Los bosques flotantes de kelp, formados principalmente por especies como Macrocystis pyrifera, son algunos de los ecosistemas marinos más productivos y biodiversos del planeta. Su importancia radica no solo en su capacidad para sustentar una gran variedad de especies marinas, sino también en los servicios ecosistémicos que ofrecen, como la mitigación del cambio climático y el apoyo a las comunidades humanas que dependen de la pesca y el turismo. Sin embargo, estos hábitats están seriamente amenazados por el calentamiento global, especialmente por la intensificación de las olas de calor marinas, conocidas como marine heatwaves (MHWs), que afectan su crecimiento, distribución y resistencia. El aumento global de las temperaturas oceánicas ha generado eventos extremos que superan con frecuencia los límites fisiológicos de las especies de kelp, causando pérdidas significativas en varias regiones. Estudios recientes han demostrado que la exposición proyectada a estas olas de calor marinas aumentará entre seis y dieciséis veces hacia finales de siglo en comparación con los niveles actuales.
Este panorama es preocupante para la conservación marina, dado que la capacidad de recuperación de los bosques de kelp puede verse comprometida si no se gestionan adecuadamente las amenazas tanto climáticas como antropogénicas. A pesar de la creciente amenaza y de la reconocida importancia de los bosques flotantes de kelp, su protección legal y efectiva es extremadamente limitada a nivel global. Menos del 3% de estos bosques se encuentran actualmente dentro de áreas marinas protegidas (MPAs, por sus siglas en inglés) altamente restrictivas, también conocidas como reservas marinas donde está prohibida la extracción de recursos, incluidas las actividades pesqueras. Estas áreas son consideradas la herramienta más efectiva para asegurar la conservación de la biodiversidad marina y fortalecer la resiliencia de los ecosistemas frente a perturbaciones climáticas. La protección insuficiente se observa especialmente en regiones donde los bosques de kelp están más expuestos a olas de calor intensas y otros factores de estrés como la sobrepesca y la contaminación.
Por ejemplo, ecotonos marinos en América del Norte, desde el mar de Bering hasta California, presentan altos niveles de exposición a olas de calor futuras, pero cuentan con muy bajas tasas de protección efectiva. Esta desconexión entre áreas de alta amenaza y escasa protección pone en riesgo la sustentabilidad a largo plazo de estos ecosistemas y de las especies que dependen de ellos. Además, muchas de las áreas protegidas que albergan bosques de kelp se localizan en zonas remotas, como islas del Océano Austral, donde la presión humana es relativamente baja y la exposición a las olas de calor es menor o moderada. Esto significa que los gobiernos han logrado cumplir en parte sus compromisos internacionales de protección marina al incluir estos territorios aislados, pero la mayoría de las zonas costeras accesibles y más sometidas a la actividad humana permanecen vulnerables y poco protegidas. Los bosques de kelp son muy sensibles no solo al aumento de la temperatura sino también a otros factores derivados del cambio climático, como la acidificación de los océanos, cambios en la salinidad y alteraciones en la dinámica de ecosistemas marinos.
Estos impactos pueden afectar la capacidad de crecimiento del kelp, la reproducción y la interacción con otras especies, incluyendo depredadores de organismos que dañan el kelp, como las poblaciones descontroladas de erizos de mar. En California, por ejemplo, se ha reportado una reducción del 90% en la extensión del kelp debido a la combinación de olas de calor severas y sobrepoblación de erizos, fenómeno conocido como la formación de “desiertos submarinos” o “urchin barrens”. Las áreas marinas protegidas bien gestionadas y con restricciones severas de pesca pueden contribuir a mejorar la salud de los bosques de kelp mediante el fortalecimiento de las cadenas tróficas y el control biológico de especies dañinas. En estos santuarios, la recuperación de depredadores naturales ayuda a mantener bajo control a los erizos de mar, lo que permite la regeneración del kelp y la conservación de la biodiversidad marina asociada. Sin embargo, dado el aumento esperado en frecuencia e intensidad de las olas de calor, la sola protección mediante MPAs puede no ser suficiente para garantizar la permanencia de estos ecosistemas en todas las zonas.
Para hacer frente a la crisis, es urgente implementar estrategias de conservación y adaptación al cambio climático que integren áreas protegidas representativas y conectadas, enfocadas en la protección de los hábitats vulnerables y en el fomento de la resiliencia ecológica. Esto incluye identificar y preservar zonas que podrían actuar como refugios climáticos donde la exposición a las olas de calor marinas sea menor, brindando un espacio seguro para la persistencia y recuperación del kelp. El avance científico en la detección y monitoreo de los bosques flotantes de kelp mediante imágenes satelitales ha facilitado la elaboración de mapas globales que revelan la distribución, extensión y cambios en el estado de estos ecosistemas. Este conocimiento es fundamental para diseñar políticas de conservación más efectivas y dirigir la inversión hacia áreas prioritarias. Sin embargo, aún existen lagunas en la representación de algunos tipos de bosques de kelp que no forman canopia flotante, pues su detección remota es más compleja.
A nivel global, las perspectivas para los bosques flotantes de kelp dependen en gran medida de la capacidad para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero y alcanzar objetivos climáticos internacionales que limiten el calentamiento máximo del planeta. Escenarios de emisiones altas proyectan un aumento drástico en la exposición a olas de calor marinas, con consecuencias severas para la estructura, función y servicios ecosistémicos de los bosques de kelp. Las comunidades humanas que dependen de estos ecosistemas, especialmente aquellas ligadas a la pesca artesanal y el turismo costero, están directamente afectadas por la degradación del kelp. La pérdida de estos bosques afecta la biodiversidad, disminuye el recurso pesquero y reduce la capacidad de amortiguar eventos climáticos extremos, aumentando la vulnerabilidad socioeconómica de estas poblaciones. Frente a este panorama, incrementar la red de áreas marinas protegidas y garantizar su adecuada gestión y financiamiento se vuelve una necesidad imperante.
Además, las políticas de conservación deben incorporar enfoques adaptativos que permitan responder a los cambios climáticos y biológicos en curso, integrando prácticas como la restauración activa, la protección de refugios climáticos y la conservación genética de poblaciones resilientes. Es fundamental que los países con costas donde se encuentran estos bosques asuman un compromiso sólido para integrar a los bosques flotantes de kelp dentro de sus planes de conservación y uso sostenible del océano. Esto también implica fomentar la cooperación transfronteriza en regiones compartidas y promover la participación de comunidades locales y sectores productivos en la gestión de estos ecosistemas. La evidencia científica resalta que las áreas marinas protegidas altamente restrictivas son herramientas valiosas para fortalecer la resiliencia de los bosques flotantes de kelp frente a las olas de calor marinas y otras amenazas. Sin embargo, la baja cobertura actual en relación con la superficie total de kelp y la concentración de estas zonas protegidas en áreas remotas limitan su efectividad global.
Para salvaguardar el futuro de los bosques flotantes de kelp es necesario actuar con urgencia, equilibrando la protección estricta con estrategias de restauración y adaptación que consideren las dinámicas propias del cambio climático. Solo así se podrá conservar la biodiversidad marina, los servicios ecosistémicos y el bienestar de las comunidades costeras que dependen de estos valiosos hábitats marinos.