta de confirmaciones independientes sólidas. Durante las décadas siguientes, múltiples observadores declaran haber detectado Vulcano, pero sus informes eran inconsistentes, no siempre acompañados de datos precisos y a menudo no corroborados por otros científicos.
Algunas observaciones se basaban en eclipses solares totales, donde la opacidad de la corona solar permite ver objetos débiles cerca del Sol. Figuras reconocidas como James Craig Watson y Lewis Swift aseguraron haber visto un planeta rojiizo que no correspondía a estrellas conocidas, pero sus coordenadas y características no coincidieron y enfrentaron críticas por parte de otros expertos, quienes consideraron que los testimonios podrían haber confundido estrellas o fenómenos solares con un planeta inexistente. Los esfuerzos continuaron hasta entrado el siglo XX, incluyendo campañas fotográficas durante eclipses solares organizadas por observatorios como el Lick. Estas investigaciones no lograron hallar evidencia definitiva de Vulcano y finalmente, la hipótesis comenzó a perder credibilidad. El verdadero golpe a la teoría se produjo en 1915 con la publicación de la teoría general de la relatividad de Albert Einstein.
La relatividad general presentó una nueva forma de entender la gravedad, no como una fuerza clásica, sino como una consecuencia de la curvatura del espacio-tiempo provocada por la masa del Sol. Esta teoría logró explicar exactamente el fenómeno del avance anómalo del perihelio de Mercurio sin necesidad de postular la existencia de un planeta adicional. La predicción relativista concordaba con las observaciones con un nivel de precisión sin precedentes, y fue confirmada experimentalmente en 1919 durante un eclipse solar cuando se fotografió la deflexión de la luz de estrellas por el campo gravitatorio solar. Así, la comunidad científica aceptó que Vulcano no existía y que lo que antes se interpretaba como efecto de un cuerpo extra era en realidad la manifestación de una gravedad más compleja que la descrita por Newton. A pesar de ser una hipótesis errada, la historia de Vulcano embellece la tradición científico-astronómica porque ejemplifica cómo el avance científico se nutre tanto de aciertos como de errores temporales.