La historia de la humanidad ha estado marcada por la expansión de imperios y el dominio de territorios físicos sobre los cuales se ejercía el poder soberano. Sin embargo, el siglo XXI presenta un cambio de paradigma que redefine la naturaleza misma del poder y el control geopolítico. En lugar de controlar mares, montañas o ciudades, los imperios del futuro buscan dominar espacios virtuales, sistemas digitales y redes de información. Este fenómeno, capturado magistralmente en la obra del pensador Bruno Maçães, nos invita a comprender un mundo que se configura como una amalgama entre la realidad física y una esfera tecnológica artificial, gobernada por superpotencias que compiten para ser administradores de un metaverso global. La centralidad de los microchips y la infraestructura digital es el cimiento sobre el que se construye este nuevo tipo de imperio.
Desde la banca y la salud hasta la defensa y el entretenimiento, prácticamente todas las facetas de la vida contemporánea dependen de estos diminutos circuitos que controlan y regulan la interacción humana con el mundo y consigo misma. Tal como señala Maçães, quien analiza tanto el marco filosófico como las realidades geopolíticas actuales, el dominio de la fabricación y control de microprocesadores es una cuestión estratégica crucial. Estados Unidos, por ejemplo, desde 2018 con la administración Trump, ha identificado el sector de los microchips como un terreno vital para la seguridad nacional, ejerciendo políticas para mantener una posición hegemónica. Esta visión fue también reconocida y reforzada por China, cuyo presidente Xi Jinping ha planteado la necesidad de proteger el núcleo tecnológico digital como una «puerta vital» para la cadena de suministro global. Así, el control de estos recursos no se trata solo de la producción física de tecnología, sino de la capacidad para construir realidades artificiales en donde las leyes tradicionales del poder territorial pierden protagonismo frente a instancias virtuales supervisadas y diseñadas por los poderes soberanos.
El Covid-19 representó un punto de inflexión en la percepción sobre la relación entre los estados, la tecnología y el control social. Durante la pandemia, la capacidad de los gobiernos para reorganizar la vida social mediante tecnologías digitales y el big data mostró cómo el orden socioeconómico puede ser moldeado rápidamente a voluntad estatal. Este evento provocó que muchos poderes se percataran del potencial que tienen para crear escenarios sociales completamente alterados y controlados desde la virtualidad. No obstante, esta digitalización forzada tuvo límites evidentes. El rechazo y fatiga hacia modalidades educativas en línea o la recuperación de actividades presenciales en universidades significan que la virtualización total de la experiencia humana comporta resistencias culturales profundas.
En medio de estas dinámicas, la guerra moderna también evoluciona hacia conflictos sistémicos donde el control de sistemas energéticos, financieros o tecnológicos se convierte en un campo de batalla decisivo. La guerra en Ucrania ejemplifica cómo Estados Unidos y sus aliados buscan confrontar a Rusia no mediante combates directos exclusivamente, sino a través de la gestión y manipulación del sistema global, imponiendo sanciones en el ámbito económico y energético. Sin embargo, la eficacia de estas medidas ha estado limitada por prácticas que escapan al control estatal, evidenciando que la centralización del poder no es absoluta. Más allá de la política y la economía, el debate filosófico subyacente a esta revolución tecnológica es fundamental para entender el futuro posible. Mientras que figuras como Kant proponen una moralidad basada principalmente en la coherencia interna de las acciones humanas, otros pensadores como Aristóteles o Tomás de Aquino defienden que el orden natural, la relación con la materia y la forma, y la tradición moral y legal inscrita en la naturaleza humana son elementos irremplazables.
Esta divergencia filosófica incide en la credibilidad y viabilidad de vivir completamente inmersos en un universo virtual gobernado por un estado absoluto. A nivel energético, la transición hacia fuentes renovables es vista por Maçães como parte de la separación radical entre el mundo físico y uno virtual que sustituirá la historia tradicional hasta ahora centrada en la geografía y el control físico de recursos. Este cambio tecnológico, comparable a la transición histórica desde la vela a la máquina de vapor, promete alterar la estrategia militar y el poder global al desvincularlo del espacio y el tiempo. Sin embargo, la dependencia actual de Estados Unidos en materiales y combustibles fósiles provenientes de rivales geopolíticos como Rusia representa un obstáculo que cuestiona la rapidez y profundidad de esta emancipación energética. El relato de un futuro dominado por un imperio digital, un metaverso en donde la vida cotidiana y el gobierno convergen, plantea preguntas complejas sobre la libertad individual, la soberanía y el potencial autoritario de estos sistemas.
Es un entorno en el que la realidad parece diseñarse como un producto artificial que oculta el poder estatal detrás de una apariencia tecnológica neutral. La idea de vivir en una realidad cuidadosamente programada por superpotencias plantea ecos de ciencia ficción, pero como enfatiza Maçães, no se trata de una fantasía sino de una posibilidad muy tangible dada la dirección actual de la política y la tecnología a nivel global. El desafío para las sociedades contemporáneas radica en comprender y negociar las implicaciones éticas, políticas y sociales de esta nueva configuración. ¿Podrá el individuo mantener su autonomía y libertad dentro de un espacio controlado y diseñado para maximizar el poder estatal? ¿Cómo responderán los sistemas democráticos a la tecnocracia creciente que puede nacer de un monopolio sobre la infraestructura digital y la inteligencia artificial? ¿Qué papel jugará la resistencia cultural y social a la virtualización total? La historia muestra que los imperios físicos, a pesar de su fortaleza, también enfrentaron límites naturales y humanos. En esta nueva era, donde las fronteras son digitales y la materia parece ceder ante el código, es fundamental cuestionar si este nuevo tipo de imperialismo será más estable o vulnerable.
Aunque la posibilidad de un metaverso hegemónico aparece cada vez más cerca, la complejidad de las sociedades humanas y la naturaleza resistente de los valores culturales y morales podrían ofrecer contrapesos inesperados. En conclusión, el análisis de Bruno Maçães invita a repensar la geopolítica tradicional desde una perspectiva tecnológica y filosófica profunda. El dominio del futuro no se construirá con la mera conquista territorial, sino con la habilidad para crear, controlar y administrar universos digitales que absorban a sus habitantes hasta desdibujar las fronteras entre realidad y simulación. Frente a este horizonte, la reflexión crítica y el debate público sobre la dirección de la ciencia, la tecnología y la política se vuelven imprescindibles para asegurar que el futuro de la humanidad sea un espacio de libertad y no de dominación absoluta.