En las últimas décadas, la comunidad científica ha avanzado significativamente en la comprensión del genoma humano, destacando la complejidad y diversidad intrínseca que caracteriza a nuestra especie. Sin embargo, a pesar de estos avances, ciertos discursos basados en la eugenesia han reaparecido en discursos políticos y sociales, infiltrándose en la agenda pública y amenazando la equidad y el respeto por la diversidad humana. La eugenesia, que en el siglo XX fue la base de políticas racistas, discriminatorias y genocidas, vuelve a emerger bajo una nueva cara, a menudo disfrazada de argumentos pseudocientíficos que intentan justificar ideologías de supremacía racial y control social selectivo. Los genetistas humanos deben tomar una posición firme para contrarrestar esta peligrosa tendencia y esclarecer las verdaderas bases científicas sobre la herencia genética y la diversidad humana. La historia nos ofrece ejemplos claros de las nefastas consecuencias de la aplicación de ideas eugenésicas en políticas públicas y prácticas sociales.
La ley estadounidense Johnson-Reed de 1924, inspirada en este tipo de pensamiento, limitó severamente la inmigración con el argumento de proteger la pureza genética nacional, una medida que tuvo un impacto directo sobre grupos considerados «genéticamente indeseables». Más de un siglo después, figuras políticas relevantes han empleado este tipo de lenguaje, evocando un regreso a ideas que la ciencia moderna ha refutado categóricamente. A nivel científico, es fundamental entender que los conceptos sociales de raza y etnia no coinciden con agrupamientos biológicos coherentes en términos genéticos. La genética humana demuestra que la mayoría de las diferencias entre individuos son mínimas y que las categorías raciales suelen ser constructos sociales, creados y modificados durante siglos para justificar diversas agendas políticas y económicas, más que reflejos exactos de realidades biológicas. Este malentendido ha facilitado la persistencia de estereotipos, prejuicios y prácticas médicas basadas en suposiciones erróneas.
Por ejemplo, la medicina basada en la raza ha conducido en ocasiones a tratamientos inadecuados, pues no reconoce la complejidad genética y ambiental que influye en la salud de cada persona. En cambio, la investigación genética moderna aboga por un enfoque que reconoce la variabilidad individual por encima de las categorías raciales. La inclusión de poblaciones diversas en la investigación genética es clave para aumentar la precisión y aplicabilidad de los hallazgos científicos. En este sentido, investigaciones recientes revelan que aunque cualquier dos genomas humanos son en promedio similares en un 99,9%, las variaciones más pequeñas pueden tener un gran impacto en la predisposición a enfermedades o en la respuesta a tratamientos. Por ello, incorporar diversidad genética en los estudios no solo mejora la calidad científica sino que puede significar la diferencia entre una medicina personalizada efectiva y prácticas generalizadas e ineficaces.
Pero esta riqueza genética está siendo amenazada por el uso indebido de la genética con fines ideológicos. Personajes públicos y grupos radicales han intentado utilizar hallazgos científicos para respaldar teorías de superioridad racial y justificar políticas excluyentes. Este mal uso distorsiona el mensaje científico e intoxica el debate público, condicionando la percepción social sobre la genética y fomentando prejuicios. Frente a esta situación, la comunidad científica tiene el deber ético de educar y comunicar con rigor, desmontando mitos y aportando evidencia clara y accesible. La formación en genética debe incluir un componente crítico que alerte sobre las interpretaciones erróneas y los usos maliciosos de los datos genómicos.
Además, es vital que los equipos de investigación incorporen diversidad en todas sus formas, no solo para enriquecer la ciencia sino también para reflejar el pluralismo de la sociedad y asegurar que sus hallazgos sean justos y equitativos. La eugenesia es más que una cuestión histórica; es una amenaza vigente que puede socavar los avances sociales y científicos. Por ello, no basta con condenar su pasado, es necesario actuar activamente para prevenir su resurgimiento. Los genetistas humanos, junto con otros científicos y la sociedad civil, deben impulsar políticas que garanticen la protección de los derechos humanos y promuevan una biología que celebre la diversidad en lugar de estigmatizarla. Esta lucha no es solamente científica sino también profundamente social y política.