En diciembre de 2024, un enorme sumidero se abrió repentinamente en la Interestatal 80, cerca de Wharton, Nueva Jersey, provocando el cierre temporal de la vía y generando serios inconvenientes para miles de conductores. Este fenómeno no fue un evento aislado. Durante febrero y marzo de 2025, otros colapsos ocurrieron en la misma zona, ocasionando más cierres y destacando un problema subterráneo de larga data: la inestabilidad causada por minas abandonadas que datan de más de un siglo atrás. Este fenómeno, aunque parece reciente, es la consecuencia directa de las antiguas explotaciones mineras que, al quedar sin soporte ni mantenimiento, representan un verdadero peligro actual. El colapso de minas abandonadas no es sólo un problema local.
Se repite en regiones con historia minera en todo el mundo, implicando riesgos para infraestructuras, viviendas, terrenos agrícolas y ecosistemas. Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha extraído minerales y materiales directamente del terreno. En un principio, la extracción se realizaba a nivel superficial, removiendo materiales visibles o expuestos en colinas o formaciones rocosas. Con el avance del conocimiento y la tecnología, fue necesario profundizar, creando minas subterráneas para seguir obteniendo valiosos recursos como carbón, hierro, cobre, oro y más. Sin embargo, excavar bajo la superficie conlleva riesgos inherentes: oscuridad, acumulación de agua, gases peligrosos y, lo que es más crucial, el riesgo de derrumbe.
Mientras que la minería a cielo abierto ofrece ventajas económicas y de seguridad, la minería subterránea resulta, en ciertos casos, imprescindible debido a la profundidad o al tipo de yacimiento. Uno de los motores principales del auge de la minería subterránea fue el carbón, especialmente durante la Revolución Industrial. Este mineral se encuentra en capas horizontales, conocidas como bancadas o capas, formadas hace millones de años por restos vegetales que se comprimieron bajo la tierra. La minería del carbón con frecuencia utilizaba un método denominado “room and pillar” (habitaciones y pilares), en donde se excavaban cámaras dejando columnas de material intacto que funcionaban como soporte para las rocas del techo. Este esquema buscaba maximizar la cantidad de recurso extraído, pero siempre manteniendo la estabilidad mínima necesaria para evitar colapsos inmediatos.
Sin embargo, en los orígenes de la minería subterránea hubo poca previsión a largo plazo. Las empresas mineras, motivadas principalmente por la extracción rápida de recursos, no documentaban de forma exhaustiva sus túneles ni planes estructurales. Mucha de esta información se perdió con el tiempo debido a la desaparición o compra de compañías. A medida que los terrenos sobre las minas antiguas se urbanizaron o transformaron en campos productivos, el peligro oculto permaneció invisible, hasta que las estructuras comenzaron a ceder o el terreno a hundirse y colapsar. Otro factor complejo es la separación legal entre la propiedad superficial y los derechos minerales subterráneos.
Esto implica que un propietario puede tener el terreno bajo sus pies, mientras que otra entidad es dueña del derecho a extraer minerales o realizar excavaciones bajo esa superficie. Esto complica la gestión y responsabilidad cuando la explotación minera afecta o daña estructuras o terrenos superficiales, dejando a muchas personas sin control efectivo sobre lo que sucede debajo de su propiedad. Cuando las minas son abandonadas, generalmente por agotamiento de recursos o inviabilidad económica, los operadores detienen las actividades y dejan los túneles tal como están. Con el tiempo, estas galerías empiezan a llenarse de agua natural, ya que el bombeo para mantenerlas secas cesa. El agua no solo inunda las minas sino que también favorece la disolución de minerales solubles como el yeso o la caliza, generando vacíos y debilitando el soporte geológico.
El agua también provoca erosión interna y reduce la resistencia mecánica de los suelos y rocas que sostienen el terreno superior. Estos procesos no son lineales ni uniformes. A menudo ocurren en episodios, con pequeñas fallas que pueden sanar temporalmente al rellenarse con sedimentos, para luego reaparecer con mayor intensidad y causar derrumbes repentinos. Incluso cuando no se observan señales evidentes en la superficie, el subsuelo puede estar experimentando movimientos y redistribuciones de tensiones que anticipan un colapso mayor. Los efectos del colapso de minas no afectan únicamente a zonas remotas o rurales.
