En el año 2025, el escenario geopolítico mundial experimenta cambios significativos, con Estados Unidos enfrentando un desplome considerable en su popularidad a nivel global. Este fenómeno coincide directamente con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, un evento que ha reavivado debates sobre la influencia de la política estadounidense en las relaciones internacionales y la imagen del país fuera de sus fronteras. La percepción que tiene el mundo de Estados Unidos ha sido un termómetro constante de la salud de la diplomacia y el liderazgo estadounidense. Sin embargo, según el Democracy Perception Index, un estudio exhaustivo que recopiló datos durante abril de 2025 a partir de más de 110,000 encuestas realizadas en 100 países, la mayoría de los encuestados mostraron una opinión negativa hacia Estados Unidos, marcando una caída abrupta en comparación con el año anterior. Parte del desplome de la imagen estadounidense se explica por el fuerte discurso que el presidente Trump ha mantenido en contra de la Unión Europea, calificándola de "horrible" y "patética", lo que ha agravado las tensiones transatlánticas.
No es sorpresa, entonces, que los países europeos, tradicionalmente aliados cercanos de Estados Unidos, sean los que han manifestado la peor percepción hacia el país norteamericano. Este fenómeno refleja una fractura profunda en las relaciones diplomáticas tradicionales y una crisis en la imagen global de Estados Unidos, cuyas políticas y retórica, desde el regreso de Trump, han sido percibidas como divisivas y contraproducentes. Por otro lado, el estudio revela que, mientras Estados Unidos pierde terreno, China continúa escalando posiciones en la opinión pública mundial. Por primera vez, China supera a Estados Unidos en términos de percepción positiva a nivel global, excepto en Europa, donde todavía enfrenta cierto escepticismo. Este auge chino se debe en gran medida a la expansión de su influencia económica, su papel activo en diferentes regiones y una campaña diplomática más cohesionada.
En contraste, Rusia mantiene una reputación muy baja por las implicaciones de su agresión militar en Ucrania, pero sorprendentemente su imagen empieza a mostrar signos de mejoría, aunque sigue siendo menos popular que Estados Unidos. Este fenómeno sugiere una dinámica cambiante en la percepción global del poder, donde factores como la guerra y la diplomacia tienen una gran influencia. La popularidad personal de Donald Trump también se refleja en esta tendencia. Según la encuesta, su reputación mundial es inferior a la de otros líderes internacionales, incluidos Vladimir Putin y Xi Jinping. Trump obtuvo además la peor puntuación en un análisis que incluyó figuras políticas, culturales y espirituales, superando incluso a personajes reconocidos mundialmente como Elon Musk, Bill Gates, el Papa Francisco y celebridades del entretenimiento como Taylor Swift y Kim Kardashian.
Este dato es muy relevante, pues ilustra no solo la desaprobación hacia Trump como persona, sino también el descontento general que afecta a la imagen de Estados Unidos bajo su liderazgo. En consecuencia, la política exterior estadounidense debe afrontar un clima hostil que dificulta la cooperación internacional y la promoción de sus intereses estratégicos. En un contexto global cada vez más complejo y dividido, la percepción negativa de Estados Unidos representa un reto para la diplomacia americana. La pérdida de confianza en la potencia tradicional obliga a una reflexión profunda sobre la manera en que Estados Unidos se presenta ante el mundo y sobre las políticas que adopta para mantener su rol como líder global. Además del impacto en Europa, otros países también han mostrado un cambio en sus percepciones.
Israel, por ejemplo, aparece en el estudio como el país con la peor reputación global, especialmente en Oriente Medio y Asia del Sur. Incluso en naciones europeas con amistades históricas hacia Israel, como Alemania, crece el descontento relacionado con las acciones de su gobierno en Gaza y Cisjordania. Esta tendencia se agrava con las recientes órdenes de arresto emitidas por la Corte Penal Internacional a líderes israelíes por presuntos crímenes de guerra, hechos que han elevado la controversia internacional y afectado su imagen en la opinión pública global. Volviendo al foco en Estados Unidos, el colapso en popularidad también puede interpretarse en clave interna. La polarización política y social en el país se refleja hacia el exterior, mientras aliados tradicionales y socios estratégicos cuestionan no solo las decisiones del gobierno, sino también el modelo democrático estadounidense que parecía un faro en el mundo.
Dado el peso económico, militar y cultural de Estados Unidos, esta caída en estima global tiene consecuencias que van más allá de lo simbólico. La cooperación internacional en temas clave como el cambio climático, la seguridad global, la innovación tecnológica y el comercio podría verse afectada en los próximos años si no se trabaja en la reconstrucción de confianza y reputación. Estados Unidos se enfrenta a un momento crítico. El liderazgo debe reconocer que la política interna y externa están íntimamente vinculadas a la percepción pública mundial. La construcción de puentes diplomáticos, el respeto por las alianzas multilaterales y un discurso inclusivo serán fundamentales para recuperar influencia y credibilidad.
El ascenso de China, en este marco, no es solo un desafío para la hegemonía estadounidense, sino también un reflejo de la evolución geopolítica donde otros actores buscan posicionarse como alternativas de liderazgo global. Por su parte, Rusia intenta mejorar su imagen pese a las sanciones y conflictos, lo que indica que la competencia por la influencia en la política internacional es cada vez más feroz y multifacética. En conclusión, el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha coincidido con una caída sin precedentes en la popularidad del país en casi todas las regiones del mundo, reflejada en una percepción global negativa y un deterioro de sus relaciones internacionales, especialmente con Europa. Esta situación representa un importante reto para el futuro de la política exterior estadounidense y subraya la necesidad de replantear estrategias para mantener el liderazgo en un mundo cada vez más competitivo y fragmentado.