Pulgasari es mucho más que una simple película de monstruos; es una curiosa y singular manifestación cultural que emerge de uno de los contextos políticos más herméticos y represivos del mundo: Corea del Norte. Conocida como el clon norcoreano de Godzilla, Pulgasari representa un cruce inusual entre cine, política y manipulación, cuyas circunstancias de creación son tan impactantes como la propia película. La historia detrás de Pulgasari involucra secuestros, coerción política y una obsesión por crear un éxito cinematográfico capaz de reforzar una ideología y dejar huella en la cultura popular, especialmente dentro del círculo cerrado de la República Popular Democrática de Corea. En los años 80, Kim Jong Il, el entonces heredero y futuro líder norcoreano, se apasionó por el cine y visionó en la industria cinematográfica un arma estratégica para el régimen. Durante su juventud, Kim reunió una extensa biblioteca de películas extranjeras, incluyendo clásicos como James Bond y Rambo, y creó una red clandestina para la distribución de cintas prohibidas a nivel local.
A pesar de su fascinación por el séptimo arte, se sentía insatisfecho con la producción cinematográfica norcoreana, la cual consideraba técnica y creativamente inferior. En su afán por recuperar el prestigio del cine nacional y utilizarlo como instrumento propagandístico, decidió incorporar talento surcoreano para elevar la calidad y el impacto de las películas de Corea del Norte. La figura clave en esta historia es Shin Sang Ok, uno de los directores más destacados del cine surcoreano en ese tiempo, y su esposa, Choi Eun Hee, una actriz célebre. En un acto insólito y brutal, ambos fueron secuestrados por orden directa de Kim Jong Il. Choi fue atraída a China con engaños y capturada, mientras que Shin la siguió perdiendo su libertad en el proceso.
Ambos fueron retenidos bajo custodia, pero con comodidades relativamente privilegiadas en comparación con la mayoría de la población norcoreana. Su encarcelamiento fue con la finalidad de obligarlos a trabajar para la industria cinematográfica del régimen. La imposición de trabajar para su secuestrador, el dictador Kim Jong Il, implicaba una paradoja cruel: colaborar para la propaganda de un régimen que odiaban y del cual querían escapar. Dentro de este contexto, Pulgasari fue concebida como un encargo directo de Kim Jong Il, quien actuó como productor ejecutivo del filme. Inspirado en la serie japonesa Godzilla, pero con un claro enfoque ideológico y propagandístico diferente, el dictador insistió en la realización de un clásico de monstruos, pero con un mensaje comunista que exaltara la lucha contra la opresión y la avaricia de las clases dominantes.
Para asegurar un nivel técnico que igualara a las producciones japonesas, Kim no escatimó recursos: contrató a expertos japoneses en efectos especiales y hasta al actor que interpretó a Godzilla en la serie original. Estos especialistas en maquillaje y efectos especiales fueron engañados, creyendo que trabajarían en China, y terminaron colaborando para el régimen norcoreano en un proyecto singularmente controvertido. Pulgasari cuenta la historia de un monstruo creado mágicamente con una mezcla de arroz y sangre humana. Este gigante, hambriento de hierro, emerge para luchar contra un emperador opresor que sojuzga a agricultores en extrema pobreza. Sin embargo, la trama de la película posee una ambivalencia que la vuelve única y dinámica; Pulgasari, después de vencer al tirano, también pone en peligro a aquellos que inicialmente lo apoyaron debido a su apetito insaciable por el hierro, creando un paralelismo interesante y multidimensional en cuanto al poder, la lealtad y la traición.
Esta alegoría reflejaba, de manera más o menos intencionada, aspectos del régimen norcoreano mismo, con el emperador tirano fácilmente reconocido como una metáfora del propio Kim Jong Il. Visualmente, Pulgasari tiene un acabado muy particular. La cinta muestra varias carencias técnicas evidentes, con una estética que aparenta ser más propia de la década de los 60 que de los años 80. El diseño del monstruo, con movimientos torpes y efectos especiales rudimentarios, dotan a la película de un estilo camp y kitsch que ha contribuido a su popularidad entre cinéfilos de culto y seguidores del cine B. También destacan elementos sonoros inesperados, como la voz del Pulgasari bebé que se asemeja a un juguete chirriante, generando un efecto más cómico que aterrador, que ayuda a desdramatizar la trama y añade una capa más a la experiencia única de la película.
