Durante décadas, la manufactura fue vista como el pilar fundamental de la economía y un sinónimo de prosperidad nacional. En el imaginario colectivo, las fábricas y los puestos de trabajo en la industria manufacturera representaban estabilidad, buenos salarios y progreso. Sin embargo, en la actualidad, esa percepción está siendo cuestionada. Diversos factores económicos, sociales y tecnológicos han transformado profundamente la naturaleza del trabajo y la estructura económica mundial. La manufactura ya no se considera un sector especial y exclusivo merecedor de privilegios o subsidios especiales, y en realidad, su rol está evolucionando hacia una dimensión distinta, más acorde con las demandas y realidades contemporáneas.
Uno de los cambios más decisivos que han incidido en la transformación de la manufactura es el cambio radical en los hábitos de consumo de los individuos y las familias. En las décadas de los 50 y 60, por ejemplo, el gasto promedio de los hogares estaba mucho más destinado a la compra de bienes tangibles como autos, electrodomésticos y otros productos manufacturados. La proporción de gasto en servicios era mucho menor. Hoy en día, esa realidad ha cambiado drásticamente: la mayoría de las personas dedica un porcentaje mucho mayor de su presupuesto familiar a servicios como salud, educación, entretenimiento y financiamiento, dejando en segundo plano la adquisición de bienes materiales. Esta transición refleja en parte una mayor automatización que ha abaratado y hecho más eficiente la producción de bienes, incrementando su accesibilidad y disminuyendo la necesidad de dedicar grandes porciones del ingreso a ellos.
Además, los mercados maduros y las economías desarrolladas han alcanzado lo que se denomina “efectos de saturación”, donde la población no siente la necesidad o el interés por adquirir más bienes materiales cuando ya posee varios de ellos. Tener más autos o electrodomésticos no incrementa necesariamente la calidad de vida ni la felicidad del consumidor. En cambio, se valoran más los bienes intangibles que proporcionan bienestar emocional, desarrollo personal y seguridad social. Esto se alinea con teorías psicológicas que plantean que, a medida que las necesidades básicas están cubiertas, las personas buscan satisfacer necesidades de autorrealización y desarrollo personal, que suelen estar más asociadas a servicios que a manufacturas. De la mano con este cambio está el hecho de que una gran parte del dinero gastado en bienes físicos no va directamente a la manufactura.
Incluye inversiones en infraestructura como la construcción de las propias fábricas, costos financieros, estrategias de marketing, distribución y ventas, todos ellos servicios que agregan valor y empleos en sectores distintos a la producción industrial. Esto significa que aunque el consumo de bienes se mantenga, la contribución directa de la manufactura a la economía y al empleo puede ser considerablemente menor que el porcentaje de gasto en bienes. Otro factor a considerar es la evolución global del empleo en manufactura. Lejos de ser una problemática exclusiva de un país, lo cierto es que la reducción del empleo en la industria manufacturera es una tendencia que se observa en todo el mundo desarrollado y en países en desarrollo. La oferta laboral en esta área ha decrecido en lugares como Canadá, Australia, Francia, Reino Unido, Alemania y Japón.
Incluso países que tradicionalmente se han destacado por su gran capacidad industrial como México y Corea del Sur han visto reducir su porcentaje de trabajadores en esta actividad. Este fenómeno no se debe únicamente a decisiones políticas o económicas particulares, ni a la competencia desleal o políticas comerciales internas, sino que se encuentra ligado a la automatización, la búsqueda de eficiencia, la externalización y la reestructuración productiva mundial. La tecnología ha permitido eliminar tareas repetitivas y poco cualificadas, reemplazando mano de obra por máquinas y sistemas inteligentes. Esta tendencia a nivel global es irreversible y está vinculada al avance mismo de los procesos productivos. China, a pesar de ser la excepción en cuanto al crecimiento del empleo en manufactura, también enfrenta problemas complejos en sus industrias que podrían conducir a una reducción en el número de trabajadores a futuro.
Su definición amplia del sector manufacturero añade otra dimensión a la interpretación de las estadísticas, pero la presión global hacia la eficiencia y la maniobra de la automatización también afectará su mercado laboral en este ámbito. En este contexto, la idea de que la manufactura genera los mejores salarios ha sido repetida durante mucho tiempo para justificar las políticas de incentivos a empresas manufactureras. Sin embargo, los datos recientes revelan que hoy en día el salario promedio por hora de los trabajadores de manufactura es inferior al de numerosos sectores de servicios. Estas cifras demuestran que no es una realidad que los empleos manufactureros sean necesariamente mejor remunerados; de hecho, sectores como los servicios financieros, profesionales y de tecnología de la información tienden a ofrecer salarios más altos y estables. El vínculo histórico entre manufactura y sindicatos fue una de las razones por las cuales los trabajadores industriales disfrutaban de ventajas en términos de condiciones laborales y beneficios sociales.
Hoy, aunque la manipulación y políticas para aumentar la sindicalización en este sector siguen siendo defendidas, el crecimiento de sindicatos es más significativo en los sectores de servicios públicos y profesionales, reflejando el cambio en la estructura del mercado laboral. Finalmente, uno de los elementos más relevantes en la discusión contemporánea es la conveniencia y necesidad de fomentar la localización de la economía, entendida como la producción y consumo de bienes y servicios dentro de comunidades y territorios específicos para aumentar su resiliencia, equidad y autonomía. La transición hacia economías locales más fuertes no debería centrarse exclusivamente en la recuperación o expansión de los sectores manufactureros tradicionales, sino que debe integrar también el crecimiento de los servicios, los cuales ya están altamente localizados y contribuyen con empleos directos que generan impacto inmediato y sostenible en las comunidades. El realineamiento de las estrategias de desarrollo económico debe tener presente que invertir masivamente en grandes empresas manufactureras mediante subsidios o incentivos costosos no garantiza la llegada de beneficios a los habitantes de las localidades, ya que muchas veces estas promociones atraen trabajadores de fuera o no mejoran efectivamente los ingresos de la población local. En cambio, destinar esfuerzos a potenciar sectores de servicios puede facilitar mejores condiciones de empleo, salarios más competitivos y un desarrollo más equilibrado.
Además, localizaciones más pequeñas y específicas, como el apoyo a la manufactura artesanal o a proyectos comunitarios como cervecerías locales o pequeños fabricantes, sí tienen un impacto positivo para la identidad, economía y cohesión social, pero deben verse como parte de una estrategia más amplia y diversificada. El objetivo no es revivir un pasado industrial que probablemente no regresará, sino adaptarse a las nuevas condiciones para construir economías resistentes y prósperas para el futuro. La manufactura, por sus características intrínsecas y por la evolución tecnológica y social, es hoy un sector importante pero no privilegiado ni especial dentro de las economías modernas. Reconocer esta realidad no significa abandonar la industria, sino comprender que los cambios globales generan nuevas oportunidades en otros sectores, principalmente los servicios, que representan el futuro y la base de una economía más sostenible, justa y adaptada a las necesidades actuales y futuras de la población.