El nuevo presidente de Irán, Ebrahim Raisi, ha tomado posesión de su cargo en un contexto internacional complicado, y su reciente visita a Nueva York para asistir a la Asamblea General de las Naciones Unidas ha puesto de manifiesto los desafíos que enfrenta. En su llegada a la Gran Manzana, se esperaba que Raisi presentara una imagen de un líder fuerte y decidido, capaz de reafirmar la posición de Irán en el escenario global. Sin embargo, la realidad ha sido otra. Desde su elección en junio de 2021, Raisi ha sido objeto de críticas tanto dentro como fuera de Irán. Su ascenso al poder fue marcado por acusaciones de represión en el pasado, incluyendo su participación en la ejecución de miles de prisioneros políticos en la década de 1980.
Esta historia pesó sobre su liderazgo, y en Nueva York, no podía desviarse de ella. Activistas de derechos humanos y representantes de la comunidad internacional han utilizado la oportunidad de su visita para exigir justicia y rendición de cuentas por las violaciones de derechos humanos en Irán. Al llegar a la sede de la ONU, Raisi se encontró con una sala de espera llena de periodistas y diplomáticos que esperaban sus declaraciones. En su discurso, prometió que Irán continuaría sus esfuerzos para superarse y para contribuir a la paz y la seguridad en el mundo. Sin embargo, su intento de proyectar un mensaje de moderación se vio ensombrecido por las tensiones en torno al programa nuclear iraní y las recientes protestas en su país contra la represión del régimen.
Uno de los temas más candentes durante su estancia en Nueva York fue el estancamiento en las negociaciones para reactivar el acuerdo nuclear de 2015, conocido como el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA). La tensión entre Irán y Occidente ha aumentado en los últimos meses, y muchos expertos coinciden en que Raisi se enfrenta a una difícil tarea en la búsqueda de un equilibrio entre las demandas internas de su gobierno y las expectativas de la comunidad internacional. Durante su visita, Raisi se reunió con varios líderes mundiales, pero se hizo evidente que muchos de ellos tienen reservas sobre su capacidad para llevar a cabo un cambio significativo en la política exterior de Irán. La desconfianza hacia su gobierno es palpable, y las sanciones impuestas a su país continúan teniendo un profundo impacto en la economía iraní. Raisi ha asumido un cargo en un momento en el que el país se enfrenta a una crisis económica severa, exacerbada por la pandemia de COVID-19 y las estrictas sanciones internacionales.
A pesar de las dificultades, Raisi ha tratado de mostrar una cara optimista en sus interacciones con otros líderes. Su enfoque ha sido presentar a Irán como un país dispuesto a dialogar y a buscar soluciones pacíficas a los conflictos en la región. Sin embargo, las promesas de un cambio en la postura de Irán son difíciles de creer, especialmente para aquellos que han sido testigos de las políticas hostiles de su antecesor, Hassan Rouhani. Muchos diplomáticos se muestran escépticos respecto a si Raisi podrá avanzar en las negociaciones nucleares, teniendo en cuenta su postura más dura y sus constantes referencias a la defensa de los intereses nacionales de Irán. Mientras tanto, los iraníes en el exilio han encontrado en Nueva York un espacio para hacer oír sus voces.
Protestas se han llevado a cabo frente a la sede de la ONU, donde manifestantes clamaban por la libertad y los derechos humanos en Irán. La comunidad internacional ha estado atenta a estas manifestaciones, y gran parte de la discusión en torno a Raisi ha girado en torno a su historial en materia de derechos humanos y el tratamiento de la disidencia en su país. Muchas de las organizaciones de derechos humanos que han estado tras sus pasos están preocupadas por la falta de reformas y el continuo ciclo de represión. El mensaje de estos manifestantes ha sido claro: el régimen iraní debe rendir cuentas por sus acciones y detener la represión de su pueblo. La presión internacional y la atención que ha recibido Raisi en Nueva York también han resaltado la falta de legitimidad que su gobierno enfrenta.
A medida que las adversidades económicas se agravan y las tensiones internas crecen, Raisi se encuentra en una posición complicada; el desafío de satisfacer a sus aliados, tanto dentro como fuera de Irán, es monumental. Sin embargo, su estancia en Nueva York no solo ha estado marcada por la controversia. Raisi también ha tenido la oportunidad de mantener encuentros con países de la región y discutir sobre nuevos proyectos de colaboración. Su gobierno ha expresado su interés por desarrollar relaciones económicas más sólidas con sus vecinos, en un intento por mitigar la crisis económica interna. Pero el éxito de estos esfuerzos depende en gran medida de la voluntad de otros países de acercarse a un gobierno que ha sido criticado por su enfoque agresivo.