En la era moderna, la complejidad de las instituciones y organizaciones ha impulsado el desarrollo de procesos formales diseñados para mejorar la eficiencia, garantizar la seguridad y preservar la memoria institucional. Sin embargo, estos procesos, cuando se convierten en un sustituto rígido del juicio humano, pueden generar lo que se denomina "sumideros de responsabilidad". Este fenómeno se refiere a situaciones donde la responsabilidad individual se disuelve en capas de procedimientos y reglas, dejando a los afectados sin interlocutores claros y a las instituciones alejadas del control ético y operativo de sus acciones. El origen y la proliferación de los sumideros de responsabilidad están ligados a la necesidad de las organizaciones de protegerse frente a decisiones polémicas, a menudo en entornos donde las acciones pueden causar perjuicios o descontento. Al establecer procesos automatizados o formalizados, las organizaciones facilitan la toma de decisiones impersonales, en las que nadie asume la culpa o la responsabilidad directas.
Esto, en apariencia, simplifica la gestión y evita el enfrentamiento con los resultados negativos, pero a largo plazo puede acarrear consecuencias nefastas tanto para la institucionalidad como para las personas involucradas. Un ejemplo paradigmatico es el caso ocurrido en 1999 en el aeropuerto de Schiphol, cerca de Ámsterdam, donde por un error administrativo se decidió destruir 440 ardillas terrestres importadas ilegalmente mediante un proceso burocrático que no dejó espacio para la revisión ética o la toma de decisiones humanizadas. Los empleados simplemente siguieron la orden de manera formal correcta, evidenciando cómo la rigidez procedimental puede conducir a actos que, aunque no estén técnicamente errados, son profundamente inmorales y generan un enorme daño reputacional y social. Este tipo de sumideros de responsabilidad no se limitan a casos simbólicos o extremos; se manifiestan en el día a día de millones de personas que interactúan con grandes corporaciones o administraciones públicas, donde los interlocutores humanos son meros ejecutores de procesos preestablecidos, incapaces de ofrecer soluciones o explicar las razones detrás de decisiones inflexibles. La frustración del consumidor o ciudadano se vuelve palpable, pues aunque el rostro frente a ellos tal vez sea humano, la voz que le responde es la de un sistema despersonalizado.
Las consecuencias sociales y políticas de esta desconexión entre las instituciones y las personas no deben subestimarse. La sensación de impotencia y la imposibilidad de apelar decisiones automáticas o burocráticas alimentan un malestar que permea en las democracias modernas. La creciente desconfianza hacia expertos, jueces y funcionarios puede interpretarse, en gran parte, como un rechazo a los sistemas que privilegian la forma sobre el fondo, la norma sobre la justicia, o el procedimiento sobre la ética. Sin embargo, es importante entender que no todos los procesos formales son inherentemente negativos o sumideros de responsabilidad. Muchos procedimientos son fundamentales para garantizar la seguridad, la calidad y la continuidad de servicios esenciales.
Por ejemplo, los protocolos aeroportuarios de chequeo antes del despegue o el uso de listas de verificación en medicina han salvado innumerables vidas. La clave está en mantener el equilibrio entre la automatización y la intervención humana, y en diseñar instituciones que reconozcan la importancia del juicio y la responsabilidad individual cuando las circunstancias lo demandan. Además, no todos los sumideros de responsabilidad generan rigidez o encubren errores. Algunas prácticas, como las investigaciones de crisis sin culpabilización directa, fomentan la transparencia y la mejora continua sin penalizar a personas que actuaron con la mejor intención bajo condiciones complejas. Este enfoque ha demostrado ser eficaz en sectores como la ingeniería de confiabilidad de sitios web o la atención médica en emergencias, donde la evaluación del fallo colectivo y sistémico puede generar soluciones innovadoras y evitar el miedo a denunciar problemas.
Existen también ejemplos de liderazgo que, al asumir personalmente la responsabilidad, liberan a sus equipos de la burocracia paralizante y fomentan la acción decisiva frente a problemas críticos. Durante la crisis del COVID-19 en el Reino Unido, el Primer Ministro Boris Johnson asumió la responsabilidad directa sobre decisiones clave, permitiendo a sus funcionarios superar las limitaciones de procesos rígidos y responder con rapidez a la emergencia. Esta disposición de asumir personalmente las consecuencias resulta clave para evitar que la responsabilidad se diluya y paralice la acción institucional. De igual forma, en ámbitos como la investigación científica o la innovación empresarial, la autonomía protegida mediante mecanismos como la indefensión laboral relativa (tenencia académica) o la confianza otorgada a los emprendedores por inversionistas de riesgo, representa una forma estratégica de sumidero de responsabilidad. Estos espacios libres de supervisión exhaustiva permiten explorar riesgos, errores y nuevas ideas sin temor a castigos inmediatos, incrementando las posibilidades de avances significativos.
No obstante, el balance es delicado y requiere una reflexión profunda sobre el diseño institucional. Por un lado, la sociedad necesita procesos claros y estandarizados que eviten arbitrariedades y maten la improvisación. Por otro lado, debe permitir la flexibilidad suficiente y la retención del juicio moral y ético a nivel individual para que no se generen resultados absurdos, injustos o deshumanizados. Al reconocer y nombrar el fenómeno de los sumideros de responsabilidad, como lo hace el análisis de Dan Davies en "The Unaccountability Machine", podemos abrir el debate necesario para mejorar nuestras instituciones. La tarea es construir sistemas corporativos y estatales que combinen la eficiencia y la seguridad de los procesos formales con mecanismos claros de responsabilidad y apelación humana, asegurando que nunca nadie quede atrapado en la maquinaria sin rostro de la administración impersonal.
La comprensión de estos sumideros también ayuda a interpretar fenómenos políticos actuales como la desafección ciudadana, la desconfianza hacia los expertos y el auge de movimientos antisistema. Cuando las personas sienten que sus vidas están regidas por sistemas inflexibles y anónimos, pierden el sentido de agencia y control sobre su destino, lo que puede alimentar la polarización, la alienación y el clamor por respuestas más humanas y directas. En conclusión, aunque la burocracia y los procesos formales son esenciales para la organización de sociedades complejas, deben ser diseñados con un enfoque que no solo busque la eficiencia, sino que mantenga viva la posibilidad de juicio humano, la ética y la responsabilidad individual. Solo así podremos avanzar hacia instituciones verdaderamente responsables, en las que las decisiones difíciles no se oculten en automatismos anónimos, sino que sean abordadas con la claridad y humanidad que merecen.