Existen casos documentados donde ciudades, parques recreativos y áreas habitadas se han visto atravesadas por hundimientos y sumideros súbitos. Por ejemplo, en 2024 un hundimiento se abrió inesperadamente en medio de un complejo deportivo en Alton, Illinois. Estas caídas suelen generar daños severos a infraestructuras, dañan carreteras, generan inundaciones inesperadas por cambio en la dinámica del agua y afectan la productividad agrícola al alterar la topografía. El grado y la forma en que el suelo se hunde dependen profundamente de la profundidad original de la mina, la calidad y tipo de materiales que la componen, y las condiciones hidrogeológicas del área. Cuando una mina está relativamente cerca de la superficie, el hundimiento se presenta generalmente como un sumidero bien definido, resultado de la caída directa del suelo hacia el vacío subterráneo.
Cuando la mina es más profunda, el hundimiento puede ser más extenso y gradual, con áreas que sufren un asentamiento lento y generalizado en vez de un colapso abrupto. Para combatir esta problemática, la ingeniería moderna ha incorporado técnicas de monitoreo y modelado para predecir comportamientos y tomar medidas preventivas. Se usan sensores especializados, como inclinómetros que detectan movimientos laterales del suelo, o extensómetros que miden deformaciones verticales. La información recopilada ayuda a generar modelos numéricos que simulan cómo se comportará una mina abandonada con el paso del tiempo, bajo la influencia del agua y otros factores externos. En cuanto a la prevención y mitigación, existen varias acciones posibles.
Las minas activas modernas implementan métodos como la minería de panel largo o “longwall mining”, en la que el techo es soportado hidráulicamente solo en el frente de trabajo, permitiendo que el techo colapse controladamente detrás del proceso de extracción. Aunque esta técnica genera hundimientos superficiales inevitables, puede ser planeada y controlada mejor que el colapso inesperado de galerías antiguas. Para las minas abandonadas, las soluciones son variadas y dependen del caso particular. Pueden ir desde rellenar con materiales de diferentes tamaños para detener la erosión y evitar que la tierra se derrumbe, hasta inyecciones de materiales estabilizadores como lechada de cemento o espumas de poliuretano para llenar vacíos y reforzar la estructura del suelo. En casos extremos, se realizan obras de ingeniería para reforzar cimientos o desviar caminos y estructuras.
En Estados Unidos, donde el problema de hundimientos por minas abandonadas es particularmente relevante en estados con historia intensiva en minería de carbón, existen fondos y seguros subvencionados por el gobierno que ayudan a cubrir costos de reparación y compensación a propietarios afectados. Estos fondos se nutren de cuotas recaudadas de operaciones mineras activas y leyes específicas que regulan la minería moderna para garantizar un manejo responsable. Conviene entender que la minería es fundamental para la modernidad. Sin minerales como el carbón, el hierro, el cobre y otros, sería imposible mantener la producción de energía, la construcción de infraestructuras y fabricación de bienes que conforman la vida contemporánea. Sin embargo, el legado de explotaciones pasadas con escasa visión a largo plazo genera riesgos reales que deben ser gestionados con conocimiento, responsabilidad y recursos.
Más allá de la cuestión técnica, el colapso de minas abandonadas pone en evidencia un desafío social y ambiental. Proyectos pasados dejan una «bomba de tiempo» en el subsuelo que puede afectar a generaciones venideras. Herramientas modernas como mapeo geológico avanzado, monitoreo constante, legislación adecuada y programas de mitigación son indispensables para reducir daños y atender emergencias. Finalmente, educar a la población sobre la existencia y riesgos de minas antiguas puede ayudar a identificar mejor zonas vulnerables, evitar construcciones en áreas de alto riesgo y fomentar políticas más efectivas de gestión territorial. El equilibrio entre aprovechar los recursos del subsuelo y proteger lo que está sobre la superficie es un reto constante y una responsabilidad compartida.
En definitiva, las minas abandonadas que colapsan son un recordatorio tangible de cómo las acciones humanas pueden dejar marcas duraderas y, en ocasiones, peligrosas en la geografía. La integración de técnicas modernas, planificación cuidadosa y cooperación institucional son claves para afrontar este desafío y asegurar la seguridad y bienestar de las comunidades que habitan sobre antiguas explotaciones mineras.