Aunque en Corea del Norte Pulgasari fue inicialmente un éxito y una película venerada por el régimen, su existencia pública fue efímera debido a los eventos posteriores. Tras finalizar la producción y gracias a una oportunidad para viajar al extranjero, Shin y Choi lograron escapar en Viena, comunicándose con la embajada de Estados Unidos para solicitar asilo. Esta fuga supuso una humillación para Kim Jong Il y una represalia directa contra ellos: sus nombres fueron eliminados de las cintas y la película fue prohibida formalmente en los cines norcoreanos, aunque con el tiempo pudo circular de manera clandestina en formato DVD y descargas ilegales. La historia de Pulgasari trasciende la mera producción cinematográfica. Es también la crónica de una bandera de resistencia indirecta y una bocanada de humanidad en un contexto asfixiante, donde el arte y la política se entrelazaron de forma macabra.
Para Shin Sang Ok y Choi Eun Hee, el filme significó su salvación, el medio que finalmente les permitió recuperar su libertad y alejarse de un régimen totalitario. Para el público global, especialmente en occidente, Pulgasari se transformó en una pieza de culto por su rareza, su narrativa dual y la inesperada historia de su creación. Pulgasari ha tenido una circulación marginal en países fuera de Corea del Norte, donde fue vista con mezcla de fascinación y humor por aficionados al cine raro y underground. En 2001, una empresa estadounidense especializada en anime la lanzó en formato VHS, convirtiéndola en objeto de culto entre cinéfilos amantes de lo insólito. Desde entonces, ha sido proyectada de manera esporádica en salas independientes y muestras de cine en ciudades como Nueva York, Toronto, Bristol y Brooklyn.
Algunos festivales y eventos incluso han bautizado a sus funciones con un tono casi festivo, destacando la peculiaridad del monstruo y la historia política detrás de la película. Además, Pulgasari se ha convertido en un caso de estudio notable sobre cómo el arte puede surgir y desarrollarse en condiciones extremas, y sobre la manera en que el cine puede ser utilizado tanto como herramienta de propaganda como medio de supervivencia personal y expresión política. La película invita a reflexionar sobre la relación entre la creatividad y la coerción, mostrando cómo incluso en los regímenes más opresivos, es posible concebir producciones artísticas que, con el tiempo, encuentran su camino hacia un público más amplio, que las aprecia más allá del control autoritario. La existencia de Pulgasari también plantea debates sobre la política cultural de Corea del Norte y su impacto en el panorama internacional. Aunque Kim Jong Il quería utilizar el cine para fortalecer la imagen de su país, la realidad reveló las contradicciones y limitaciones inherentes a un sistema basado en la censura y la represión.
La colaboración forzada, los recursos empleados para un filme que se vuelve una curiosidad, y la fuga de sus creadores, son testimonios elocuentes de estas tensiones. En la actualidad, Pulgasari permanece disponible gracias a plataformas en línea y copias distribuidas de manera no oficial. Su legado sigue vivo no solo como una película de monstruos, sino como un símbolo de la compleja historia cultural y política de Corea del Norte, y como ejemplo de cómo el arte puede surgir incluso de las circunstancias más adversas. La historia del filme y sus creadores sigue inspirando interés, sirviendo a la vez como objeto de análisis histórico, entretenimiento y como recordatorio de las historias personales detrás del arte en los regímenes autoritarios. Al comprender a Pulgasari no sólo como un Godzilla knockoff sino como una producción que encapsula una época y un contexto político particular, se abre una ventana hacia la enigmática Corea del Norte y su singular aproximación al cine y la propaganda.
La película y su relato trascienden fronteras y épocas, mostrando que incluso un monstruo de goma puede esconder una historia verdaderamente extraordinaria y humana.