En los últimos años, la tendencia predominante en el diseño de interiores de automóviles ha favorecido la proliferación de pantallas táctiles y la reducción drástica del uso de botones físicos. Los coches modernos, con sus enormes paneles digitales y sistemas de información y entretenimiento complejos, habían apostado por una estética minimalista, supuestamente más intuitiva y adaptada a la digitalización. Sin embargo, recientes estudios, la reacción de los usuarios y las regulaciones europeas apuntan a un giro inesperado: la industria automotriz está abrazando nuevamente los botones físicos, devolviendo al conductor un método más directo, seguro y satisfactorio para interactuar con su vehículo. Un factor clave que impulsa este cambio es la seguridad vial. Investigaciones independientes han revelado que manejar sistemas táctiles y pantallas digitales mientras se conduce afecta negativamente el tiempo de reacción del conductor, incluso más que conducir bajo los efectos del alcohol o las drogas.
Según una investigación realizada por una consultoría británica especializada en seguridad vial, las distracciones causadas por controles digitales pueden multiplicar por cinco el retraso en la respuesta a situaciones de emergencia respecto a conducir con la tasa legal de alcohol. Esta evidencia ha encendido las alarmas en el sector y en los organismos reguladores que buscan minimizar las distracciones causadas por la tecnología dentro del vehículo. En este contexto, el programa europeo EuroNCAP —que evalúa la seguridad de los nuevos vehículos— ha anunciado que a partir de 2026 incentivará y premiará a los fabricantes que incorporen controles físicos, especialmente para funciones esenciales como las luces intermitentes, limpiaparabrisas, luces de emergencia y el claxon. Esto refleja un reconocimiento oficial de que ciertas operaciones imprescindibles para la conducción deben ser accesibles de forma rápida, táctil y sin necesidad de desviar la mirada del camino. Para algunos fabricantes, esta señal ha sido definitiva para replantear sus estrategias de diseño interior.
Volkswagen, por ejemplo, ha decidido que todos sus nuevos modelos contarán con botones físicos para el control de volumen, calefacción de asientos, ventilación y luces de emergencia. Esta decisión representa un cambio radical frente a las críticas recibidas por generaciones anteriores de sus vehículos, como el Golf Mk8, muy digitalizados pero poco intuitivos. En sus propias palabras, Volkswagen reconoce que el automóvil no es un teléfono y que la interacción debe ser funcional y segura, no sólo estética y tecnológica. De manera similar, otros fabricantes están buscando un equilibrio entre las innovaciones digitales y la usabilidad práctica. Mazda, con su nuevo CX-60, mantiene una pantalla táctil pero complementa el sistema con controles físicos para funciones básicas como el clima y asientos con calefacción y refrigeración.
Hyundai y Subaru también están reincorporando botones y perillas que los usuarios prefieren para controlar aspectos fundamentales sin tener que mirar la pantalla. El descontento del público con los sistemas táctiles ha sido constante. Encuestas muestran que una abrumadora mayoría de conductores prefiere los botones físicos frente a las pantallas. La experiencia intuitiva de poder ajustar la temperatura o el volumen mediante un simple giro o pulsación es valorada por la facilidad y seguridad que proporciona, contraria a la complejidad y distracción que generan las interfaces digitales con menús anidados y controles sensibles al tacto sin respuesta física. La situación se agrava aún más en vehículos eléctricos y de alta gama que adoptan grandes pantallas que centralizan muchas funciones del coche.
Algunos modelos, como el Mercedes-Benz S-Class con su “Hyperscreen” de casi 56 pulgadas, obligan al conductor a navegar por múltiples submenús para funciones tan básicas como activar el volante calefactado. Aunque el lujo digital parece imponente, en la práctica puede resultar frustrante y peligroso cuando el conductor debe apartar su atención del volante. Esto ha llevado a una reflexión más profunda sobre el diseño de interacción en la conducción. Expertos en diseño de experiencia y ergonomía argumentan que los botones, perillas y palancas tradicionales ofrecen una ventaja crítica: proporcionan retroalimentación táctil que permite al conductor realizar ajustes sin mirar, basado en el tacto y la memoria muscular. Esta ‘affordance’ natural reduce la carga cognitiva y mantiene la atención fija en la carretera, algo vital dada la complejidad inherente del acto de conducir.
Además de la cuestión de seguridad, existe otro aspecto fundamental en juego: la satisfacción y comodidad del usuario. Reconocer la pérdida de confianza que generan los controles digitalizados excesivamente complejos o poco intuitivos lleva a los fabricantes a reconsiderar la necesidad de interfaces más humanas y tangibles. El hecho de poder “sentir” y confirmar con un clic real un cambio, tiene un valor emocional y práctico difícil de replicar con pantallas planas y menús digitales. Aunque algunos intentos de mejorar la interacción mediante el control por voz han sido realizados y continúan en desarrollo, la tecnología aún no ha alcanzado un nivel de fiabilidad ni naturalidad que la convierta en una solución completa. Sistemas como los integrados en vehículos Mercedes con ChatGPT o los comandos de voz “Hey Mercedes” representan avances prometedores, pero todavía enfrentan limitaciones en precisión, rapidez y practicidad, especialmente en ambientes ruidosos o situaciones que requieren respuestas inmediatas.
Los fabricantes también enfrentan un dilema económico. Integrar botones físicos implica costos adicionales de fabricación y complejidades en el diseño, mientras que las pantallas táctiles y sistemas digitales ofrecen ventajas en actualización remota, flexibilidad y uniformidad para diferentes modelos y marcas. Sin embargo, los beneficios en términos de seguridad y satisfacción del cliente están impulsando a las marcas a invertir en soluciones híbridas que combinen lo mejor de ambos mundos. El ejemplo histórico de Buick con su Riviera de 1986, primer automóvil con pantalla táctil incorporada, sirve como era un aviso temprano de los desafíos que se avecinaban con la digitalización sin sentido de la interacción del conductor. Aquella innovación no fue bien recibida, afectando incluso las ventas del modelo, al no ser práctica ni segura para el usuario.
Décadas después, la industria está recogiendo esa lección y corrigiendo la trayectoria. Mirando hacia adelante, la incorporación de inteligencia artificial y tecnologías de monitoreo, como sensores que detectan la atención del conductor o escáneres oculares, permitirá que los vehículos avisen o corrijan cuando el usuario presta demasiada atención a la pantalla o está distraído. Sin embargo, estas soluciones actúan más como mitigadores que como respuestas definitivas, y mantienen vigente la prioridad de contar con controles accesibles y físicos. En definitiva, la vuelta a los botones físicos demuestra que, en un mundo cada vez más digitalizado, la simplicidad, la seguridad y la experiencia humana siguen siendo irremplazables. La conducción, al ser una de las actividades más complejas que realizamos cotidianamente, requiere interfaces que faciliten el control sin demandar una atención visual constante, promoviendo así trayectos más seguros y satisfactorios.
La señal es clara: el minimalismo digital sin tacto ni respuesta física ha llegado a su límite, y los botones están de regreso para quedarse.