En la última década, el mundo ha sido testigo de una transformación en el ámbito de la salud global, que ha llevado a un aumento sin precedentes en la financiación y a la creación de nuevos regímenes de gobernanza en salud. Sin embargo, a pesar de estos avances, la gobernanza de la salud global enfrenta múltiples desafíos que ponen en riesgo no solo la salud de las poblaciones, sino también la estabilidad de las relaciones internacionales. A medida que la salud global se ha convertido en una prioridad en la agenda internacional, lo que ha sido catalizado por el compromiso de gobiernos, organizaciones no gubernamentales, y fundaciones filantrópicas, se ha revelado la necesidad urgente de una arquitectura de gobernanza que sea eficaz. Este complejo paisaje de gobernanza de salud incluye una mezcla de actores estatales y no estatales que compiten y colaboran simultáneamente, creando una red de procesos y principios que, aunque innovadores, a menudo son ineficaces. Uno de los ejemplos más emblemáticos de la fragilidad de esta gobernanza se observó en 2009, durante la crisis del virus de la gripe H1N1.
La reacción tardía de muchos países, que luchaban por acceder a vacunas adecuadas, puso de relieve la falta de un marco global que garantizara un acceso equitativo a las vacunas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) tuvo que interceder, llamando a la creación de un nuevo marco global que priorizara la equidad en el acceso a la salud. Este episodio no solo subraya los desafíos en la respuesta a las pandemias, sino que también revela fallas sistémicas en la gobernanza global. Adicionalmente, la crisis económica de 2008 tuvo un impacto devastador en los esfuerzos por alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que incluían metas ambiciosas relacionadas con la salud. La interconexión entre la salud y la economía se volvió más evidente, destacando la necesidad de una colaboración más eficaz entre las naciones.
La falta de sincronización entre los distintos actores, junto con la ausencia de un enfoque holístico, ha llevado a un estancamiento en la mejora de las condiciones de salud a nivel mundial. El aumento de enfermedades no transmisibles, como la diabetes y la obesidad, también ha puesto de manifiesto la urgencia de reformar la gobernanza global de la salud. Las estrategias tradicionales se han mostrado insuficientes para abordar estas complejidades, y a menudo resultan en una respuesta fragmentada y descoordinada. Las políticas efectivas requieren un enfoque integrado que aborde los determinantes sociales de la salud, desde el acceso a la educación hasta el nivel de ingresos de la población. La migración de profesionales de la salud de países en desarrollo a naciones más ricas ha generado una profunda crisis en los sistemas de salud latinoamericanos, africanos y asiáticos.
Esta "fuga de cerebros" ha dejado a muchas comunidades vulnerables sin el personal médico adecuado, exacerbando las desigualdades existentes. Estos movimientos, aunque impulsados por la búsqueda de mejores oportunidades, plantean interrogantes sobre la responsabilidad de los países desarrollados en la formación y retención de estos profesionales de salud. A medida que el mundo enfrenta nuevos desafíos, como el cambio climático, queda claro que la salud global está interconectada con muchas otras áreas de políticas públicas. Las negociaciones en torno al clima en Copenhague en 2009, por ejemplo, revelaron cómo los problemas de salud pueden verse desplazados en una agenda de gobernanza global que prioriza factores económicos y ambientales. Sin embargo, también subraya la oportunidad de integrar la salud en debates más amplios sobre la gobernanza global.
Es fundamental que los países, y en especial los Estados Unidos, reevalúen su liderazgo en la gobernanza de la salud global. Históricamente, EE. UU. ha jugado un papel crucial, proporcionando asistencia financiera y participando activamente en iniciativas multilaterales. Sin embargo, el cambio en la administración y las presiones internas han llevado a una disminución en la inversión en salud global.
Para garantizar un futuro sólido en la gobernanza de la salud, es necesario que EE. UU. formule una estrategia integral que aborde las áreas clave, como las Regulaciones Sanitarias Internacionales de 2005, el control del tabaco y el fortalecimiento de los sistemas de salud en naciones en desarrollo. La creación de nuevos marcos legales y asociaciones público-privadas ha sido fundamental para fomentar la colaboración, pero todavía queda un largo camino por recorrer. Se necesita una mayor cooperación dentro de las organizaciones regionales para fortalecer la respuesta ante crisis de salud y mejorar la infraestructura de salud pública.
En este sentido, el Grupo de los Veinte (G20) podría desempeñar un papel clave al incluir la salud como un tema prioritario en su agenda, generando demanda y atención hacia estos desafíos interrelacionados. Es igualmente esencial que se integren los componentes de salud en los debates sobre problemas de gobernanza global que van más allá del ámbito de la salud. La relación entre salud, comercio y economía es indisociable, y se requiere un enfoque sistémico que reconozca estas interconexiones. Solo así se podrá construir un futuro en el que las políticas de salud sean efectivas y sotenibles. Las recomendaciones y propuestas para mejorar la gobernanza global de la salud son numerosas, pero todas requieren un compromiso renovado y un liderazgo concertado que trascienda las fronteras nacionales y políticas.