En las últimas décadas, el avance acelerado de la inteligencia artificial (IA) ha comenzado a transformar múltiples sectores industriales, afectando directamente la naturaleza misma del trabajo y la formación profesional. La introducción masiva de herramientas automatizadas y asistentes inteligentes plantea una inquietud fundamental: ¿qué sucede cuando ya no existe un trabajo real para aprender o practicar, particularmente en las etapas iniciales de desarrollarse en una profesión? Esta pregunta abre un debate profundo sobre el futuro del empleo, la adquisición de habilidades y la posible erosión del conocimiento tácito, ese componente intangible que se obtiene únicamente a través de la experiencia directa. Para entender el problema es útil partir de ejemplos concretos. Un caso paradigmático es el de los artistas gráficos y caricaturistas del New Yorker. Hoy, la inteligencia artificial puede generar ilustraciones y dibujos de estilo similar a los de la revista, produciendo resultados que, aunque no perfectos, resultan suficientemente coherentes para competir con trabajos humanos en calidad promedio.
Los artistas, entonces, no sólo deben colaborar con la IA como una herramienta sino también redefinir su rol. En este nuevo escenario, los veteranos pueden servir de puente para guiar a la inteligencia artificial, ofreciendo el toque humano, ese elemento de originalidad e imprevisibilidad que las máquinas aún no replican del todo. ¿Pero qué ocurre cuando estos artistas se jubilan? La siguiente generación, inmersa desde sus inicios en el uso de inteligencia artificial, podría llegar a prescindir del aprendizaje tradicional: técnicas de dibujo, construcción de chistes, desarrollo de conceptos. Si la IA puede producir ideas rápidamente y con facilidad, el incentivo para dominar estas habilidades profundas disminuye. Lo mismo sucede en otros oficios como la ingeniería: la codificación básica y ciertas tareas repetitivas pueden ser delegadas a herramientas inteligentes.
Las próximas generaciones, acostumbradas a la inmediatez que la IA ofrece, pueden crecer sin interactuar directamente con los fundamentos del trabajo, perdiendo así el conocimiento práctico que impulsa la innovación genuina. Este fenómeno plantea una paradoja preocupante: aunque la IA puede aumentar la productividad y eliminar labores tediosas, podría simultáneamente reducir la calidad del aprendizaje profesional y la creatividad humana. La experiencia ha demostrado que la innovación suele surgir del compromiso cercano con la materia prima, del “ensuciarse las manos”. Cuando el trabajo manual o conceptual básico desaparece, también lo hace la oportunidad para que los futuros expertos desarrollen un sentido profundo de sus oficios. En consecuencia, la supervisión y el manejo de la inteligencia artificial podrían recaer en una élite reducida, mientras que la mayoría solo tendrá capacidades superficiales para interactuar con estas nuevas tecnologías.
Esto también tiene consecuencias desde el punto de vista económico y social. Eliminar los puestos de trabajo inferiores o de aprendizaje —esas posiciones consideradas rutinarias o manuales— podría interrumpir el tradicional camino de ascenso profesional dentro de muchas industrias. Se pierde entonces un sistema piramidal de formación en el que se aprende con la práctica para luego asumir responsabilidades mayores, con mayor autonomía y creatividad. Sin estos peldaños, solo existirían dos tipos de trabajadores: los expertos con dominio profundo y los operadores superficiales, lo que podría estancar el desarrollo y provocar un empobrecimiento general del saber técnico y artístico. En sentido más amplio, el cambio también refleja un fenómeno global de externalización y desempleo tecnológico.
Países que han delegado la manufactura y producción a regiones con costos más bajos han visto debilitado su tejido industrial y perdido capacidades vitales para la innovación. De forma similar, si las nuevas generaciones dejan de aprender haciendo y se limitan a supervisar inteligencias artificiales, habrá una pérdida aún mayor de conocimiento que es difícil de recuperar. Las instituciones educativas ya enfrentan retos similares. El uso generalizado de IA para tareas escolares —redacción, resolución de problemas, creación de contenido— puede socavar el aprendizaje profundo y el desarrollo de habilidades cognitivas esenciales. Para contrarrestar esto, los sistemas educativos procuran crear ambientes artificiales donde el estudiante no pueda depender solo de máquinas, pero estas medidas solo pueden ser paliativas.
Si en el futuro el mundo laboral solo requiere una supervisión superficial de la IA, el incentivo real para dominar habilidades avanzadas se debilita considerablemente. En medio de estas dificultades, surge una pregunta vital: ¿cómo preparar a las nuevas generaciones para roles que hoy no existen o para oficios en que los métodos de aprendizaje han sido radicalmente alterados? Si la IA se convierte en la norma para resolver problemas técnicos o creativos, es posible que la humanidad deba reinventar el concepto de experiencia y maestría. Algunos especialistas sugieren que aún será necesario conservar espacios donde el aprendizaje manual y experimental sean obligatorios para formar a los supervisores e innovadores del futuro. Otros prognostican un cambio hacia la especialización en la colaboración con inteligencia artificial, desarrollando habilidades metalingüísticas, éticas y estratégicas que complementen la potencia técnica de estas máquinas. En cualquier caso, es evidente que el mundo laboral tradicional se enfrenta a una revolución ineludible.