Desde 1979, la relación entre Israel e Irán ha sido una de las más tensas y complejas del Medio Oriente. Lo que una vez fue una asociación cordial entre un Estado moderno y un poder regional de gran influencia ha mutado en un antagonismo marcado por la desconfianza, conflictos indirectos y una serie de desarrollos geopolíticos que han cambiado por completo el paisaje político de la región. Los orígenes de esta enemistad se encuentran en la Revolución Islámica de Irán de 1979. Mohammad Reza Shah Pahlavi, un aliado de Estados Unidos y un fuerte defensor de la modernización y la secularización en Irán, fue derrocado en un levantamiento populista liderado por el clérigo Ruhollah Jomeini. La caída del Shah y el establecimiento de la República Islámica de Irán transformaron radicalmente la política del país y su postura hacia Israel.
Antes de 1979, Irán había sido uno de los principales aliados de Israel en la región. Ambos países compartían intereses comunes, tales como el desarrollo económico y la contención del nacionalismo árabe radical. Sin embargo, el triunfo de los islamistas transformó la narrativa. Jomeini se convirtió en un ferviente opositor del Estado hebreo y proclamó el apoyo a los movimientos de resistencia en toda la región, algo que fundamenta una de las piedras angulares de la política exterior iraní: la defensa de la causa palestina. Desde ese momento, la relación se deterioró rápidamente.
En 1982, Israel invadió el Líbano en un intento por expulsar a la OLP del país y establecer un gobierno amistoso en Beirut. Esta acción no solo provocó la creación de grupos de resistencia como Hezbolá, apoyados por Irán, sino que también solidificó la percepción de Israel como un agresor en la narrativa oficial iraní. A lo largo de los años 80 y 90, la enemistad fue marcada por ataques y represalias indirectas. Irán se convirtió en el patrocinador de grupos militantes que llevaban a cabo operaciones contra Israel. Algunos de los ataques más notables ocurrieron en Argentina, donde en 1992 y 1994 se perpetraron atentados suicidas contra la embajada israelí y un centro comunitario judío en Buenos Aires, lo que causó numerosas muertes y heridos.
Aunque ambos países acusaron a Irán de estar detrás de estos ataques, Teherán siempre negó su implicación. Un cambio significativo ocurrió en 2002, cuando se reveló que Irán estaba desarrollando un programa nuclear encubierto, lo que alimentó aún más la tensión entre ambos países. Israel consideró que esto representaba una amenaza existencial, dado que un Irán nuclear podría desafiar su supervivencia. El entonces primer ministro israelí, Ariel Sharon, no dudó en exponer sus preocupaciones y en buscar apoyo internacional para contrarrestar esta amenaza. Los años siguientes estuvieron marcados por enfrentamientos abiertos y operaciones encubiertas.
La guerra de 2006 entre Israel y Hezbolá evidenció la fragilidad de la situación. Israel no logró desmantelar la infraestructura militar de Hezbolá y, al finalizar el conflicto, los vínculos entre Irán y Hezbolá se fortalecieron, consolidando a Hezbolá como uno de los principales actores aliados de Irán en la región. El ciclo de violencia y represalias continuó en la década de 2010. El famoso ataque de Stuxnet en 2010, considerado el primer ciberataque de gran escala en la infraestructura nuclear de otro país, dejó a Irán vulnerable y mostró una nueva dimensión de la guerra moderna. Se atribuyó a Israel y Estados Unidos, y fue un claro indicio de que ambos países estaban dispuestos a emplear métodos sofisticados para combatir lo que veían como una amenaza.
Desde entonces, las hostilidades se han intensificado. El asesinato en 2012 del científico nuclear iraní Mostafa Ahmadi-Roshan, atribuido a Israel, subrayó la intensificación de las operaciones encubiertas contra el programa nuclear persa. Las tensiones alcanzaron su punto máximo en 2018, donde el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, realizó una presentación ante la comunidad internacional asegurando que Irán estaba muy cerca de desarrollar armas nucleares y abogando por un ataque militar directo. La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos fue otro factor determinante. Su decisión de retirarse del acuerdo nuclear de 2015 y reimponer sanciones a Irán fue vista como una carta en blanco para que Israel actuara militarmente contra objetivos iraníes en Siria, donde Irán había empezado a establecer una presencia militar significativa.
Israel realizó numerosos ataques aéreos, alegando que su objetivo era impedir que Irán se consolidara en su frontera. En un giro drástico, en 2020, el asesinato del general Qassem Soleimani, comandante de la unidad Quds del cuerpo de los Guardianes de la Revolución de Irán, a manos de un ataque de drones estadounidense en Bagdad, marcó otro momento crítico. Soleimani había sido clave en la estrategia iraní en la región, y su desaparición generó una promesa de venganza por parte de Irán, lo que intensificó aún más las tensiones. En 2024, la situación alcanzó un nuevo umbral de violencia. Un ataque aéreo israelí, supuestamente dirigido a la embajada iraní en Damasco, dejó un saldo de siete oficiales de la Guardia Revolucionaria muertos.